Capítulo 4

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—Capitán Galen, ¿podría usted decirme, por favor, cómo es que ha sucedido este, eh... accidente?

—Porque es un idiota, doctor —suspiró Bastián, mientras observaba los movimientos rápidos del médico alrededor de la camilla, cargando todo tipo de instrumentos y frascos con nombres indescifrables—. No sé cuántas veces les habré dicho ya a los novatos que las armas no son juguetes. Pensé que aquella vez sería suficiente para desencantarlos.

El médico le dirigió una sonrisa forzada, tan inquieto como un ratón de campo, con sus ojos brillando por la ansiedad. A veces Bastián sentía ganas de colocar su mano en su cuello, para comprobar si su corazón en realidad latía o zumbaba.

—Realmente necesitaremos rellenar el informe, es por eso que...

El capitán rodó los ojos y sacudió la cabeza, asintiendo para que el hombre no se tuviera que molestar en terminar la frase. El doctor apretó los labios, todavía con una sonrisa incómoda y nerviosa, mientras volvía a girar toda su atención sobre el herido en la enfermería. Bastián se encontraba apoyado en la encimera de madera de roble, inclinado hacia atrás con comodidad, mientras observaba al señor Evis examinar al hombre joven que ya estaba sin sentido sobre la cama. Era uno de los recién graduados de la Academia Militar, un chico ruidoso que siempre recibía alguna colleja.

—Se llama Rodney. Tiene veintiún años, recién graduado. Repitió dos veces el último curso por sus numerosas torpezas, bajo muchas inspecciones y malas recomendaciones, pero mira, al final consiguió graduarse —gruñó Bastián—. Solo para volarse el puto pie.

—N-no se adelante, capitán —dijo el médico, que ya había detenido el sangrado, y ahora se preparaba para examinar y atender bien el pie izquierdo del joven, que estaba cubierto de paños húmedos de rojo—. Veré qué podemos hacer.

El vorniense masculló algo entre dientes mientras contemplaba la lesión, con irritación en los ojos. La sangre oscurecía todavía más la bota de cuero arruinada. No había podido ver bien el destrozo que había dejado el accidente.

—Estaba en el entrenamiento con las armas. Se suponía que no iban a disparar, solo hacer rutinas —explicó el capitán, antes de chasquear la lengua y señalar al idiota inconsciente con hastío—. Quién me iba a decir que alguien se olvidaría de quitar todas las balas de su arma.
El doctor sacó los trapos con cuidado y echó una ojeada. Levantó ligeramente las cejas, y el vorniense no supo qué era lo que significaba. El médico no pareció expresar nada más mientras empezaba a trabajar a su alrededor.

—He oído que es un error bastante común... —insistió el señor Evis, tal vez intentando ahorrarle parte de la reprimenda al chico cuando se despertara del tratamiento.

—Sí, suele suceder —masculló el capitán mientras se rascaba la nuca. Sentía el cuello tenso por la situación, lo que solo empeoraba su mal humor—. Por esa razón siempre se les dice a los nuevos que mantengan el arma en dirección al blanco, y no hacia ellos mismos, por si sucede un accidente como este. Pero el muy imbécil tenía el cañón apoyado contra su pie.

El doctor murmuró algo en voz baja como respuesta, pero no lo entendió por lo bajo que el hombre había hablado, absorto en su labor. Empezó a pronunciar algunos nombres que el capitán, tras agudizar al máximo su oído, llegó a entender como partes de la anatomía del pie. El médico observó la herida con atención, arrugando algo el ceño y siguió murmurando mientras limpiaba la sangre y desinfectaba la zona. En ese momento se escucharon unos golpecitos en la puerta. El doctor se aclaró un poco la voz y soltó un ligero "adelante", antes de que un chico joven de bata blanca regresara con una pila de papeles en brazos.

—Profesor Evis, le he traído los documentos que buscaba —exclamó el muchacho, alegremente. Al encontrarse justo en frente la figura del capitán, el chico se quedó petrificado y palideció antes de saltar en un saludo militar torpemente—. ¡Capitán Galen, señor!

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora