Capítulo XI: No digas que lloverá, hasta que truene (XII parte)

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La profesora, dijo unas palabras en inglés y después cambió al español, llamándolos por aparte

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La profesora, dijo unas palabras en inglés y después cambió al español, llamándolos por aparte. Cuando alguno terminaba de realizar la prueba, debía retirarse para evitar hablar de ello. Quien abriera la boca, o le diera a entender que ya se había enterado, tendría serias consecuencias.

Dash se quedó repasando, sentado en uno de los muros de las zonas verdes, esperando su turno. La profesora le cedió el permiso a Leah de llevarse a algunos. Todos parecían estar al corriente.

—Ustedes y yo tenemos una situación pendiente —sentenció, con las manos atrás de la espalda, dirigiéndose al resto de sus compañeros—. Acompáñenme. No tardaremos demasiado.

Terminó por hacerle un gesto con la mano, diciéndole que había llegado el tiempo de su prueba. Se sentaron en una cafetería, en otro escenario del que hasta entonces sabía de su existencia. Enfrente tenía el sobre. La mujer puso las manos sobre los libros y se inclinó hacia adelante.

—La vida no viene con instrucciones, y este examen tampoco.

—¿Cómo? ¿A qué se refiere? —musitó Dash, frotándose la sien, casi desvanecido en la silla.

—La realidad de aprender un idioma involucra varios factores y puede llevar muchos años hacerlo. El verdadero conocimiento se llega a adquirir al interactuar con la gente, en el día a día y empeñarse en entender de dónde vienen, su historia, su cultura y, sobre todo, cuál es su jerga. Rara vez sus situaciones o el vocabulario, será igual al de la teoría, que aprendemos en la clase. Hoy quiero hacer algo parecido: te pondré a prueba en diferentes entornos, aplicando lo visto. Traducirás, en otras situaciones tendrás que interpretar, y así podría seguir. Todo puede pasar.

—¡¿Interpretar?! ¡Ahora entiendo por qué no quería a ninguno comentando nada sobre la prueba!

—La mayoría ya lo hicieron, y sobrevivieron. Esto no es nuevo. De todas formas, aunque alguien hubiese soltado los frijoles, las situaciones que les he asignado, siempre serán distintas.

—¿No puede hacerlo más fácil? —Se le colgó de la mano, pero ella se zafó, reanudando el paso.

—No, Dash; y ya no más inglés. ¿Listo? ¡Hasta luego! Te buscaré cuando se termine la prueba.

—¡No, espere! —Corrió tras ella, con la respiración entrecortada—. ¿Cómo sabré qué quiere?

—Mira, no puedes salirte de los parámetros de este escenario; esa es la única condición. Tampoco puedes estar buscándome, o viendo el reloj a cada rato. Vendré por ti al final.

—Pero ¿dónde busco a las personas? ¿Ellos llegarán dónde estoy? ¿¡Cómo funciona esto?!

—Fluye con lo que salga. Pasea, sé observador... Aquí nunca sucede algo porque sí. ¡Suerte!

—Gracias, profesora, eso es de mucha ayuda —refunfuñó, tomando la dirección opuesta.

El lugar donde se encontraba estaba inspirada en Cartagena, un pueblo costero de Colombia. Sin embargo, los letreros y ciertas utilerías que le daban vida al lugar se inclinaban a la ficción. La fachada de sus centros comerciales, hoteles y casas, eran de antaño y con colores llamativos. No había mucho espacio entre cada construcción; tenían una terraza angosta, con plantas aéreas. Gracias a la profesora de Literatura, sabía que Gabriel García Márquez, se inspiró en el pueblo incluyendo su gastronomía, como el patacón, las arepas de huevo o dulces de tradición africana. Muchos vendedores, imitaban la realidad, siguiendo las tradiciones familiares de recetas típicas. En los muebles, se veían colocadas las torres de recipientes con los frutos, nueces y cajetas. De vez en cuando veía un caballo de raza jalando un viejo carruaje, con una pareja o su familia. Las calles de adoquines eran estrechas, apenas tenían espacio suficiente para dos carros en medio.

Un amor más profundo que el océano - [borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora