Capítulo 15

12 0 0
                                    

Si alguien le hubiera dicho a Bastián hacía un mes y medio que iba a pasarse toda una noche durmiendo en una silla junto al lecho de un escirio dormido, le habría llamado loco y lo habría enviado de cabeza al señor Evis por una posible conmoción cerebral. Sin embargo, en eso se habían convertido sus últimos días, al parecer. Bastián se despertó algo confundido, los dioses sabían por qué, y se encontró de repente en aquella habitación medio vacía. La luz tenue del sol empezaba a escabullirse hacia el interior del cuarto, quisquillosa, iluminando la sábana blanca de la cama y aquella piel que apenas se distinguía de esta.

La espalda de Bastián se resintió y tuvo que estirarse para eliminar el entumecimiento y la rigidez de sus músculos. Había conseguido arrastrar un sillón viejo al interior de aquel cuarto, mejor que la miserable silla que había hasta entonces, y había conseguido dormir algo más cómodo por un tiempo, pero tuvo que pagar las consecuencias.

—Ah, ¿quién me manda a dormir en esta cosa? —empezó a decir el vorniense, gruñendo suave y acuchillando al sillón rojo y desteñido con la mirada—. Como haya pillado pulgas por su culpa, Blanca me va a arrancar hasta las cejas.

Su mirada aburrida cayó sobre la figura que reposaba todavía en la cama. Poco después de que hubieran hablado el día anterior, y contra cualquier intención del capitán, el prisionero había vuelto a dormirse. Se preguntó si había sido demasiado generoso con la dosis o si el escirio estaba demasiado cansado como para permanecer consciente. Ahora Asher descansaba con una tranquilidad envidiable, medio atontado por la medicación. Su pecho subía y bajaba a un ritmo acompasado, pero el ligero movimiento de sus pestañas hicieron evidente que no estaba del todo dormido. Las esposas habían desaparecido poco después de que se durmiera, y habían sido cambiadas por un grillete que conectaba su tobillo izquierdo a una de las barras de la camilla. El capitán podía ver la punta de los pies del escirio debajo de las sábanas. De vez en cuando sonaba el tañido metálico de la cadena rozando el metal de la cama.

Bastián miró entonces hacia el escritorio donde la noche anterior había dejado los informes y documentos que necesitaba rellenar. Estaba seguro de que le darían problemas una vez regresara a Valentia por todos los "errores" que había habido bajo su mando, así que se iba a asegurar de retribuírselos a sus principales causantes. ¿El anterior encargado del mantenimiento del cuartel? No lo había preparado ni cuidado correctamente. ¿Las carencias en armamento y provisiones? Alguien había tomado más de lo que le pertenecía. ¿La presencia de criminales por delitos sexuales en el ejército, asesinos, ladrones? Alguien no había hecho una correcta investigación de sus antecedentes, manchando el honor y el nombre del ejército vorniense. ¿El uso de novatos recién graduados en una zona fronteriza, cuando por lo general sus primeras misiones eran movimientos dentro del país? Alguien no había sido sensato al querer enviar a los más jóvenes a una posible misión suicida.

El capitán tenía muchas más quejas que devolver, tal vez así la próxima ciertas personas se lo pensarían dos veces antes de intentar ponerle la zancadilla, a riesgo de perder el pie. Apenas se había levantado para caminar hacia los informes de la mesa cuando un ligero murmullo le hizo detenerse. Sus ojos repasaron de arriba a abajo la silueta del escirio, todavía dormido en el lecho. Al ver que sus labios se abrían y su ceño estaba fruncido, Bastián se acercó para escuchar lo que decía.

Maidr, fahdu... Sha su vessi ismandi... —escuchó que el prisionero decía. Notó angustia en su voz, un ligero tono nasal, como un quejido en mitad de sus palabras seseantes—. Maidr, ascit... M-maidr...

Su sueño parecía muy ligero, y tras unos segundos, Bastián pudo ver el acero que enmarcaba sus pupilas. Las pestañas pálidas del escirio se batieron unos segundos, incómodas, y terminaron por abrirse del todo, pero el gris de su mirada todavía se veía oscuro, aturdido y borroso, con una ligera humedad que los hacía parecer dos inmensas canicas negras. El capitán reprimió un escalofrío cuando el piloto lo miró con esos ojos, brillantes y enmarcados por unos párpados enrojecidos, algo llorosos. Sin embargo, al observar cómo el escirio despegaba de él sus ojos, más consciente y suspiraba, solo pudo preguntar:

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora