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Longitud del libro: 26.000 palabras


—Venga, mañana será tu día de suerte— John escucha decir eso a su padre todos los días, y como es lógico ya no se cree esas palabras. El mayor está sentado a los pies de la cama, mientras el hijo está con la espalda apoyada en las almohadas y enredado en las sábanas. —Es la tradición, y no quiero presionar, pero... te queda poco tiempo.

—Perdona, papá— se disculpa sabiendo que tal vez su padre se encuentra algo agobiado por encontrar un buen pretendiente. —Respeto la tradición, pero no he encontrado a nadie. Tal vez no existe una persona para mí.

El mayor apoya su mano en el hombro del más joven y le apoya con unas palabras. —Eso es porque eres muy bueno para casarte con un hombre cualquiera. Necesitamos encontrar a lo mejor, no solo un interesado en dinero y un buen estatus—. Insiste Henry—.Nadie nunca será suficiente bueno para ti. Solo queda continuar intentando—. El mayor de los Laurens se levanta y camina por la habitación mientras John se quita los zapatos con cuidado para dejarlos al lado de la pata izquierda de la cama. Desde niño prefería ir descalzo o con calcetines, aunque le regañaban por ir con los calcetines blancos descalzo. —Al menos cambiaste un poco la tradición. Para tu suerte no tienes que casarte con ninguna muchacha.

—Papá... llevo cuarenta y seis. Ninguno ha sido el ideal. No me terminan de convencer—. Asegura estirando sus rodillas un poco. —Creo que me da miedo casarme con alguien que no conozco muy bien— comenta pasando su mirada a una vela que se consume lentamente y piensa en la difícil decisión que tiene que tomar en un tiempo limitado. Como un reloj de arena, que parece que cae lentamente pero cuando te das cuenta el tiempo se está agotando y le queda menos de lo que le gustaría. Cualquiera pensaría que hasta los dieciocho hay tiempo, pero ya tiene diecisiete.

El proceso es bastante complicado. En primer lugar, tiene que presentarse el chico, y para ser posible, de una edad aproximada. También es importante la aprobación de Henry y la del propio John. Además, de que pueden poner a "prueba" a los candidatos. Por ejemplo: John puede pedir una especie de cita donde todo es legal, claro, dentro del ámbito amoroso no en el de crímenes. Realmente el joven no es muy partidario de eso y simplemente le apetece conversar con ellos, aunque algunos van con otras intenciones, que, rápidamente él descarta de su lista de candidatos. —¿Te puedes creer que menos de veinte han llegado a tener una conversación "normal" conmigo?

—Tal vez el cuadragésimo séptimo va la vencida—. Anima el hombre volviendo a acercarse a la cama lentamente—.Deberías descansar ya que mañana será un gran día—. El hombre está completamente seguro de que es imposible que no haya nadie en este mundo. —Así que, acuéstate ya ¿sí?— El más joven de ambos obedece las ordenes y con cuidado aparta el edredón de plumas, algo pesado pero calentito. Apoya su cabeza en la suave almohada y se acomoda con delicadeza. Sonará estúpido, pero tales lujos han llevado que incluso debe tener una pose específica para dormir, al igual que para sentarse, estudiar, trabajar y mantenerse de pie. Henry se acerca a la vela y con el apaga velas tapa la llama evitando que salga el humo, y, de nuevo, con delicadeza deja el pequeño objeto en la pequeña bandejita de plata cuyo único uso es ese. —Buenas noches—.

John ve a su padre salir por la puerta, ya que, aunque en la habitación esté a oscuras, en el otro lado de la puerta toda la casa sigue aún despierta. Cuando el hombre cruza la puerta, el joven saca su almohada de su cabeza y se la estampa contra la cara. Es verdad, no quiere ver ni a una persona más. Recuerda como su padre le contaba de pequeño que su madre y su padre se conocieron a la primera, su hermana también, y sus otros hermanos igual. Mientras, él, se ha topado con todo tipo de hombres raritos, mal hablados, demasiado perversos, brutos y con gustos peculiares. Es duro pensar que no puede conseguir su único propósito en la vida. Ni siquiera debe heredar las tierras de su familia, no es ni el hermano mayor, solo debería casarse y tener una supuesta vida feliz. Por ende, su mayor preocupación es casarse con Dios sabe quien y que esa persona tenga que convertirse en su vida entera.

Dentro de sus estándares, que no cree que sean tan estrictos, él solo piensa en un par de cosas: no le importa que se interesen en el dinero, tal vez solo quiere que además del dinero les importe tener algo más; la amabilidad también es importante; el físico no es lo que más le interesa; sin duda también quiere que se pueda mantener una conversación con esa persona. Sin duda, ha empezado a pensar que desea algo imposible y que se tendrá que comportar con alguien que tal vez solo busque algo material.

No está ilusionado por el día de mañana, será lo de siempre, un par de papeles en la mesa, él sentado durante horas en una silla viendo a distintos chicos que se presentan y cuentan sus planes. Uno de los más interesantes fue un alemán cuyo plan era hacer una empresa de etiquetas para el ganado, tal vez solo se le hizo a John gracioso y le dio una oportunidad. Prefiere no recordar lo que pasó después.

Vuelve a colocar su almohada en la cabeza y mira al techo, donde cuelga un candelabro enorme y lujoso que, cuando hay visita o simplemente le apetece estudiar, leer, o cualquier otra cosa; los sirvientes encienden meticulosamente. Las velas del candelabro, son cambiadas incluso si no se han consumido solamente para que quede más estético, y también se limpia subiendo a unas escaleras. Laurens cree que podría sobrevivir en una casa más pequeña, donde no hiciese falta personal trabajando y todas aquellas cosas. No todo el mundo tiene dos salones de baile, tres bibliotecas, cinco comedores, salones, escaleras hermosas que llevan hacia las múltiples plantas, galerías, un jardín interior... Incluso el propio John cree que no conoce toda su casa de memoria.

Cuando se da cuenta, han pasado unas dos horas desde que está pensando, y, justo la puerta se abre y una chica joven entra a la habitación con una pequeña luz del candelabro. —Disculpe si está despierto— dice la muchacha al notar como el joven se ha movido ante el pequeño ruido de la puerta. —Su padre me dijo que usted ya debía estar dormido— afirma la muchacha caminando hacía la puerta del vestidor de la habitación. —El señor me dijo que le prepare bien la casaca terracota para mañana. ¿Quiere la camisa blanca, señorito?

—No se preocupe, madame, puedo prepararlo yo—. Asegura Laurens levantándose. —No hace falta que me pregunte siempre, confío en sus gustos—. Le dice a la muchacha que siempre solía preguntar si prefería las flores del jarrón rosas o blancas, las velas del candelabro blancas o beige.

—Entendido— dice la muchacha dejando en la percha la ropa para mañana del joven y sale por la puerta inclinándose un poco ante el joven, pero Laurens le para un segundo.

—¿Me dejaría un momento encender mi vela?— Pregunta Laurens acercándose a la muchacha para pasar la llama de una mecha a otra. —Muchas gracias— dice viendo de nuevo el candelabro encendido que antes había apagado su padre. Ahora retomará un nuevo plan, leer hasta dormirse. 

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora