What would I do without your smart mouth?

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John Watson despertó sobresaltado. Sus sueños siempre eran terribles, vestigios indominables que lo atormentaban noche tras noche con horrores indescriptibles de un pasado no muy lejano.

Parpadeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la inminente oscuridad. A lo lejos, el melancólico sonido del violín. Al parecer, Sherlock tampoco tenía una buena noche.

El detective era un noctámbulo empedernido. Su falta de descanso era un motivo de discusión constante entre ellos, al igual que su despreocupada nutrición. De no ser por la insistencia de Watson, el pelinegro dedicaría pocos segundos a la semana en ingerir alguna clase de alimento.

Estirando su cuerpo con detenimiento, meditó en silencio por unos segundos. Si Sherlock estaba tocando el violín, no era momento de molestarlo. Seguramente estaba enfrascado en su palacio mental.

Caminó sigilosamente hacia la cocina. El reloj marcaba las 3 de la mañana. Una taza de té y a la cama nuevamente, ése era el plan. Mientras esperaba que el agua adquiriera la temperatura deseada, observó a Sherlock. Estaba de espaldas a él, absorto en una melodía llena de notas graves y extensas. Lúgubre, pesada, gótica. Un espejo de su triste alma, oscurecida por la soledad.

John negó con la cabeza y volvió a su tarea. Té.

Tomó dos tazas y preparó la infusión. Volvió a observar la espalda de Sherlock antes de hablar.

- Hay té sobre la mesa, Sherlock

- Gracias John - respondió con voz profunda, sin voltear

John sonrió ampliamente, aunque Sherlock no pudiera verlo. Si él supiera lo importante que era en su vida. Si tan sólo pudiera mirarlo directamente a los ojos y decirle lo mucho que lo amaba. Negó con la cabeza y procedió a retirarse. Ya en su habitación, enjugó una lágrima. ¿Por qué, de entre todas las personas que deambulaban en la Tierra, se había enamorado de Sherlock Holmes? ¿Qué pecado había cometido para pagar semejante precio?

Hacía ya dos años que vivían juntos. Dos mágicos años llenos de violentas emociones que saciaban todas sus necesidades. Crímenes por doquier, acertijos que era necesario aclarar; las tímidas sonrisas de Sherlock, su armoniosa voz, su exquisita palidez: ésa era su droga. Y sí, realmente era un adicto sin interés de desintoxicación.

Se recostó con lentitud, cuando el violín volvía a emitir sus desgarradores sonidos. Sabía que algo andaba mal en la mente de su compañero de piso. Algo carcomía su mente con meticulosidad, y John no tenía la menor idea de qué podía ser.

Los penetrantes ojos azules de Sherlock fueron lo último en lo que pudo pensar antes de entrar en la tierra de Morfeo, donde podía poseerlo de mil formas, sin ninguna clase de pudor ni arrepentimiento.

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