Capítulo IV: Cada palo aguante su vela (II parte)

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Dash desenredó los mugrosos mechones dorados de su cabello e inclinó la cabeza hacia el lado derecho

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Dash desenredó los mugrosos mechones dorados de su cabello e inclinó la cabeza hacia el lado derecho. En la puerta estaba pegada una imagen con el ícono de un muñeco bañándose, arriba decía: «Uso exclusivo para nuevos reclusos»; abajo estaban escritas las reglas que los usuarios debían de tomar en consideración antes de entrar. 

A la par de las duchas, estaban unos cuatro ventanales abarcaban toda la pared; desde allí se veían las siluetas de algunos militares en las torres de vigilancia, atentos al movimiento de los presos. En esa misma dirección, detrás del mostrador, había otra puerta. Por dentro se podía ver la mitad de una ventana rectangular con un fondo blanco; supuso que ahí le tomarían los datos personales, como había hecho al llegar a la comisaría la noche anterior. No había nadie utilizándola en ese momento. Al parecer, era el único preso de su grupo que se había quedado atrás. Ya ni siquiera conservaba la garantía de poder compartir una celda con sus antiguos compañeros, y eso le atemorizaba.

—Aquí tienes tú cartuchera, por fin la encontré.

Dash le estrechó la mano a como las esposas se lo permitieron y le agradeció por haberse tomado la molestia de haber recogido la cartuchera con sus implementos de higiene; se alegró de haber llevado consigo algo que le recordara a su familia. Cojeó hasta las duchas, soltando breves respiraciones, como si estuviera corriendo hacia el océano con el sol quemándole la planta de los pies por el dolor que le provocaba el esguince.

El lugar estaba dividido por un muro; a la izquierda estaban las regaderas, y a la derecha, los baños. Se desviaron hacia la izquierda, donde había cinco cubículos donde podía bañarse, todos de color lila. El diseño de las puertas se asimilaba a las de un bar en el viejo oeste en una película de vaqueros; con solo verlas apenas creía poder cubrirse las partes íntimas. Los lavabos estaban frente a las duchas con el espejo empañado. La cerámica de las paredes era de color blanco y el suelo tenía una especie de moqueta azulada. Se le permitió colocar la ropa en una banca de acero cerca de las duchas.

—Necesito llevarme tú ropa, aquí en la banca de una vez te dejo el nuevo uniforme —le informó el policía.

El hombre le quitó las esposas, le puso en el suelo unas sandalias plásticas. Dash entró en el cubículo a desvestirse; se liberó de su viejo uniforme y se lo pasó por arriba. Escuchó que el oficial se sentaba a esperarlo en las bancas del frente. Se deshizo del calcetín del tobillo que tenía dañado y se agarró la pierna afectada como si se hubiera golpeado el dedo chiquito del pie; tareas tan simples le estaban sacando las lágrimas. Cada movimiento que hiciese, fuese leve o algo más brusco, se sentía como si le hubieran enterrado un tornillo en la fisura de hueso. Las medias se fueron a la bolsa, dobladas de adentro hacia afuera; desde luego todo tenía que pasar por el escrutinio de las autoridades. 

Extendió los brazos esperando que el chorro de agua cayera. En otro momento hubiese brincado como un mono al sentir el agua helada golpearle la espalda, pero estaba tan lastimado que lo único que pudo hacer en ese instante fue volver a apretar los labios como si estuviera reprimiendo una risa infantil. Como el peso de su cuerpo recaía en un solo pie, avanzaba a un ritmo muy despacio y no creía estarse bañando bien por esa razón. Tenía poca tolerancia al dolor; la esponja le rozaba la abertura de las heridas como si estuviese restregándose con un cactus. Se estremeció al sentir un escalofrío que le hizo palidecer al ver el montón de sangre escurrirse por el coladero, como si se deshiciera del cuerpo de alguien.

Un amor más profundo que el océano - [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora