Capítulo 17

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El paso de los automóviles avanzaba por los caminos todavía húmedos con un ligero sonido fangoso. Los neumáticos salpicaban barro a su paso. El capitán conducía con calma, siguiendo la larga hilera de automóviles que se movían ante él. De reojo, veía cabello trigueño revolotear suavemente, enmarañado como un nido de oro. El prisionero reposaba en el asiento, mirando al paisaje cambiante. Sus ojos estaban fuera de su vista. Se preguntó si Asher estaría dormido.

El ronroneo suave del motor gobernaba el silencio. Bastián le echó un vistazo rápido al cielo, que estaba nublado y amenazaba con lluvia. Preferiría llegar a su destino antes de que se mojaran de lluvia o peor, de nieve; aunque ya habían pasado la temporada de nevadas, la frontera seguía sin ser segura.

Detrás de él, el capitán escuchaba la charla casi susurrada de los dos soldados. Manny preguntaba cosas que Geran respondía en silencio. El grandullón frotaba sus manos callosas, inquieto, sus ojos oscuros y pequeños clavados en la nuca estrecha del escirio, con una sombra de duda e inquietud en ellos. El otro hombre, mayor, parecía más tranquilo, pero su mano derecha tanteaba de forma inconsciente sobre el arma de su cinturón, tarareando sobre el mango. Bastián sonrió de medio lado, con los ojos de nuevo fijos en el camino:

—No os va a morder, Geran. No así como está —comentó el capitán, señalando con un gesto las esposas tensas del prisionero.

—Con los escirios nunca se sabe, capitán —dijo el oficial, clavando sus ojos castaños en la melena rubia—. Son traicioneros.

El capitán captó un ligero movimiento en uno de los dedos del escirio, que hasta hace nada se mantenían inertes con las muñecas enmanilladas. La cabeza del escirio se volvió ligeramente, sus pupilas repentinamente dirigidas al extremo inferior izquierdo de sus ojos afilados. No giró el cuello para mirar al soldado, pero el capitán sabía que estaba atento a lo que decía.

—Es fácil romper el metal, Bas —insistió Manny, algo aturdido. Los tres hombres lo escrutaron en silencio. Incluso el escirio miró por encima de su hombro, observando aquellas manos toscas. Dudaba siquiera que a aquel hombre le cupieran unas esposas.

—Yo lo veo bastante inofensivo —respondió Bastián, intentando calmar la tonta preocupación de su amigo—. Además, ¿qué puede hacer sin su avión? Miradlo, es un saco de huesos.

—No me preocupa lo que pueda hacer ahora, sino lo que hará después, cuando vuelva a subirse a esas malditas cosas —gruñó Geran, de mal humor—. Capitán, ¿por qué está aquí? Tendremos suerte si no nos acuchilla por la noche.

—Eso no es algo que os deba preocupar, Geran, Manny —respondió Bastián, con una tranquilidad que dejaba ver la cantidad de veces que había tenido que responder a esa pregunta. Dio una mirada fugaz a su derecha, donde sus ojos se cruzaron con el metal de los del escirio, que parecía casi aburrido. Con una sonrisa burlona, el capitán quiso bromear—. Aunque me pregunto si Escir enviará tan fácilmente sus aviones si saben que tenemos a uno de los suyos en nuestras manos.

—No enviamos a aviones sin motivo —masculló Asher con una voz baja y cansada—. Y un solo hombre nunca ha hecho la diferencia.

—No creo que eso sea importante, escirio —respondió Geran, sin tomárselo demasiado en serio—. Vuestras águilas no perderían nunca la oportunidad de bombardearnos.

Isdansigr representa a la familia real —masculló el prisionero—. Solo hay una. Y no está hecha para el combate. No bombardea.

—¿Isdanqué? —repitió el grandullón, sus ojos como pasas volando de Geran a Bastián, sin atreverse a mirar demasiado a Asher.

Ah, Sherkas... —suspiró entonces el rubio, cerrando los ojos en dirección al cielo—. Los continentales la llamáis el Águila. Isdansigr. Es el emblema de Escir y la nave exclusiva de la familia real, pero eso no la hace un arma. Tenemos otros aviones que se encargan de eso.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora