Capítulo 9

9 0 0
                                    

Para cuando llegó a la enfermería unos minutos más tarde, el médico ya lo esperaba en la puerta. El hombre lucía especialmente nervioso, como solía ser su estado natural, subiendo la montura metálica de sus gafas y apoyándose a la izquierda de la puerta. Al ver al capitán, el doctor se separó de la pared y apretó sus labios en una mueca clara de preocupación. Bastián movió sus ojos en dirección a la puerta en un vistazo fugaz. A través del ventanuco esmerilado no podía ver más que el tenue color blanco de la enfermería, pero no sabía qué le esperaría al otro lado. Por la expresión del doctor, no podía ser bueno.

—¿Cómo está? —preguntó el capitán, volviendo su mirada hacia él.

—No sabemos cuándo... despertará, si es lo que pregunta, capitán —el médico estiró la comisura derecha de sus labios en una sonrisa algo tensa—. Si hubieran tardado uno, o dos minutos más en encontrarlo... El joven Graham ya no estaría con nosotros.

Bastián apretó los labios. ¿Había sido suerte, o había sido planeado? ¿De verdad Finnick Graham había intentado colgarse? ¿Era todo un truco? ¿Podría estar tan loco como para planear colgarse hasta llegar a las puertas de la muerte y abandonar así su culpabilidad? Bastián le gustaría pensar que sí, porque si no, otra alternativa sería que esa misma culpa lo había orillado al suicidio. Y si no era por culpa, ¿por qué otra razón lo haría? ¿Por miedo a ser atrapado? Lo peor que podía sucederle era la muerte, ¿por qué encargarse de ello por sí mismo? ¿Qué clase de solución era aquella? Ni siquiera podía haber sido para evitar la vergüenza de ayudar a un enemigo; el castigo disciplinario habría sido grave, pero no lo suficiente para como para preferir la muerte.

El capitán notó la sombra pensativa bajo las gafas del doctor, y supo que incluso conociendo o no la historia entera, el hombre tampoco parecía satisfecho con la situación. La pregunta era: ¿por qué? ¿Qué sabía el médico que él no supiera? ¿Qué tan lejos había llegado aquel incidente, para que el hombre frunciera así el ceño?

—¿Usted no cree que se trate de un suicidio, cierto?

El médico levantó una ceja por un instante, como si se preguntara si estaba hablando en serio, antes de soltar un resoplido corto que terminó por confirmarle a Bastián aquel hecho.

—El soldado se colgó hará cosa de... eh, unos veinte minutos, más o menos —empezó a decir el sanitario, incómodo, mientras miraba un par de veces hacia el reloj colgado en la pared del pasillo—. Cuando lo encontró el novato que usted envió a, esto, buscarlo, Graham había estado colgado por, por lo menos, cinco minutos. Ya no tenía... Quiero decir, apenas tenía, bueno... pulso.

—¿Qué es lo que le hace pensar que se trata de un intento fallido de asesinato? ¿Porque eso es lo que usted cree, cierto?

Bastián juraría haber visto como el señor Evis rodaba los ojos, pero considero haber visto una alucinación. No era propio del tímido y nervioso hombre. Se preguntó si acaso su pregunta había sido muy evidente, y si el doctor se había molestado por ello. Aunque el tono cansado del mayor le respondió, pacientemente:

—No sé la razón por la que este joven habría querido... acabar con todo —dijo, intentando buscar palabras menos violentas para hablar de un asunto tan afilado—, pero, bueno, aunque a primera vista pueda parecer así, hay algunos, eh... indicios, que apuntan a lo contrario.

—Lo escucho.

—Lo principal sería la hora, ya que... Bien, bueno, el soldado debería haber entrado a la lavandería sobre las... eh, tres y media, o... Más o menos —empezó a explicar el doctor, gesticulando lentamente con las manos, como si quisiera ofrecer una mayor firmeza con sus palabras—. Pero el soldado que usted envió llegó pasadas las cuatro. Durante esa media hora, el soldado Graham, esto... Estuvo haciéndose cargo de sus... labores, ¿sabe? Al parecer había metido a remojo los manteles de hoy y... había puesto a, eh, tender, los que aún seguían húmedos del desayuno.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora