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—Jack, ¡¿cómo se te ocurre separarte de Alexander en la ciudad?!— Grita Henry furioso. —¿Sabes lo que te podría pasar si estás solo?— Dice preocupado por su hijo. —Ya conoces lo que le pasó a tu madre, nunca os dejaré ir hasta allá solos... Ni a ti, ni a Alexander—. Suspira y mira a su hijo para continuar con el regaño —¡La ciudad es peligrosa para ti! ¡Ya lo as comprobado! ¡Destacas entre todos eres un chico de aquí, un chico cuidado, alguien que...!

—Papá..—. Se queja John. —Lo siento..—. acaba por aceptar su error. —Sé que debo ir con Alexander, no tengo que ir solo ni...

Henry suspira apoyando su para en sus manos. Mientras John mira a los libros que parece que su padre ha vuelto a ordenar. —Sé que cuando Alexander pidió el paseo no era su intención. También me alegro de que hayas solucionado un poco tu inseguridad—. Asegura Henry. —Pero por Dios, Jack, no vuelvas a hacer eso. Eres una persona a la que te puede pasar cualquier cosa, recuerda el alemán.

—¡No me recuerdes al alemán, que vergüenza!— Dice sonrojándose y Alexander le mira preguntando qué pasó con el alemán.

Henry se prepara para explicar, pero John le interrumpe. —Calla—. regaña a John. —Resulta que el alemán se quería ti...

El rubio interrumpe a su padre de un grito. —¡Papá! Alexander, yo te explico después—. Comenta avergonzado.

—Bueno, chicos, ya os dejo con vuestras cosas. Recuerden llevar cuidado. Y, Jack, ¿alto con lo que hablamos ayer?— Dice para saber si recuerda todo de lo que hablaron ayer cuando John termino con sus tareas. —Hay que estrenarse.

—Sí, papá—. Contesta desganado saliendo del lugar junto con Alexander que en ese punto ya había cruzado la puerta.

Alexander toma las manos de John y le mira con dulzura. —Perdona... No debíamos ir allí. Pensé que como Peggy solía escapar a la ciudad nosotros también podríamos hacer eso—. Comenta algo decepcionado por el fracaso de su plan. —Ella dice que le gusta salir de vez en cuando de su rutinaria vida—. Yo de verdad...

—No te preocupes, está bien—. Asegura John sonriendo un poco al joven.

—Tenemos tres días casados y ya casi te mato, no paro de liarla y... No sirvo para una vida así—. Asegura mientras nota como los brazos del rubio lo rodean con delicadeza.

—Eso no es cierto—. Intenta advertir John. —¿Insinuas que no parar de liarla es equivocarte de tenedor?— Cuestiona. —Te diré algo que te anima: son todos iguales—. Bromea sabiendo que hay pequeñas diferencias. —Mi padre me asesina si se lo digo. No te sientas mal. Seguro que sirves, solo necesitas acostumbrarte. Aprendiste a bailar muy rápido, a mí me llevó mucho tiempo.

—¿Y el por qué se pone lechuga solo para decorar?— Interrumpe Hamilton. —Yo hubiese pagado por esa lechuga hace un par de meses, hubiese duplicado. Y aquí básicamente se tira. ¿Para qué hay un plato de lechuga aparte, que se coman lo que hay y ya luego si quieres pues comes más—. Explica intentando que el rubio entienda su punto.

—Claro que entiendo eso. Normalmente se dejan muchas cosas en el plato—. Asegura John. —Ahora si lo veo como tú, pero antes para mí eso era lo normal, tirar comida.

Hamilton recuerda como siempre le habían criado con intentar comer todo lo que uno tiene en el palto. Primero por la educación, y después ,para no quedarse sin energía ya que solo comía una vez al día. Tal vez hace tiempo su preocupación no era verse bien o peinarse tres veces al día, una como máximo.

—Tus costumbres son curiosas para mí—. Contesta John empezando a caminar junto con Alexander tomándolo de la cadera. —Me enseñas más de lo que sé.

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora