Capítulo VII: Sarna con gusto no pica, pero mortifica (última parte)

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Le daba pena ver a su mamá con el maquillaje corrido, decaída, viéndolo irse con las maletas

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Le daba pena ver a su mamá con el maquillaje corrido, decaída, viéndolo irse con las maletas.

Dash siguió tocando la guitarra, pero escuchó a su papá bajando las escaleras. Fue tanta la incomodidad que sintió al ver a su hermana tensarse, por no saber qué estaba sucediendo al escuchar a su mamá llorando en el pasillo, que tuvo que cerrarle la puerta. Phoenix intentó captar los últimos instantes antes de que la puerta se cerrara. Dash se volteó y notó que su hermana seguía a sus papás con la mirada; ella también quería saber qué era lo que sucedía afuera. Él le sonrió, en un vano intento de restarle importancia a la amarga escena de la separación de sus padres.

—¿Papito está bien? —Ella señaló su mejilla e hizo como que le daba un beso en el aire, dándole a entender que creía que se había ido sin darle las buenas noches.

Dash le recordó que sí lo había hecho.

Phoenix se quedó con la mirada perdida en los detalles de la habitación. Se limitó a pestañear y señalar entre balbuceos objetos al azar. Escuchar su risa sentía que lo devolvía a la vida. A veces se reía por tonterías que ni hacían gracia, parecía estar perdida en su propio mundo. Daba la impresión de que le llamaban mucho la atención las postales de estrellas que tenía pegadas en toda la habitación, en especial en las paredes, que se alimentaban de la luz del sol y se iluminaban en la noche.    

—Papito —le dijo. Corrió hasta la puerta e intentó alcanzar el pomo. Seguro quería buscarlo.

Él se levantó y giró el pomo para que se fuera. Ella se tambaleó al dar unos pasos, como si apenas estuviera aprendiendo a caminar. Se cayó al suelo, pegando las nalgas, pero esta vez no lloró. «¡Upa!» se dijo a sí misma al estirar el trasero y apoyó las manos en el suelo para ayudarse a agarrar impulso, hasta que se puso de pie. Dash la siguió para ver qué hacía. Se rio al escuchar a Phoenix pegar un grito de alegría con esa voz aguda y chillona de los bebés al reconocer que el carro de Trey todavía seguía allí. Ella le jaló el pantalón del pijama y le pidió que la subiera al alféizar. Como la ventana del segundo piso seguía entreabierta, el motor del carro todavía les confirmaba que su papá estaba afuera.

Suspiró, llevándose las manos a la cabeza. Se sintió impotente, porque era incapaz de llevársela de allí por voluntad propia. De todas formas, era una niña. Hacerle entender el motivo de la situación era difícil, así que tuvo que dejar de insistirle que entrara en la casa. Su papá le aseguró que no había problema en dejarla un rato con él.

Phoenix seguía hablándole, pero Trey ya no le estaba respondiendo. Solo se limitaba a abrazarla, porque si se forzaba a hablar parecía que iba a llorar. Y efectivamente lo hizo: Dash lo vio limpiarse algunas de las lágrimas que corrían por sus mejillas. Las gotas se deslizaban sobre los hombros desnudos del pijama de Phoenix, pero ella se estremecía al sentir las gotas y se reía.

—Te quiero muchísimo, Phoenix, y a Dash también.

Trey le agarró las mejillas y la vio a los ojos, intentando que nunca olvidara la importancia de esas palabras. Ella asintió, pero no parecía tener idea de lo que le decía, solo se limitaba a verlo en silencio.

Un amor más profundo que el océano - [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora