Capítulo 7

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Aquella mañana el entrenamiento rutinario de los soldados se vio interrumpido por una actividad repentina. Los hombres fueron llamados en grupos de cuatro, los llevaron al interior de las oficinas del cuartel, y se les pidió que entraran uno a uno y se colocaran frente a una pared blanca. Allí una cámara los esperaba, con un joven Horace inquieto bajo el manto del dispositivo, sus ojos mirando a través de la lente con curiosidad. Bastián ojeaba las fotografías que ya se habían revelado y sellado, repasando los rostros con una mirada crítica en los ojos.

¿Estarían los hombres que buscaba entre todos aquellos? A un lado de su mesa tenía la libreta abierta, y comparaba las imágenes. Sonrió de lado cuando vio la fotografía de Manny, mostrando una sonrisa cuadrada como un tonto, cuando le habían dicho muchas veces que al sonreír había que levantar las mejillas, no solo mostrar los dientes. En la siguiente imagen estaba Geran, con su cara de pocos amigos. Las siguientes imágenes repasaron a muchos de sus hombres y a algunos cadetes. Bastián pudo poner nombres a la mayoría de los rostros. Sin embargo, aunque a una gran parte de novatos los conocía o por sus resultados en la Academia, o por sus constantes erratas, había otros cuyos nombres estaban ausentes. Y eso sin contar a los hombres que le habían sido asignados de otros batallones, pero que el capitán no conocía personalmente.

En su otra mano, Bastián repasaba los pocos retratos que Seshan había podido dibujar. Solo algunos rasgos podían verse, pero eran características típicas vornienses: narices angulosas, bocas anchas, ojos redondos y grandes... en uno de los retratos incluso distinguía lo que parecía ser un cabello cortado a ras del cráneo, pero en esa categoría entraban la gran mayoría de recién graduados, así que tampoco era una gran ayuda. Estaba convencido, a riesgo de pecar de ingenuo, que los hombres culpables no estaban entre los que conocía, sino que eran nuevos en su batallón. Y tampoco es que se preocupara demasiado de los novatos: todavía no tenían las agallas como para mentir, secuestrar y violar a alguien bajo su nariz. Y si lo tenían, bien, sería la última cosa que tuvieran en vida.

—Capitán Galen, se ha terminado el papel —dijo entonces la voz del asistente del médico, deteniendo los pensamientos del hombre.

El vorniense levantó la mirada del pequeño bloque de fotografías que repasaban sus dedos. Al ver a Horace, que lo miraba con una sonrisa algo inquieta y apenada en el rostro, Bastián dejó de mezclar y pasar las imágenes que tenía entre manos. Detrás del joven asistente, los hombres se movían nerviosos, peinándose el cabello alborotado por el entrenamiento, mirándose mutuamente para comprobar su apariencia. Charlaban en el pasillo, dirigiéndoles miradas curiosas a la cámara, con el brillo de interés de un gato ante una el chillido de un ratón, con ansia en la mirada. Para muchos era su primera vez ante la lente.

—¿Cuántos tenemos hasta ahora?

—Contando las que se están tratando, hasta ahora hemos tomado veintiséis retratos —respondió el chico, consultando una lista en la carpeta de su mano, mientras la reseguía con el dedo—. Aunque me temo que todavía nos falta más de la mitad. Un total de... uno, dos, tres... Eh... nueve, diez, once... Quince, dieciséis... Diecinueve, veinte, veintiuno... Ah, me he perdido. Espere, que vuelvo a contar.

—No es necesario —suspiró Bastián, mientras se incorporaba de su apoyo en el escritorio—. Indicaré a un par de soldados que compren en el pueblo vecino cuando vayan a buscar los suministros. ¿Cuándo estarán listas las fotografías que acabas de tomar?

El chico hizo tararear sus dedos un par de veces sobre la carpeta marrón entre sus manos, pensativo. Tras unos segundos mirando al cielo en busca de inspiración divina, tal vez, respondió.

—Alrededor de unas cuatro horas. Es necesario fijarlas.

Bastián asintió ligeramente. Eso serviría. Si tenía la mitad de los soldados en sus manos, eso significaba que había la posibilidad de que uno de ellos se encontrara entre los culpables. Y una vez encontraran a uno, el resto caería con él. Pensando en ello, el capitán se levantó y cuadró las fotografías dándoles golpecitos contra la mesa. El asistente lo miró dubitativo mientras Bastián abría la puerta.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora