Capítulo 18

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Llegaron a Graz antes de que la lluvia se convirtiera en un verdadero problema, pero todos los que no viajaban en los coches con cubierta acabaron empapados. Bastián aparcó el automóvil y tanto Manny como Geran, en los asientos traseros, salieron sin necesidad de ningún tipo de comando. El escirio se limitó a esperar, sabiendo que el capitán lo sacaría de ahí en un momento. Mientras escuchaba cómo abría su puerta y murmuraba algo sobre sus huesos entumecidos, pudo aprovechar unos instantes para contemplar dónde se encontraban.

A diferencia del cuartel donde se habían alojado anteriormente, y el cual Asher no había podido ver hasta que el momento que lo abandonaron, en esta ocasión no parecía tratarse de un edificio militar, y su estilo arquitectónico se parecía más al florido y soleado vorniense.

Mientras el cuartel había seguido la tradicional forma fortificada esciria, con amplios muros de piedra oscura y estrechos ventanucos, donde la única decoración eran las propias vetas de la roca y el equilibrio y armonía natural de la estructura, el edificio ante ellos se parecía más al concepto que Asher tenía de una casona. De piedra de color claro y paredes cubiertas de yeso a pesar del frío, un tejado de tejas rojas y pardas, con una delicadeza exótica en el marco de las amplias ventanas, y de los arcos del gran portón. Era un edificio grande, casi tanto como el cuartel, y parecía constar de tres secciones distintas: una de ellas con tres pisos, y las otras dos se extendían a los extremos, cerrando la casona alrededor del patio. Parecía equilibrado, elegante y hogareño. Incluso había una planta trepadera en los muros que rodeaban la casa, que sobrevivía, floreciente, pese a las bajas temperaturas. Era extraño que se pararan en un lugar como aquel.

—Mejor que vuestras casas, ¿cierto? —escuchó Asher, que miró al capitán sin expresión. Bastián estaba de pie junto a la puerta del automóvil, con una sonrisa orgullosa en la cara. Se inclinó hacia delante para separar las esposas del escirio de la guantera, que se retorció intentando frotar la piel magullada—. En algo teníamos que ganar.

—¿De qué se trata? —preguntó Asher, observando de nuevo la curiosa arquitectura, cálida como un brillante girasol en un campo nevado, pero frágil como tal—. No parece un cuartel.

—No lo parece, no. Es una gendarmería —respondió Bastián mientras le abría la puerta y lo sacaba del auto. El rubio sintió las piernas entumecidas pese a que solo habían estado en el automóvil poco menos de dos horas. Él solía estar en la cabina de Isvifnadr hasta ocho horas sin resentirse—. Nos quedaremos esta noche en Graz y mañana partiremos hacia Bravia.

—Luce como una villa —comentó el rubio, mientras hacía rodar sus muñecas, incómodas, provocando todavía aquel tintineo en los grilletes. En ese momento, sintió la mano del vorniense en su espalda, y se sacudió—. No hace falta que me toque, puedo caminar solo.

—Tan huraño —suspiró el capitán, pero apartó el brazo y simplemente se colocó ligeramente detrás de él—. Solía ser una villa, sí. Pertenecía a una familia de condes hace cincuenta años, pero con la guerra de aquel entonces decidieron mudarse. El conflicto armado hizo que se necesitara un lugar para asentar a las tropas y al final se usó edificio, que estaba abandonado. A día de hoy, y aunque está algo alejado, se ha convertido en la gendarmería del pueblo.

Asher miró a su alrededor, dubitativo. No veía ningún otro tipo de edificio cercano, ni nada que indicara la presencia de población salvo el camino y las vallas que lo sorteaban, y que se extendían más allá de lo que sus ojos podían ver, internándose en un bosquecillo. Sin embargo, distinguió una bifurcación antes de adentrarse en la vegetación, pero el final no podía verse desde su posición. Con interés, repitió:

—¿Un pueblo?

Bastián reprimió un resoplido divertido, adivinando la razón por la que los ojos grises vagaban a su alrededor, buscando algo.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora