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Es fantástica la nueva vida.

Si quiere algo solo tiene que llamar. Puede ver la gran casa alumbrada con enormes candelabros colgados de los altos techos todos los días. A la hora de la comida no le importa tener: el plato de pan y el cuchillo de mantequilla; las tres copas de agua, tinto y blanco, respectivamente; los cubiertos de postre; los dos tenedores... Miles de cubiertos por la que no se tiene que preocupar.

Ya no tiene que pasar el día limpiando, y agradece no tener que hacerlo en aquellos enormes suelos.

Esa casa es más de lo que nunca había soñado: tres salones de baile, dos bibliotecas, siete despachos, cuatro comedores, incontables salas, enormes escaleras de esas de cuento y más de las habitaciones que él podría usar en toda su vida. —¡Mamá, es magnífico!— Grita Alexander hablando con su madre en mitad de uno de los salones de baile. —Esto es como un gran palacio. Nunca había imaginado vivir en un lugar así..—. Da vueltas al lugar emocionado viendo un candelabro de piedras preciosas que está sobre su cabeza. —Nos vemos tan bien, hemos comido más que en toda nuestra vida—. Explica el joven viendo en un espejo el hermoso vestido que lleva su madre digno de una mujer de la nobleza.

El salón de baile que está preparado para más tarde, en la celebración, con el suelo que refleja mil veces más que el espejo. Hay varias mesas en las esquinas y una de las puertas del lugar da a un balcón directo al jardín que siempre está iluminado. Está ansioso por ver todo. —Escucha, sé que esto es maravilloso, pero no sé te tiene que subir a la cabeza el dinero.

—Ya lo sé—. Reprocha Hamilton. —Es que nunca he tenido nada así...

—Simplemente, no dejes de hacer lo que siempre haces. Continúa escribiendo porque tienes futuro. Y lo más importante, trata como quieres que te traten—. Recuerda la mujer viendo cómo su hijo se fascina con el lugar.

El pelirrojo mira a su madre y asegura que ella le educó muy bien y que seguirá siendo el mismo de siempre aunque lleve sobre su cuerpo ropaje de calidad mayor. Ha aprendido a bailar durante su estancia allí, varios modales (no tan estrictos como los inculcados a los jóvenes de la familia de la tradición), entre mil cosas más.

En un lado de la sala hay un gran piano de cola junto a un cuarteto de cuerda preparado para ser tocado en la noche. Por toda la casa hay bastantes instrumentos así que cree que debe de ser una casa donde la música está valorada. Motivo que le ha llevado a tomarse muy enserio el baile.

La ceremonia está a poco de empezar, apenas ha dormido en la noche y carga bastantes nervios. Lo último que quiere hacer es liarla o dar una mala impresión. Sabe que habrán muchos invitados y es lo que menos le gustaría hacer.

También han cambiado absolutamente todas las cortinas de la casa para que el lugar quede decorado con los colores de la ceremonia. Hay flores por cada parte y hermosos ramos que ambientan de una forma fresca el lugar.

—Estás muy loquito— dice la mujer viendo cómo el joven se expresa con emoción y sale al balcón. —Te vas a caer a ese paso.

—¡MAMÁ!— Reprocha Alexander. —Las vistas son tan bonitas...

Además de verse el enorme jardín que parece terminar por el horizonte hay unas montañas de fondo que por la luz parece que sena de color morado y rosa. Le sigue fascinando el jardín, ya que, él mismo ha paseado múltiples veces por ahí con John y parece todo el lugar un enorme bosque con variedad de plantas de todo tipo. Incluso una reserva natural.

Una ave se para en el balcón y Alexander intenta saludar al pajarito azul, que, en un principio está tranquilo hasta que de la nada entra Anacleto, el gato de Henry espantando al pequeño animal. —¡Anacleto!— Hamilton toma al gato en sus brazos y empieza a ronronear. —¿Por qué has espantado a Fermín?

—Hijo, ¿Por qué le has llamado Fermín a un pájaro salvaje?— Pregunta su madre saliendo a su lado.

—¿Por qué no?

—Baja al gato que te estás llenando el traje de pelo de gato. No quiero que el día de tu boda vayas hecho una selva—. Dice acariciando al felino.

—Mamá, si estos gatos tienen mejor vida que yo. Los peinan cuatro veces al día, no sueltan ni un pelo. Míralo, sus ojos brillan más que mi futuro—. Intenta tomar al gato boca arriba para rascar su pancita y d els nada Anacleto salta por el balcón. —¡ANCLETO!— Grita Alexander mirando al suelo con miedo de que el gato haya muerto por caer de un tercer piso. Por suerte todo anda bien cuando el gato maulla con fuerza y vuelve a trepar por la pared usando las decoraciones que cuelgan y se va con toda la tranquilidad del mundo. —Ya había visto que el señor Henry iba a terminar conmigo.

Ambos entran dentro y cierran la puerta de cristal y madera pintada de blanco debido a la hora. Aunque también por el incidente del felino.

—Te caías tú o el gato—. Asegura la mujer dándole un pequeño golpe en la nuca a su hijo.

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora