Capítulo 19

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El agua caliente adormeció todos y cada uno de los nervios en el cuerpo de Asher, y convirtió sus músculos siempre doloridos en masas flotantes. Su espalda fue resbalando suavemente en la lisa superficie de la bañera de cobre, sumergiéndolo hasta la nariz, que cosquilleaba con el intenso olor a jabón. El calor se aferraba a su nuca, humedeciendo su cabello, que flotaba ligero como un manto sobre las suaves ondas de la superficie del agua. La férula de mano izquierda colgaba lánguidamente sobre el borde de la tina, seca.

El escirio se encontraba suspendido en el tiempo, el frescor del aire se deslizaba sobre su cuero cabelludo, húmedo, la calidez del baño parecía abrasar el dolor de su cuerpo, como si las marcas de su piel pudieran desvanecerse con el vapor. Se sentía como un trapo sucio, frotado y amasado con manos suaves, de regreso a su blancura. No obstante, Asher sabía muy bien que hasta el guante más limpio, una vez ha sido manchado de negro, nunca volvería a ser blanco.

—Llevas ahí dentro más de quince minutos. Acaba de una vez, por todos los dioses —escuchó entonces que decía una voz, ensordecida al otro lado de la puerta. Los ojos de Asher se abrieron lentamente, y rodaron hasta clavar las pupilas en el panel de madera y su pomo inmóvil—. Asegúrate de frotarte bien por todos lados.

El escirio chasqueó la lengua y se incorporó en la tina, recogiendo su cabello hacia un lado. Al otro lado de la puerta, Bastián escuchó el agua correr, por lo que volvió a sentarse, inquieto.

—No mojes tu mano, acuérdate.

—Qué molesto —masculló el escirio, mientras volvía a derramar un balde de agua como pudo sobre su torso, intentando eliminar cualquier rastro de jabón que pudiera quedar. Salió de la bañera sufriendo un escalofrío por el repentino cambio de temperatura, y se apresuró a detener el agua que chorreaba por su cuerpo rodeándose lo mejor que pudo con una de las toallas que había sobre una pequeña cómoda, junto al lavabo—. Capitán, ¿podría darme la ropa?

—¿Ya estás secándote? Gracias a todos los santos —se quejó el capitán, abriendo la puerta sin demasiadas contemplaciones.

¡Farjdunn! —exclamó el escirio, saltando sobre su propia piel, aferrándose a la toalla como si fuera un salvavidas. Sin embargo, su tono de reproche no afectó en lo más mínimo al vorniense, que se lo quedó mirando con una ceja levantada y un fajo de ropa en su mano derecha. Asher le siseó, irritado—. ¿Qué está mirando?

—No hay nada que mirar, escirio —suspiró el capitán, mientras entraba al baño rodando los ojos, y dejaba la ropa sobre el lavabo con un gesto cansado, como demostrando su punto—. Sé perfectamente lo que tienes entre las piernas, y no me interesa.

Asher arrugó el ceño y retrocedió un paso, intentando cubrir lo mejor posible su cintura desnuda o sus muslos. La toalla parecía cubrir solo lo esencial. Las gotas de agua goteaban desde su cabello mojado hasta su pecho, y se deslizaban hacia abajo, resiguiendo la delgada línea de músculos abdominales, antes de fundirse con la toalla.

—Podría aunque sea llamar —murmuró el escirio, con desagrado.

—Lo recordaré —terminó por concederle Bastián, con un gesto aireado de la mano. El capitán miró entonces hacia su cabeza por unos segundos, antes de negar suavemente—. Cuando salgas intentaré hacer algo con ese desastre. Y no intentes negarte.

—Puedo encargarme por mi cuenta —gruñó Asher, mientras llevaba su mano derecha a los mechones rubios que colgaban sobre su pecho, fríos y desordenados—. No estoy inválido.

—De hecho, sí lo estás —le respondió el vorniense, mientras caminaba fuera del baño—. Termina cuanto antes. Prepararé la estufa.

El escirio se mordió la lengua a riesgo de envenenarse, pero recordó las amenazas de aquel irritante capitán y se obligó a callar. Se frotó el cuerpo con fuerza, sintiendo que el bienestar que había sentido minutos antes se deshacía como nieve entre sus dedos.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora