Capítulo IV: Unos trabajan, y otros, los naipes barajan (IV parte)

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Uno de sus compañeros de cuarto abrió la puerta de golpe y encendió la luz sin darse cuenta de que alguien más se encontraba en la habitación

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Uno de sus compañeros de cuarto abrió la puerta de golpe y encendió la luz sin darse cuenta de que alguien más se encontraba en la habitación. Dash estaba durmiendo en uno de los camarotes del lado derecho, deseando que la sirena no sonara hasta el otro día para continuar en lo suyo. Se apoyó en el colchón con uno de los codos y con la cabeza inclinada hacia la izquierda para ver qué era lo que estaba sucediendo. El muchacho le estaba dando la espalda, ocupado en resolver sus propios asuntos. Dash podía escucharlo murmurar en un tono suplicante que dónde se suponía que había escondido la bolsa.

De vez en cuando, veía hacia afuera para ver si alguien se aproximaba y luego regresaba a lo suyo. Iba turnándose para meter la mano debajo de las colchonetas; si no lograba dar con el objetivo, les jalaba el elástico a las esquinas del cobertor dejándolo al descubierto. Como último recurso, corría las tablas de las camas y luego dejaba caer el colchón sin tomarse la molestia de arreglar lo que iba desacomodándole a los demás.

No parecía estar teniendo mucha suerte en encontrar lo que estaba buscando. Hacía tiempo que Dash se había aburrido de seguirle cada movimiento; se había volteado con el rostro viendo hacia la pared, con la manta hasta la barbilla, y había intentado recuperar el sueño, pero no podía. La claridad todavía le estaba empeorando la migraña que sentía por el excesivo agotamiento. 

Oyó cómo el chico se acercaba hasta él, repitiendo el proceso que había hecho al principio. Comenzó a temblar bajo la cobija como un esquimal, pero sabía que no era por el frío que se sentía en la habitación.

—Oye, ¿tienes los doscientos dólares? —El chico movía las manos y miraba a varios puntos de la habitación a la vez. Era otro de los veteranos.

—¿De qué hablas? ¿Me ves cara de banco? ¡Aléjate de aquí! Ya escuchaste las reglas de ahora: no te puedes acercar a mi cama a menos que tengas mi permiso.

—Sí, sí. Henry puede decir muchas cosas, los oficiales o quien sea, pero creo que aún no te has dado cuenta del lugar en el que estamos. Pagas doscientos por dormir, hasta que te vayas. Así es como nos manejamos aquí, es una ley interna. Varios necesitamos ese dinero para comprar nuestra droga.

Murmuró algo incomprensible mientras se quitaba uno de los zapatos. Dash lo vio sacar un cuchillo pequeño del interior, con su respectivo estuche. Luego se metió una mano en la boca como si estuviese provocándose el vómito. Exploraba con los dedos cada rincón. El recluso hizo algunas muecas por unos segundos. Le mostró otra navaja del tamaño de un cubo de azúcar al sacarle la lengua y después lo volvió a ocultar con una risa traviesa, susurrándole que siempre habría alguna forma de hacerle entender a la gente lo que quería. El muchacho se le puso enfrente quitándole el estuche a la navaja de mayor tamaño; se movía con agilidad hacia ambos lados como si fuese un portero protegiendo la cancha.

—¿Y cómo voy a saber el día que saldré de aquí? ¿Cómo se supone que voy a saber dónde conseguir ese dinero? —preguntó Dash.

—Hay muchas formas de conseguirlo rápido, solo debes prestar atención. Entre más meses dejes pasar la deuda, se van acumulando intereses. Hay muchas personas por aquí que no llegaron vivas al cumplir el año. —Hizo una mueca despectiva y luego una sonrisa forzada, dejando caer los hombros en silencio como si de verdad se lamentara por ellos—. Así que más te vale ir empezando a buscar cómo ir ahorrando desde ya.

Un amor más profundo que el océano - [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora