17. En Ningún Momento el Corazón de la Luna dejó de Latir:

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⚠ ¡Advertencia! ⚠

El capítulo que sigue contiene referencias a contenido sensible, por lo que se recomienda que si lo vas a leer, lo hagas con precaución y discreción.

Akaza Hakuji:

Esa noche, después de hablar con Uzui no fui capaz de pegar ojo. Sentado en uno de los taburetes junto a la isla de mi cocina, no dejaba de pensar en el tipo al que le destrocé la rodilla. Algo que caracterizaba a Dōma era el hecho de que procuraba utilizar a varios peones lo suficientemente listos para desempeñar los trabajos que les ordenase, pero al mismo tiempo lo bastante estúpidos como para no causarle problemas. Eso o los había acojonado a tal punto que no les había dejado más opción que la de obedecer ciegamente. Entonces, sabiendo que él nunca se mancharía las manos, lo más probable era que no estuviera solo. ¿Susamaru? No, demasiado imprevisible. ¿Enmu quizá…? Tampoco, su sadismo era puro postureo. Hantengu era un pusilánime, por lo que la única opción que restaba era la de Gyokko.

Contuve una arcada.

La mente de algunas personas es un especie de oscuro foso en el fondo del cual lo único que anida es la más cruda degeneración. Gyokko se hacía llamar “artista” y su “arte” digamos que iba dirigido a cierto público con unos gustos de lo más peculiares y perturbadores. Bajo mi punto de vista, la misma gente que entraba a la Deep Web para ver o descargar vídeos sobre zoofilia o colgados follando como si no hubiera un mañana con cadáveres.

Más que nada, Muzan lo admitió dentro de los Lunas de Sangre por la cantidad de enfermos que eran capaces de pagar una pasta por sus piezas enfermas. Entre su extenso catálogo de aberraciones, uno podía encontrar ceniceros hechos a partir de estatuas hiperrealistas de cráneos de fetos con malformaciones, jarrones cuyas flores se depositaban en el lugar donde debería ir la cabeza de una estatua de una mujer embarazada a la que habían decapitado y cosas semejantes. Por su parte, Gyokko encontró en Muzan al mecenas perfecto que lo proveyera de aquellos materiales que le permitieran llevar su “arte” un paso más allá. Cadáveres reales.

Médicos corruptos, policías más corruptos aún, hijos de puta asquerosamente ricos que, con el poder que el dinero otorga, se creían dioses capaces de hacer y deshacer a su antojo como si la vida o la muerte del prójimo les perteneciera. De semejante escoria estaba formado el círculo más cercano a Muzan. Por suerte, yo me negué en reiteradas ocasiones a ascender. Una cosa es ser un delincuente y otra muy distinta es tomar la elección de convertirse en un monstruo. Aunque bien pensado, quienes optan por convertirse en uno es porque en realidad ya lo son y solo están esperando el momento adecuado y el entorno idóneo para desnudar sus almas y mostrarse tal cual son.

Las primeras luces del alba atravesaron las ventanas y se derramaron por la casa reptando por el suelo, paredes y techo como criaturas de otro mundo que quisieran rescatarme de la oscuridad a la que me estaban llevando mis deducciones. Miré sorprendido la hora en mi reloj y al ver que esta se me echaba encima, me preparé para salir. Vestido con un chándal como cada día, salí a la calle procurando actuar con toda la serenidad posible. Fingiría realizar mi rutina diaria de ejercicio. Aunque hubiese sacado de la ecuación a uno de sus correveidiles, no podía estar seguro de si otro estaría ocupando o no su lugar. Llegados a estas alturas, posiblemente estos estarían armándose del valor necesario para exigirles a Dōma y Gyokko unas mínimas garantías de seguridad, porque pese a que yo no era un puto sádico como ellos, no se me caían los anillos —ni mucho menos— a la hora de defenderme con uñas y dientes. Siendo como fuera y teniendo en cuenta que había salido con tiempo de sobra, empecé a calentar antes de echar a correr, prestando especial atención a mi respiración, al impacto rítmico de mis pies contra el asfalto y a cualquier sonido fuera de lo común que me pusiese en alerta.

Cada cierto tiempo fingía mirar algo en la pantalla de mi móvil, pero en realidad comprobaba en el reflejo de esta si alguien me seguía. ¿Era posible que estuviera actuando como un jodido paranoico? Muy probablemente, pero en esos momentos consideraba que era mucho más importante no solo anteponer mi seguridad, si no también la de mi antiguo aprendiz.

Por fortuna después de un buen rato corriendo y haciendo comprobaciones, confirmé que nadie me seguía, aunque en mi mente se empezaba a gestar un nuevo contraataque para cuando se presentase una nueva oportunidad.

Diez minutos más tarde llegué al lugar acordado y me topé con el mayor de los hermanos Rengoku. Una maldición escapó de mis labios, aunque pensándolo fríamente, era de cajón de madera de pino que más temprano que tarde este acudiría a defender a su hermano.
—Déjame que te pregunte algo —dijo Kyojuro con la voz ronca y agravada. Lo miré expectante.— Aquella mañana en la que ayudaste a Senjuro, ¿lo hiciste de manera altruista, o ya tenías un plan trazado?

Afiancé mis pies en el suelo. En otras circunstancias lo más probable era que no hubiese encontrado las palabras adecuadas con las que responderle, pero no era el caso. Me tomé unos instantes no solo para poner en orden mis pensamientos, si no también mis emociones. ¿Cómo explicarle a alguien que la expresión aterrorizada en el rostro de su hermano me había traído recuerdos muy vívidos del semblante que tenía mi novia, una de las personas a las que más he amado en toda mi vida, en los últimos instantes de la suya? Un nudo comenzó a ascenderme por la garganta y haciendo un esfuerzo sobrehumano por tragarme las lágrimas que amenazaban con rebasar el límite de mis ojos comencé a hablar, derramando toda la verdad en cada palabra que brotaba de mis labios.
—Lo que te voy a decir tal vez te valga para odiarme con todo tu ser, pero quiero ser totalmente honesto contigo. En principio mi objetivo era utilizarte para arrastrar de vuelta a Uzui a los Lunas de Sangre, pero aquel día confundí a tu hermano contigo y corrí tras él pensando que se me había presentado una oportunidad única… —conforme iba hablando una vena en el cuello de Rengoku Kyojuro comenzaba a hincharse y palpitar por el esfuerzo de intentar controlarse y no destrozarme la cara allí mismo.— Pero al descubrir que se trataba de tu hermano, y al ver su cara de miedo, vergüenza y culpa… —la misma jodida expresión que Koyuki tenía aquella noche infernal— me trajo recuerdos de una persona cuya vida no pude salvar…

Cuando terminé de hablar fui plenamente consciente de que las malditas lágrimas habían logrado escapar, de que hablaba con los dientes apretados y de que había cerrado mis puños con tanta fuerza que tenía las uñas clavadas en las palmas de mis manos.

Antes de que mi vista se volviera completamente borrosa, pude ver a Tengen corriendo a espaldas de Rengoku al tiempo que me miraba como si me viera tal como soy en realidad por primera vez.

Dosgatosescritores:

¡Virgen del Albaricoque!

Este ha sido de los capítulos más duros que he escrito en cuanto a lo grotesco como a la carga emocional. Conforme iba escribiendo me sentía como en una montaña rusa anímica, si habéis experimentado lo mismo, comentadlo para que no me sienta medio loco.

A decir verdad, quería que supiérais un poco más de Gyokko, pero desde mi punto de vista, por eso he querido convertirlo en un artista de lo grotesco, que creo que le va como anillo al dedo. Ahora habrá quien pregunte —o no— Dos Gatos Escritores, ¿cómo es que sabes de este tipo de arte? Pues muy sencillo, porque... ¡Atención! ¡Dato irrelevante del autor! Soy gótico y a veces me gusta documentarme sobre cosas bastante perturbadoras y siniestras.

Por cierto, si os gusta todo lo que tenga que ver con el underground dejadme que os haga un par de recomendaciones. Escuchad los discos de Ana Varney y mirad las pinturas de Vervoktre, seguro que no os dejan indiferentes.

Con esto me despido hasta dentro de muy poquito. Muchas gracias por haber llegado hasta aquí y por vuestro incalculable cariño y apoyo. Sin lugar a dudas me siento tremendamente honrado por tener a unos gatitos lectores tan geniales como vosotros.

El Umbral del Yo. (Tinta y Fuego. Libro III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora