23. El Aliento de la Muerte Rozando de Nuevo mi Piel.

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Akaza Hakuji:

A Enmu podía otorgarle muchos adjetivos y ninguno de ellos con connotaciones positivas. A saber: insufrible, hipócrita, egocéntrico, caprichoso, inmaduro, soberbio y aquella mañana le añadí otro más, inoportuno.

Estaba regresando a casa después de mi rutina diaria de ejercicio cuando me había llegado el primer mensaje de Senjuro. Al mirar la pantalla de mi móvil  y leer su nombre me paré en seco de la sorpresa, un viandante soltó una palabrota al pasar por mi lado pero preferí ignorarlo. El corazón me había empezado a martillear en las sienes, en la garganta y en el pecho. Desbloqueé la pantalla y leí el mensaje un par de veces para asegurarme de que mis ojos no me estuvieran jugando una mala pasada.

«Akaza-san, soy Senjuro. Tal vez no quieras saber nada de mí después de lo que pasó, pero quisiera hablar contigo».

Miré la hora y me imaginé que debería estar durante el descanso del almuerzo. Así que le respondí y quedamos en vernos a la salida de clase. Preguntándome qué podría querer, reemprendí el camino a casa, me daría una ducha, comería y… Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el tono de llamada del teléfono. Al ver el nombre de Enmu en la pantalla, sentí el impulso de ignorarlo, sin embargo al ser el que se encargaba de comunicar las reuniones, me lo pensé mejor. Tal vez se había organizado alguna, de ser así, lo más probable es que Dōma asistiera. Entonces tendría la ocasión de decirle unas cuantas cosas a la cara.

—¿Diga? —contesté empujando la puerta del portal y dirigiéndome hacia las escaleras. Odiaba los ascensores.
—¡Dime que tú sabes algo! —dijo al otro lado de la línea desesperado. Me aparté el teléfono de la oreja y lo miré alzando una ceja.
—¿Algo acerca de qué? —quise saber y él hizo un ruidito de exasperación.
—Sobre el nuevo golpe —contestó entre dientes.
Por lo general, antes de entrar en acción, Nakime, Dōma y Kokushibō daban la orden de que el resto nos reuniésemos con ellos para planificar hasta el último detalle. Mientras tanto debíamos procurar llevar unas vidas lo más ordinarias posible, procurando no llamar demasiado la atención, al menos hasta que Muzan te ascendía y te permitía entrar dentro de su círculo más cercano al cual pertenecíamos Nakime, Dōma y yo. En cuanto a Kokushibō, se decía que era su socio, su hombre de confianza.
—¡Oye! ¡¿Sigues ahí?! —preguntó debido a que me había quedado en silencio.
—No tenía ni idea…
—¡¿Cómo no te has enterado si Daki estaba al corriente?! —me interrumpió rabioso.— ¿Cómo es posible que ella se haya podido enterar y tú no?!

Puede ser que porque ella posee ciertos atributos que tú no tienes y que sabe utilizarlos a las mil maravillas para conseguir lo que quiera… Respondí mentalmente poniendo los ojos en blanco. Metí las llaves en la cerradura. Durante casi veinte minutos estuvo despotricando acerca de lo mal que funcionaba la comunicación entre los rangos superiores e intermedios y mil sandeces más.
—Lo más probable es que si no nos han dicho nada al resto sea porque ese asunto sea competencia exclusiva de Muzan. Si no tienes nada más que decirme voy a ir cortando, tengo  cosas que hacer…
—¿Cómo reventar a los nuevos coleguitas de Dōma? —preguntó.
—Te lo he dicho, estoy ocupado. Hablamos en otro momento —concluí y antes de que le diera tiempo a decirme nada más corté la llamada.

Después de que le hiciera una cara nueva a ese tipo en el callejón se corrió la voz de que Dōma había empezado a moverse por su cuenta, o al menos lo había intentado pues había tenido la mala suerte de que sus planes habían interferido conmigo y por esa razón uno de sus subordinados había acabado en urgencias. Nadie, mucho menos él había entrado en detalles. Algo me decía que si supiera los verdaderos motivos por los que había enviado a su lameculos para que me siguiera, tendría motivos más que suficientes para mandarlo a criar malvas.

Me duché y comí sin mucho apetito una ensalada y un filete de pollo a la plancha. Cuando estaba fregando los platos vi que la pantalla de mi teléfono se iluminaba nuevamente con una llamada entrante. Parecía como si le hubiera dado a todo el mundo por llamarme precisamente aquel día.
Gruñí un “diga” sin siquiera mirar la pantalla.
—Hakuji… —era la voz del padre de Koyuki. El plato que estaba secando se me resbaló y cayó al fregadero haciéndose añicos. ¡Mierda! Maldije para mis adentros.
—Señor Soryuu… —respondí sintiendo que se me secaba la boca de golpe. Desde su muerte, conforme se avecinaba la llegada del cumpleaños de su hija me llamaba para que fuésemos juntos al cementerio.
—Antes de que me digas nada, por favor escúchame —dijo con un nota de desesperación en la voz.— Escúchame una sola vez y prometo que no te volveré a molestar jamás.
Molestarme, molestarme… ¿Cómo podría importunarme un hombre como él. Me giré hasta quedar de espaldas al fregadero y me apoyé en este sintiendo como se me formaba un nudo en la garganta.
—No, señor Soryuu, el que se ha comportado como un cobarde y un desagradecido he sido yo —respondí luchando por respirar.
—Haku, escúchame yo no te culpo por lo que pasó, lo único que quiero es verte, saber que estás bien —dijo y su voz adquirió tintes de súplica.
—Mi padre está muerto, señor Soryuu, y yo ya no soy un crío, ya no se tiene que preocupar por mi…
—¡Esto no tiene nada que ver con la promesa que le hice a tu padre! —exclamó con la voz rota. La vista se me nubló a causa de las lágrimas que trataba de retener.— Se trata de que eras la persona que más amaba mi hija, se trata de que nunca has dejado de formar parte de mi familia y de que sé que me necesitas tanto como yo a ti.

Resbalé hasta quedar sentado con la espalda apoyada en la puerta del mueble bajo el fregadero mientras me cubría la boca con la mano libre para ahogar mis sollozos. No quería que me escuchase, que se angustiase más por mí, pero fue en vano. Desde el otro lado de la línea me intentó reconfortar como cuando todavía era un niño que lo había perdido todo y, aunque nos separaba una distancia, el calor que me transmitían sus palabras me resultó más real y sincero que un abrazo. Cuando logré calmarme, le di mi palabra de que ese domingo iría con él a visitar a Koyuki.

Llegué a la escuela de Senjuro con diez minutos de retraso. Al recoger los trozos del plato me había hecho un corte bastante profundo en la palma de la mano y aunque no había necesitado puntos, el tener que curármelo me había robado unos minutos valiosísimos.

Me bajé de la moto al tiempo que vi aparecer a una mujer de mediana edad, bajita y delgada, con el pelo largo hasta los hombros e iba vestida con unos vaqueros y una camiseta amarillo mostaza, a juego con sus zapatillas. Esta debía ser una de las profesoras.
—¡Oiga! —la llamé y al ver que me acercaba dio un respingo retrocediendo intimidada un par de pasos.
—¿Q-qué quieres? —tartamudeó mirándome cautelosa, con el ceño fruncido.
—¿Ha visto usted a un chico de esta estatura —pregunté colocando la mano en horizontal a la altura de la mitad de mi pecho— y con el pelo color fuego?
La maestra se quedó unos segundos pensando, segundos que se me hicieron eternos.  Segundos en los que mi mente empezaba a imaginar mil millones de escenarios en los que a Senjuro le pasaba algo. Interiormente me intenté autoconvencer de que solo estaba teniendo un mal presentimiento, que la vida no iba a ser tan hija de puta como para arrebatarme a nadie más.
—Ahora que lo dice me ha parecido verlo subirse a un Toyota color negro. Iba acompañado por un chico de más o menos tu edad.
Me clavé las uñas en las palmas de las manos.
—¿Hace mucho que se han ido? ¿Ha visto cómo era la persona que la conducía y qué dirección tomaba? —pregunté al borde de un ataque de nervios.
—Ha sido hace a penas un par de minutos…N-no le he visto la cara, pero se han ido en esa dirección… —dijo señalando hacia la izquierda.

No la dejé terminar, giré sobre mis talones al tiempo que me sacaba el móvil del bolsillo. Rápidamente marqué a Uzui y lo puse al corriente de lo que había sucedido. Me subí a la moto, me puse el casco y salí disparado de allí.

Si el bastardo que se lo había llevado trabajaba a las órdenes de Dōma, seguramente y después de lo que le había hecho al otro tomaría medidas, lo más probable era que tratara de alejarse de la ciudad. Las calles y las personas pasaban a toda velocidad a mi alrededor como manchas multicolor.

Como si la suerte, los dioses o el destino se hubieran puesto a mi favor, vi el vehículo a unos diez metros delante de mi. El coche iba a bastante velocidad, pero tuvo que frenar en un semáforo. Serpenteando entre los automóviles cercanos, logré colocarme a su lado y a través del cristal vi a Senjuro acurrucado en el asiento trasero del vehículo aparentemente dormido. Tenía la cabeza apoyada el regazo de un niñato con el cabello rubio arena. Al verme, le grito al que conducía que pisara a fondo el acelerador y este obedeció.

Lo que sucedió después fue como si pasaran una escena de una película a cámara lenta. El tío del coche aceleró justo en el momento en que una mujer alcanzaba la acera opuesta, en ese momento un autobús urbano dobló la esquina y dio un volantazo tratando de esquivar el coche que se abalanzaba a toda velocidad contra él sin poder lograrlo. El Toyota se empotró contra el frontal del autobús con una ensordecedora explosión de cristales rotos y el horrible chirrido del metal al doblarse y retorcerse. 

Dosgatosescritores:

Aquí concluye la tercera parte de esta pequeña saga. Sé que me vais a querer prender fuego, torturarme y hacerme diez mil millones de cosas horribles por dejar la historia aquí. Pero prometo que pronto me tendréis de regreso con la cuarta.

A Dōma se le van a complicar un poco las cosas a partir de ahora.

¡Nos vemos dentro de un parpadeo!

El Umbral del Yo. (Tinta y Fuego. Libro III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora