Día 7: síndrome de couvade

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John no recordaba la última vez que se había sentado tan enfermo. En lo único que podía pensar era en terminar de atender a su último paciente para irse a casa y descansar. A pesar del embarazo de Sherlock todo estaba relativamente tranquilo. Sus hijos estaban bien y no les daban problemas, la salud de Sherlock y el bebé estaban bien. Sabía que no había nada de qué preocuparse, aún así, no podía evitar hacerlo. Suspiró mientras esperaba a su próximo paciente y se miró las manos que ya lucían unas cuantas arrugas. Supuso que era normal, nunca le incomodó envejecer, era algo típico de la vida. Pero ahora que tendría una hija se preocupaba por lo que los demás pudieran pensar. ¿Cuándo su pequeña fuera al preescolar lo confundirían con su abuelo? ¿lo observarían extraño al saber que era padre de una niña tan pequeña a su edad?

Tantas preguntas sin respuestas eran lo que él pensaba lo estaban haciendo sentir enfermo, o quizás simplemente se debía al niño con gripe que le había estornudado días atrás, si era eso tendría que tener cuidado de no enfermar a Sherlock. Suspiró y llamó a la secretaría para que hiciera pasar a su próximo paciente, hizo una mueca de desagrado cuando se le informó que se trataba de un hombre con pie diabético que necesitaba una curación. Se pasó una mano por el rostro y se preguntó, ¿por qué las personas no podían hacer algo tan simple como cuidar sus pies?

Un hombre de casi cincuenta años entró al consultorio y John lo recibió con amabilidad, luego realizó algunas preguntas de rutina y procedió a iniciar con el procesamiento de curación. Se colocó los guantes y preparó todos los elementos necesarios, entonces le pidió al paciente que subiera a la camilla y se quitara los zapatos. Watson había realizado ese tipo de intervenciones miles de veces, pero ese día no fue igual. En cuanto vio las úlceras en los pies completamente infectadas y el olor nauseabundo a putrefacción sintió que su estómago se revolvía y algo subía por su garganta.

—L-lo siento... —fue lo único que pudo susurrar antes de salir corriendo del consultorio. Ignoró los gritos de la secretaría y entró al primer baño que encontró. Se cerró en el pequeño cubículo y se dejó caer frente al escusado. Entonces vomito. No supo cuánto tiempo pasó, jadeó cuando sintió su estómago completamente vacío, su garganta dolía y todo su cuerpo temblaba.

Obligó a su cuerpo a ponerse de pie, aun cuando sus piernas parecían no sostenerlo firmemente y se acercó hasta el lavamanos. Se enjuagó la boca y luego se mojó el rostro. Lucía horrible, estaba completamente pálido y ojeroso. Quizás lo mejor era tomarse unos días de descanso, había estado evitando hacerlo, pero no creía estar en condiciones para continuar, al menos no por unos días.

Cuando salió del baño Sarah lo estaba esperando. John se disculpó con ella, se sentía muy avergonzado por lo ocurrido, pero ella no estaba molesta, sino preocupada. Así que le recomendó marcharse temprano a casa y descansar, ella se encargaría de que otro médico se hiciera cargo de sus pacientes. Watson no tuvo más que palabras de agradecimiento con ella. Regresó a su consultorio para recoger sus cosas, para su buena suerte el paciente del pie diabético ya no se encontraba en el lugar. Al terminar de guardar todo se despidió de sus compañeros y se marchó del hospital con sólo una idea en su cabeza: descansar.

***

John llegó al edificio y al entrar observó las escaleras que llevaban al departamento, nunca le resultaron tan interminables como en ese momento. Las subió prácticamente arrastrando los pies y, cuando entró, el aroma a tarta de vainilla inundó sus sentidos. Su boca se hizo agua y no podía evitar pensar en cortar una rebanada y devorarla por completo.

Sherlock estaba terminando de ordenar la mesa cuando vio a John, su presencia le sorprendió ya que su esposo le había comentado que ese día no iría a almorzar ya que tenía demasiado trabajo. Aun así, su presencia lo hizo sonreír.

Inesperado •Johnlock/Agosto mpreg•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora