𝐽𝑜ℎ𝑎𝑛 𝐿𝑖𝑒𝑏ℎ𝑒𝑎𝑟𝑡.

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Azul como el claro cielo.
Azul como una llama de fuego, luciendo descaradamente como el ardiente infierno.

Así eran sus ojos.

Un ángel maligno. La existencia del ser más hermoso que pisó el mundo, ángel que usa su apariencia para hacer daño.

¿Un ser así, no debería de lucir horrendo? Una pregunta atractiva, pero su respuesta es sólo la prueba para saber qué tanta malicia tiene la humanidad...

El ser más bello puede ser un diablo.
Las apariencias engañan.

El es un ángel con alas rotas. Alas las cuales están destilando sangre en descomposición, pero aún así viéndose sublimes. Es un ángel que así como causa daño, también está sufriendo.

Es un ángel monstruoso, cruel.
Sí, también es un monstruo.
Él es todo. Puede fácilmente fingir ser el hombre más amable, bondadoso e inocente, y luego ser el mismo diablo, luciendo una sonrisa llena de crueldad, satisfacción por el daño causado, unos ojos repletos de maldad pura, agonía y tristeza.

Él vino a éste mundo ya siendo alguien cruel. Él vino aquí a dañarte.

Vino a éste podrido mundo, a causar terror. Y luego, él cambiaría al mundo, para entonces, morir y así que nadie sepa quién fué o si al menos existió.

Porque él solo es un fantasma, una sombra que se cierne sobre su víctima, para causar horror y miedo.

Su rostro es como un lienzo pintado por un artista que adora su profesión, su falsa, pero perfecta sonrisa, es un una expresión digna de ser admirada, la cuál puede cambiar a ser una de horror, causando miedo y pánico para quién la contempla.
Su figura en la esquina de una habitación, es tan imponente que me hace sentir pequeña e indefensa, como un conejo siendo espiado por un lobo feroz.

No tiene nombre, no tiene una identidad. Su presencia puede ser la más ligera, a la más pesada. Su aura... Su cuerpo en una habitación... Todo puede cambiar sí él lo desea, si está a su favor.

Él me cautivó, me colocó un hechizo. Me tiene en las palmas de sus manos.

Me devoró como una presa, me mostró el final del mundo con tan sólo mirarme a los ojos.

Cualquier movimiento que hago, palabra que sale de mi boca o acción que realizo, todo está viendolo desde arriba, porque mis hilos él maneja.

Su voz y sonrisa me tienen borracha, me usó, me mantuvo allí, me destrozó sólo con la finalidad de que él mismo volviera a juntar mis piezas, parte por parte, las pegó con su sangre. Me construyó, pero sólo para volverme a romper una y otra vez.

Soy suya.

Me hizo caer ante él, y... ni siquiera pude poner resistencia. Ante él soy débil. Me tiene así, sumisa y con la cabeza abajo, guardándole respeto y devoción, cómo un santo.

¿Debería de odiarlo?

Sí, debería de odiar el efecto que causa en mí.

Debería de odiar el monstruo que es.

Debería de... Debería de querer que esté muerto.

Pero no puedo. No puedo, no quiero.

Él causó que amara el dolor que inflige en mi, hace que... me sienta viva. Logró que me regocijara en la crueldad que emana.

No puedo vivir sin él, lo necesito tanto como un ser humano necesita respirar. Mi cuerpo, razón y corazón persiguen sus manos, su toque perfora mi alma, suave y lentamente. Soy una carnada dispuesta a ser devorada por él.

ᴏɴᴇ sʜᴏᴛsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora