Día 5: Dudas/Miedos

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Cuando Sherlock supo que estaba embarazado por primera vez tuvo mucho miedo. John y él apenas llevaban algunos meses saliendo cuando él supo que esperaba un bebé. Pero, a pesar de todo Watson recibió la noticia con gran felicidad, entonces los miedos de Sherlock desaparecieron. Cuando años después supo que esperaba a Alex sintió miedo y dudas. Ewan tenía dos años, era pequeño y constantemente reclamaba la atención de Sherlock más que la de John. Aun así, salieron adelante con su familia. Años después llegó Jamie y finalmente Isabella. Sherlock sufrió y tuvo mucho miedo cuando ella nació. Su parto sin duda fue el más traumático de todos y el miedo de perderla se apoderó de él haciéndolo sentir culpable ya que sentía que no se había cuidado como debía en su embarazo.

Luego de poco más de veinte años de su primer bebé, Sherlock nuevamente tenía miedo. Sabía las consecuencias de tener un hijo a su edad. Además, no dejaba de preguntarse, ¿qué sucedería con él si John y él faltaban? No eran unos jovencitos y la muerte rondaba en cada rincón acechando y esperando el momento de hacerse presente. Estaba seguro de que sus hijos cuidarían de su hermana, pero no era lo mismo. Un bebé necesitaba a sus padres, su atención y cuidados, pero sobre todo su amor.

Mientras acariciaba su vientre de ya seis meses se preguntó si John se sentía de la misma manera. No pudo evitar pensar en los problemas que tuvieron durante el embarazo de Isabella, John fue un padre ausente, pero ahora parecía estar intentando recompensar todos esos malos momentos y Sherlock estaba feliz por eso. El estómago de Sherlock rugió.

—Tú sólo quieres hacerme engordar, ¿verdad? —preguntó a su bebé—. Bien, iremos por algo de comer, pero será nuestro secreto —dijo mientras se levantaba de su lugar con un poco de dificultad debido a su condición.

Caminó hacía la cocina y buscó entre los estantes las galletas de chocolate que había comprado el día anterior. Frunció el ceño al ver que John las había guardado en el último estante, ese que ni él, a pesar de su altura, podía alcanzarlas, claramente lo había hecho con la intención de que Sherlock dejara de comer dulces por temor a que su azúcar en sangre aumentara. Pero Sherlock no estaba dispuesto a rendirse, quería esas galletas y las tendría.

Tomó una silla y la ubicó frente al estante para luego subir en ella con un poco de dificultad. Cuando tomó la bolsa de galletas sonrió triunfante, pero de repente algo sucedió. Hizo un mal paso al intentar bajar y, sin poder evitarlo, cayó de la silla. Su espalda golpeó con fuerza el suelo frío y un grito desgarrador salió de sus labios. Instantáneamente se llevó las manos a su vientre, quiso moverse, pero todo su cuerpo le dolía, las lágrimas no tardaron en correr por sus mejillas. La respiración se le cortó y fue imposible hablar.

—¡Papá Sherlock! —la voz de Isabella irrumpió en el lugar y al ver a Sherlock en el suelo corrió para auxiliarlo—. Papá, ¿qué sucedió? —le preguntó. Sherlock intentó hablar, pero no pudo hacerlo. Sin perder el tiempo Isabella tomó su celular y llamó a urgencias para pedir ayuda—. Estarás bien, la ambulancia llegará pronto. —Isabella sonrió en un intento de llevarle tranquilidad a su padre, pero por dentro tenía mucho miedo de que su hermanita y él estuvieran en riesgo.

***

La ambulancia tardó diez minutos en llegar, aunque para ellos se sintió como una eternidad. Los paramédicos controlaron los signos vitales de Sherlock y luego lo subieron en una camilla para llevarlo al hospital en donde los médicos podrían monitorear el estado de su embarazo. Isabella les pidió que los llevaran al hospital Barts en donde John trabajaba. Durante todo el camino Isabella no soltó la mano de su padre y, cuando llegaron corrió a su lado hasta que entraron a la sala de emergencias, una zona en la cual ella no podía estar.

Observó cómo se llevaban a su padre y se dejó caer en una de las sillas mientras se cubría el rostro con las manos. Tenía mucho miedo, en ese momento se sentía como una niña pequeña. Cuando supo que sus padres tendrían una niña fue feliz, pero luego las dudas se apoderaron de ella, ¿dejaría de ser la pequeña princesa de sus padres? ¿ya no le dedicarían tanto tiempo como antes? Sabía que era ridículo, pero no podía evitar sentirse así. Pero ahora que su padre estaba en peligro no podía hacer otra cosa más que rezar para que ellos estuvieran bien, no importaba si dejaba de ser la princesa de papá.

***

Cuando John recibió la noticia de que Sherlock estaba en urgencias por una aparente caída dejó todos los expedientes que estaba revisando y corrió por los pasillos hacía el lugar. Al entrar a emergencias buscó con la mirada hasta encontrarlo y sintió como si estuviera regresando al pasado: Sherlock pálido mientras se retorcía de dolor en la cama. El miedo que sintió hace quince años atrás regresó como un torbellino. A pesar de todo se obligó a ser fuerte y corrió hacía su esposo a quien le sonrió de inmediato y tomó su mano.

—Estoy aquí —le susurró. Sherlock volteó a verlo y John sintió que se le partía el corazón al ver sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

—Es mi culpa, no debí intentar bajar las galletas —respondió Sherlock mientras intentaba no llorar.

—No, yo debí ser más cuidadoso, lo siento —se disculpó John para luego besar su frente—. Estarán bien, yo los cuidaré —le prometió y Sherlock sólo pudo asentir.

No pasó mucho tiempo antes de que la ginecóloga que monitoreaba el embarazo de Sherlock se hiciera presente y de inmediato comenzó a revisarlo. Hizo un ultrasonido y, para tranquilidad de Sherlock y John él bebé se encontraba bien. Pero dejarían a Sherlock en el hospital, al menos por esa noche para asegurarse de que todo estuviera bien. Si las pruebas del día siguiente eran normales podría regresar a casa.

Trasladaron a Sherlock a una habitación en donde estaría cómodo y John pidió permiso para permanecer a su lado. Estaban platicando cuando Isabella entró al cuarto y suspiró aliviada al ver que su padre estaba bien. Corrió hacía él para sentarse a su lado.

—Tuve mucho miedo cuando te vi en el suelo —susurró ella—. ¿La bebé está bien? —preguntó apoyando sus manos en el abultado vientre de su padre. Sherlock le sonrió.

—Sí, ella está bien —respondió—. No sé qué hubiera hecho sin ti. —Sherlock colocó un mechón de cabello detrás de la oreja de su hija.

Isabella se mordió el labio inferior cuando este comenzó a temblar. Sherlock y John intercambiaron miradas, desde hacía unas semanas habían notado un cambio en el comportamiento de su hija, aunque ella siempre era tan reservada que estaban esperando el momento en que ella deseara compartir con ellos sus inquietudes. Pero al ver la mirada de tristeza de su hija decidieron que ya no podían seguir esperando.

—Bella, ¿te ocurre algo? —le preguntó John.

—No, estoy bien —susurró. Pero luego volvió a hablar—. Papá John, ahora que sabes que tendrás otra hija, ¿yo dejaré de ser tu princesa? —preguntó. Sabía que era ridículo, pero hacía semanas Ewan había plantado la semilla de la duda en ella sin proponérselo.

—¿Qué? Por supuesto que no. Tú siempre serás mi princesa de rizos dorados —le aseguró John mientras se acercaba a su hija y la abrazaba con cariño. Isabella sonrió al escucharlo llamarla de esa manera como solía hacerlo cuando era pequeña.

—Bella, a todos los amamos por igual, eso nunca cambiará, ¿está bien? —Sherlock extendió su mano y tomó la de su hija.

—Lo sé. —Sonrió. Isabella no tenía por qué dudar del amor de sus padres, ellos la amarían por igual así tuvieran veinte hijos más, no tenía motivos para tener miedo.

Los tres comenzaron a platicar, le preguntaron a Isabella sobre sus clases y cómo marchaba todo para la próxima presentación de su clase de baile. Fue agradable tener a sus padres sólo para ella, aunque fuera por un par de horas. En la noche sus hermanos llegaron al saber lo ocurrido y sus tíos llamaron para asegurarse de que Sherlock estuviera bien. Isabella contempló a todos, sabía que todos tenían miedo y dudas sobre lo que podría ocurrir en los próximos meses.

Pero ella quería creer que todo estaría bien mientras se mantuvieran unidos como la familia que eran. Rió cuando sus hermanos la abrazaron con cariño, entonces recordó cuando eran niños y jugaban todos juntos. Isabella pensó que, a pesar de que una nueva niña llegaría a la familia ella seguiría siendo la "princesa de rizos dorados" como su padre se lo había asegurado. Ya no tenía por qué sentir miedos y dudas, todo estaría bien. 

Inesperado •Johnlock/Agosto mpreg•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora