Capítulo 6

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Los ojos del escirio se abrieron de nuevo, alterados, y su boca soltó un jadeo ahogado mientras intentaba recuperar el oxígeno. Su respiración, entrecortada, sonaba como un zumbido en sus oídos, y su corazón latía y hervía como un motor. Se sentía frío y húmedo, cubierto de sudor. Pero ya no estaba en el agua negra. Al mirar de nuevo la piedra ya conocida debajo de él, el prisionero lo supo. Nunca había estado bajo el agua. Nunca había salido del calabozo. Solo había sido una desagradable pesadilla.

—Felices sueños, supongo —dijo una voz. El escirio recordó que unas palabras lo había sacado de aquel lugar. Era el mismo timbre, el mismo tono. Al subir vagamente la cabeza, vio los ojos del capitán vorniense mirarlo con una ceja levantada. Este le dirigió una mueca de disgusto que rozaba la compasión bajó un par de capas de molestia, pero incluso asím se sacó algo del bolsillo y se lo arrojó al prisionero—. Estás lleno de lágrimas, toma y límpiate la cara.

El joven vio que se trataba de un pañuelo blanco de tela. El escirio arrugó el ceño y frunció la nariz como un perro, molesto y humillado, pero pese a eso se permitió agarrar el paño con su mano entablillada, ahogando un quejido de dolor. Bastián contempló cómo el escirio se frotaba el pañuelo por toda la cara, limpiando y arrastrando el cúmulo de lágrimas y mucosidad que el llanto en su sueño habían hecho de él. Cuando terminó el prisionero aún tenía los ojos hinchados y enrojecidos, pero al menos su rostro había recuperado el color.

El prisionero miró al capitán con inquietud, y alzó el pañuelo arrugado y húmedo. Bastián gruñó:

—Quédatelo. Lo necesitas más que yo.

El escirio terminó por bajar la mirada y volvió a cubrir su rostro del escrutinio del vorniense. Parecía irritado, posiblemente por vergüenza. El capitán suspiró y se sentó en el suelo frente al joven.

—Como te dije, el general Corell es un hombre con valores y ya había iniciado su investigación del asunto. A mala gana, porque los escirios no sois de su agrado —comentó Bastián, mientras se deshacía de la arenilla y el polvo que se había adherido a sus manos mientras se sentaba—. Aunque sería más fácil que colaboraras, aún podremos encontrar algo. Al parecer han estado pasando muchos incidentes en esta última expedición sin que yo supiera nada.

Bastián volvió a extender la mano hacia delante. El escirio la miró desconfiado, como de costumbre, pero sabía qué es lo que quería el vorniense. Dejó su propia mano entablillada y amoratada sobre la palma del enemigo, moviendo sus ojos a las interesantes piedras del suelo de la celda. El capitán era consciente de que el prisionero no tenía ni ganas ni intenciones de hablar, pero él siempre había hecho lo que quería y no le importaba la molestia que pudiera generar en otros.

—El médico ya me había informado que no parecías dormir bien. Supongo que te dará algo para eso cuando baje la próxima vez —dijo Bastián, mientras deshacía el vendaje de la mano del escirio. La inflamación había bajado un poco, pero los dedos seguían hinchados. El capitán los palpó ligeramente, vigilando las expresiones del prisionero, pero sabía que los huesos todavía no estaban soldados. Cuando notó que los ojos del escirio se entrecerraban por el dolor, suavizó sus movimientos y se apresuró a terminar. Notaba aquella mano pálida temblar—. El doctor Evis ya me ha informado de que vigile que estén bien alineados. Me ha dicho que en poco menos de dos semanas estarás como nuevo, pero tendrás que hacer algo de rehabilitación. A manos que sepas atarte los zapatos con una sola mano, claro.

—¿Acaso viviré en dos semanas? —murmuró el joven entre dientes, tan bajo que apenas sonó como un gruñido. Sin embargo, Bastián tenía un buen oído y captó sus palabras fácilmente.

—¿No crees en tus dioses, rubito? Calla y rézales un rato.

—¿Por qué no vas y les haces una visita de mi parte? —le escupió el joven, irritado, y siseó cuando Bastián apretó de más sus dedos mientras seguía examinándolo. Al levantar la mirada, el joven vio la luz fría en los ojos del capitán, que le indicó que había sido a propósito.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora