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Alexander despierta y se da cuenta de que está solo hecho bolita en la cama, de la misma forma que se durmió anoche pero esta vez sin el rubio. Los rayos de sol entran por la ventana pues el día ya ha despejado. Mira cómo la parte de su cónyuge de la cama está lo más estirada posible, sabiendo que comparten mantas. Se frota con cuidado los ojos y se levanta con curiosidad de saber dónde estará el joven. Sus planes para hoy son escribir un rato y pasar el día con tranquilidad. Se levanta para percatarse de que tiene la ropa preparada, como todos los días desde que estaba allí. Todo es exactamente igual, a excepción de que ahora ya no está en la misma habitación. Se viste con su camisa blanca, y capa a capa hasta tener totalmente la vestimenta a excepción de la casaca que decide dejarla en el perchero. Cuando sale de la habitación recuerda el incidente de la noche pasada en la ventana que, ahora hay un hombre arreglando la ventana subido en una escalera para llegar a la perfección. Ya no están las cortinas y todo está impoluto. Saluda simpáticamente al hombre y se percata como de fondo escucha unas voces y un piano.

Pasa su mano por la barandilla de la escalera y da saltillos por cada escalón hasta aproximarse de donde viene la música, solo será un vistazo rápido. Hay tres voces y una de ellos es reconocida rápidamente, es James. Alexander sonríe imaginando la tierna escena del niño que es encantador, incluso el día de la boda bailó con Rachel porque según James se sentía sola.

La puerta está entornada así que se asoma en un principio a aquel gran salón con uno de los pianos de cola que hay por la casa.

—Me he perdido— se escucha la voz de Martha y, Hamilton mira a la niña tomar el libro y darle un golpe algo enojada.

—No te preocupes— dice Samuel tomando el libro de las manos de su hermana y dejándolo en el atril.

—¿Desde Do, Re, La? El tresillo—. Pregunta James y todos asienten.

Se escuchan cuatro ocordes desde el fondo de la sala y Alexander mira hacia el piano depende desprende al ver a John sentado mientras lee un par de partituras. —¿Retomamos desde el tercer pentagrama?— Pregunta y los niños afirman. —Bien, doy primero tres tiempos y empezáis en la anacrusa—. Los tres más jóvenes continúan cantando el último pentagrama de la pieza mientras, John, que está hoy sustituyendo a su padre ya que se lo ha pedido, les toca el acompañamiento de piano.

Alexander no quiere interrumpir lo que sea que están haciendo, bueno sí. Solo está interesado en ver y saber algo, así que llama a la puerta cuando los jóvenes acaban de cantar. —Buenos días—. Dice abriendo más la puerta y saludando a los niños.

—¡Alexander!— Grita James casi tirando de un manotazo el atril y Martha lo sostiene asustada. —¿Vamos a jugar al pilla pilla? ¿Al escondite? ¿Vamos a jugar con Jack?— Pregunta el niño y su hermana Martha lo tranquiliza. —No Martha, tú eres aburrida. Solo quieres leer

Alexander ríe ante la escena de los niños y John se levanta alejándose del piano. —Perdona. Mi padre me pidió que le sustituyera hoy en las clases de mis hermanos—. Dice John cerrando el libro encima del piano y caminando hasta Martha para devolvérselo.

—No te preocupes, yo estaba ocupado durmiendo—. Ríe ante su descuido de dormir hasta tarde por culpa de la tormenta.

John mira a sus hermanos y le habla a Martha. —Te tocará tocar a ti el piano—. Asegura pensando que ya que Alexander está despierto es tiempo de hacer cosas productivas.

—Jack, pero... Tú prometiste..—. Dice Samuel mirando a su hermano mayor.

John les sonríe y les abre de nuevo el libro por la página que es. —Nos vemos luego—. Dice acercándose a la puerta para salir mientras acomoda su corbata. Cruza por la puerta y Alexander también camina con John. —Perdona, cosas de mis hermanos. Iré a preparar un par de cosas. Cualquier cosa estaré por aquí—. Asegura subiendo las escaleras con rapidez.

—John— dice Alexander llamando la atención del joven vestido de beige. —¿Qué tal tú pie?— Pregunta por el incidente de la ventana la noche pasada.

—Oh... Sí, eso. Bien, gracias—. Dice algo cortante y continúa con su camino dejando a Alexander solo allí parado pensando en si subir también para escribir.

De la nada una voz femenina suena desde el otro lado del pasillo haciendo que Alexander de la vuelta. —Hola, hijo—. Dice su madre acompañada de la hermana mayor de John. —Estabamos tomando un té. ¿Cómo estás?

—H—hola, mamá— contesta el pelirrojo. —Bien, supongo—. Dice intentando deshacer un par de pensamientos revueltos en su cabeza.

Rachel escucha las palabras de su hijo sin creerle totalmente. —¿Quieres hablar?— Pregunta acercándose a Alexander y al final este asiente.

—Os dejaré hablar—. Dice Eleonora caminando hacia otra puerta y los otros dos se van hasta la biblioteca que tiene una sala en el centro.

Una vez allí, acomodados en el sillón esmeralda Hamilton le confiesa a su madre que se imaginaba las cosas un poco diferentes. Tal vez no tanta seriedad o vergüenza, lo que sea que debe ser eso. —Siento que apenas hablamos. Bueno, sí, a ver, en un principio era por dinero, pero yo no solo quiero dinero—. Intenta explicarse Hamilton. —Pensé que habíamos conectado al menos un poco—. Se deprime Alexander en sus pensamientos. —Puede ser que no le agrado.

—Debes esperar un poco tal vez. Uno no se acostumbra en dos días a nadie—. Intenta excusar la mujer.

Hamilton resopla y apoya una de sus manos en su rodilla. —Llevamos conviviendo incluso desde la preparación de la boda y todo, hace como un mes de eso. La única diferencia es que dormimos juntos, bueno y estamos casados, pero detalles menores—. Cuenta Hamilton mirando a uno de los libros. —Apenas me habla de sus gustos y me trata con elegancia—. Se queja el pelirrojo jugando con su coleta.

—Intenta preguntarle. Sabes que son una familia muy estricta—. Recuerda su madre. —Ya sabes, cosas de ricos.

—Yo intento comprender lo máximo que puedo sobre estar aquí. He aprendido a cuando usar cada tenedor, para que sirve cada maldita copa..—. Explica ya algo furioso. —Sin razón llegué hoy y se fue, mamá. De veras no le agrado.

—No digas esas cosas, Alexander. Te eligieron ellos—. Asegura la mujer. —Seguramente sus preocupaciones no son como las tuyas. Tú quieres estudiar y él tal vez quiere cualquier otra cosa. Yo te eduqué para que buscas es un lugar en el mundo donde destacar y pues ellos para ser los hijos perfectos según la sociedad ¿entiendes? Hay una diferencia, y cada uno es muy diferente. Tenéis que encontrar un punto medio—. Cuenta la mujer haciendo a el pelirrojo entrar en razón. —Ambos tenéis personalidades diferentes y tal vez a ti se te da mejor expresarte.

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora