Capítulo 13

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Hola.

Este capítulo puede ser algo fuerte. Al menos he intentado que sea así. Contiene temas delicados como insultos, vejaciones, conductas violentas y agresiones sexuales. No es nada exagerado, pero puede herir sensibilidades.

A los que no les guste leer este tipo de cosas, saltaos el capítulo. Se puede entender lo que sucede con el siguiente capítulo.

A los que no les importe leer este tipo de contenidos, lo siento. He intentado ponerle todo el drama posible, pero es una parte que me ha costado bastante. Si tenéis cualquier sugerencia sobre la narrativa, pausas, espacios, lo que sea, agradecería que me lo comentarais.

Dicho esto, feliz lectura.


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—Oh, cariño, ¿me echabas de menos?

El escirio tembló sin poder evitarlo. Su espalda se pegó a la pared como si aquello pudiera protegerlo, con la esperanza de que la piedra lo cubriese como un manto. Pero aquello no era posible, y el trajín de las llaves en la cerradura lo hizo todavía más evidente.

La puerta se abrió con un gruñido bajo y lento, como una tortura, como aquel mal augurio que Seshan había sentido antes, y que ahora parecía reptar por su columna vertebral. Del corazón del prisionero solo se distinguía miedo, pero incluso así sus únicas palabras salieron como un siseo furioso.

—Que te jodan, hijo de puta.

—Ah, ¿no eres tú un especialista en eso, querida? —respondió aquel hombre, y su sonrisa maliciosa solo creció con sorna. Sus pasos hicieron que el escirio apretara los puños inconscientemente; ni siquiera el dolor repentino en sus dedos rotos lo detuvo.

Lo odiaba. Es más, la palabra odio era insignificante, comparada al caos que hacía hervir su sangre, tiñendo su mente de pensamientos con olor a sangre. Detestaba aquella sonrisa maliciosa, aquellos labios delgados, que parecían abrirse en su carne una herida grotesca cada vez que hablaba. Aborrecía aquella nariz aguileña y delgada, afilada como la aleta de un tiburón y aquellas cejas, arqueadas, altivas, con la arrogancia de un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya. Le asqueaba su cabello, que antes caía grasiento y flácido por su espalda como el lomo de una comadreja enferma, pero que ahora lucía corto, en un intento de esconderse entre el resto. Pero lo que más odiaba eran sus ojos. Ojos oscuros y pequeños, hundidos. Ojos que brillaban de astucia, de crueldad, con un placer insano y repugnante retorciéndose en sus pupilas turbias.

El tipo se acuclilló frente al escirio con una sonrisa que casi parecía tierna, y extendió una mano hacia él. El prisionero apartó el rostro con brusquedad, asqueado, sintiendo el sabor de la bilis invadiendo su garganta como una advertencia. Sin embargo, apenas había apartado la cabeza cuando una bofetada impactó contra su rostro, golpeándolo fuertemente contra la pared. Vio luces frente a sus ojos y tomó aire.

El Réquiem del CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora