Capítulo 8

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Ahí estaba. Bastián sintió que su cuerpo se relajaba, complacido, y se inclinó hacia atrás por unos segundos, antes de regresar con más fuerza, balanceando la cabeza. Era un inicio. Aunque la cara del escirio estaba arrugada y sus labios se habían convertido en una rendija tensa y mordisqueada, como si un nuevo problema sin solución se presentara frente a sus ojos, todavía había podido avanzar en aquella dirección.

—Sigue —ordenó Bastián, mientras volvía a juzgar las facciones del joven soldado de la imagen. Como no escuchó palabra alguna, clavó sus ojos azules en los grises del escirio. Lo notó contrariado, dubitativo—. La única forma de ayudarte tanto a ti y como a él es contármelo. Si tengo que descubrirlo yo mismo, no...

—No serás tan amable —finalizó el escirio, con un suspiro irritado.

—Eso mismo —respondió el capitán, con una sonrisa ladeada y un resoplido, antes de hacerle un gesto con la cabeza, borrando la sonrisa de su rostro—. Y ahórrate el tutearme, Seshan, ¿quieres?

El escirio lo miró en silencio y apartó los ojos tras unos instantes, con un ligero gruñido que el capitán prefirió ignorar. Tal vez debido a la incomodidad, el joven soldado se removió en su sitio y clavó su espalda en la pared. Llevó su mano a su hombro herido, como si rememorara el dolor. Sus ojos grises bajaron hacia el resto de imágenes, pero al no ver nada reconocible volvió a echar un vistazo a la fotografía que el capitán sostenía entre sus dedos. No había error, y no sabía si sentirse aliviado de que su cabeza funcionara bien y lo reconociera, o disgustado porque aquel había sido justamente aquel el primero en encontrar.

—Nunca me tocó —confesó, pensando lentamente las palabras. Su ceño fruncido hacía más que evidente que no quería hablar de ello, pero al mismo sabía que debía aclarar cualquier malentendido—. Sigo vivo gracias a él. No quiero involucrarlo en problemas.

—Eso no es algo que puedas decidir.

El prisionero bufó, con las plumas erizadas, y levantó la cabeza con enfado por la negativa tajante y arrogante de Bastián.

—Entonces cerraré el pico.

El capitán resopló, divertido por el lamentable intento de desafío del rubio, que arrugaba inconscientemente sus labios, como un mocoso altanero. Era más entretenido verlo protestar, que no callado y encogido en un rincón. Aun así, el tono huraño del prisionero tanteaba peligrosamente los límites que el vorniense había trazado. Sabiendo que necesitaba de nuevo un pequeño golpe de realidad, Bastián suspiró:

—Escirio, parece que no lo entiendes. No es un favor hacia ti, es una investigación relevante para el honor de Helvorn —respondió Bastián, con una de esas sonrisas que no eran sonrisas, y Seshan presionó la pared de su mejilla con la lengua, fastidiado por la condescendencia en su voz. Bastardo arrogante—. Queremos capturar a ese hijo de puta por encima de cumplir o no los intereses del resto de implicados, y eso te incluye a ti. Lo queremos enjuiciado, y a ser posible, muerto. No es algo negociable; el castigo que reciban cada uno de los participantes será dictado por la ley de Helvorn, no por ti.

El prisionero no respondió, pero se notaba que las palabras serias del capitán habían terminado con cualquier forma de respuesta por su parte. Por la cara de desagrado que puso, el vorniense supo que su contestación no lo había convencido, y que la discusión no terminaría si no cambiaba de tema. Bastián levantó una ceja en su dirección, pero decidió dejar correr las faltas de respeto del joven soldado.

—Dijiste que te ayudó —apuntó entonces el capitán, arrojando el retrato sin mayores contemplaciones—. Háblame de eso.

El prisionero se detuvo por un largo momento, como decidiendo si era mejor hablar o no. Mientras tanto, el capitán vorniense se limitó a mirarlo, pacientemente, esperando sus palabras. Tras unos segundos eternos, Seshan sacudió la cabeza y decidió confesar poco a poco.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora