Capítulo 12

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Lexa siente todas sus emociones a la intemperie, de manera desordenada y descontrolada; una revolución interna con la que no sabe cómo lidiar. 

No está segura si fue el hecho de abrirse a Clarke con parte de su historia o que finalmente se armó de valor para saber el motivo de la llamada que le trajo de regreso hasta aquí.


Suspira profundamente cuando su mirada recae en su casa, abandonada y vacía. Aquel lugar que encierra el dolor de una época, pero que también fue testigo de sus días más felices, esos cuando su madre todavía vivía.

No ha estado allí desde que lo hizo en aquel estado de inconciencia tan extraño y sin sentido que experimentó en sus días en el hospital, y ha habido veces que ha querido volver, pero nada parece empujarla a dar el paso final.

Siempre se queda paralizada e inerte frente a ella, escuchando susurros que le invitan a acercarse, pero a los que le teme; porque entre aquellas paredes se esconden sus temores más profundos y teme ser succionada por las sombras que se arrastran en su interior.

No está segura de que hacer, porque a veces siente que hay algo le sigue tirando hacía aquel lugar, pero otras, desearía tirar abajo cada pilar y muro a punta de golpes, para ver si con ello se desprende de los recuerdos que le agobian; o quemarla y dejar que se consuma hasta los cimientos, para ver si con ello desaparecen aquellos hechos que le marcaron para siempre.


Resopla con frustración, está molesta y cansada de sentirse así, en esa disyuntiva de no saber qué hacer, de no tener certezas, de no tener seguridad de sus pasos.

Sus días en Whitman ya no eran así y a veces lo extraña, porque allí estaba lo fácil, lo cómodo y controlado; y, a veces, todo cuanto quiere es volver y olvidarse que alguna vez volvió a pisar Rimbaud.

En cambio, aquí, están los constantes y sí. 

¿Qué hubiese pasado si su madre no hubiese muerto?

¿Qué hubiese sucedido si su padre hubiese estado para ella?

¿Qué hubiese sucedido si hubiese pedido ayuda?

¿Qué hubiese pasado si él no hubiese desaparecido?

¿Qué hubiese pasado si no se daba por vencida con él y no se iba?


Hoy, aquellas preguntas cobran más fuera que nunca, sobre todo la última, porque no puede evitar que la culpa la visite. 

Quince años es demasiado tiempo. 

¿Quién hubiese creído que él estaba vivo?

Sí, ella creyó que había muerto y aceptarlo fue la forma más fácil para decidirse a continuar con su vida y pensar en ella por primera vez; pero se pregunta si fue egoísta de su parte irse así.


Suspira ante el tumulto de emociones que se agolpan en su corazón, cambia el peso en sus pies y agarra con firmeza su bastón, el único soporte que tiene hoy en día para ayudarse a caminar.

Todavía se desplaza con dificultad y no puede mantenerse en pie por mucho tiempo, tiene que lidiar con su interminables terapias y controles, con los dolores, la torpeza y la lentitud de sus movimientos, pero su recuperación va progresando y aunque no ha sido fácil lidiar con ella, cada día su cuerpo está un poco mejor; y aunque todavía le queda mucho por superar, sabe que esos pequeños avances, esas pequeñas victorias, fue lo que le dio el valor para decidirse a saber más sobre su padre.


—¿Estás lista para irnos? —La voz de Clarke de pronto irrumpe sus pensamientos. Lexa asiente y sonríe queriendo disimular su estado, pero a su amiga no se le escapa la tristeza que hay en sus ojos; ella simplemente le corresponde la sonrisa y suspira sin querer, deseando poder decir algo, pero nada sale.

Un viaje inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora