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Son las seis y media de la mañana, Alexander ya está súper despierto. Lleva media hora despierto sin saber que hacer esperando a ver si con suerte despierta el rubio.

Ha intentado escribir, pero no tiene inspiración. Aún apenas entra luz por la ventana, y, John firme plácidamente hecho bola entre las mantas. Cabe decir que, John tiene un don para dormir como un tronco, puede acostarse y dormir inmediatamente, o cuando se llega a sentar mucho rato relajado le empieza a entrar sueño. Alexander dice que eso es una bendición, además de que, aunque el rubio duerma dos horas, esas horas le sientan de maravilla.

Así que, según Hamilton, es hora de levantarse. De una forma muy sutil se tira sobre el joven y le da varios besos en la mejilla ya que, tiene los labios cubiertos por la manta. —Ojos azules de mi vida—. Llama haciendo que el rubio solo se esconda más. —Mi amor, precioso, lindo, querido, cariño.

—Ñaaas... Solo hasta las siete..—. Pide aunque no sabe ni que hora es. —Si el sol no está, yo tampoco.

—Está bien, mi ojos azules—. Dice besando la cabeza del joven y acostándose a su lado de nuevo.

—¿Por qué madrugas tanto?— Pregunta apachurrando a Alexander con su cuerpo.

Hamilton cariñosamente le acaricia y le contesta que, cuando vivía en la ciudad se tenía que levantar a trabajar muy temprano y se le quedó de costumbre. El pecoso se acerca al pecho de John que, siempre trae calor en el frío lugar. No entiende como el rubio duerme sin calcetines, y además, de esa forma tan derecha. —Estás calentito...

—Mis manos no—. Dice poniendo una de ellas Enel cuello del joven que esconde su cuello y le regaña. —¿Tan malo soy?

—Terrible, horror... Estás muy frío—. Comenta escondiendo su cara de nuevo en el rubio. —Pero te perdono porque eres muy lindo conmigo—. Asegura mirando de nuevo al rubio y le da un beso en la barbilla. —¿Por qué eres tan alto?— Pregunta fascinado por el joven y como, cuando apoya la almohada en la cabeza no llega ni a rozar de lejos los pies del otro.

—¿A qué vino esa pregunta?

Alexander piensa y lo mira. Además, aprovecha para pasar una de sus piernas por encima del rubio. —No sé, curiosidad. Tu padre no es tan alto ¿y tu madre?

—Tampoco. Soy un ser amorfo—. Explica aún con sueño, pero, si Alexander quiere que esté despierto lo estará. —Voy a preparar la ropa ¿sí?

—Ñooo, quédate hasta las siete—. Juega con la misma estrategia que John sacándole una sonrisa.

Hamilton apoya su cara sobre John y este último le acaricia confesando cuanto le gusta. —Me gusta cuando apoyas tu carita sobre mí así—. Asegura acariciando el perfil del pecoso cuidadosamente. También juega a unir varias de las pecas del joven, las que más destacan, porque si no, sería imposible.

—Ojalá no tener pecas.

—¿No te gustan?— Pregunta algo extrañado ya que a él le fascinan. —Son hermosas.

Alexander suspira y toca la mejilla de John. —Soy muy raro. No me gusta nada mío. Ni mi pelo, ni la altura, ni los ojos, ni las malditas pecas que están por todo mi cuerpo. Ojalá ser como tú, tú si eres lindo.

—No, precioso. Lo bonito es ser diferentes. Me encanta tu cabello, y tus ojos. Eres muy tierno—. Confiesa. —Adoro que seas así, y todo el mundo lo adora. Al menos llegaste y le diste algo de alegría a la casa en vez de tanto rubio.

—Harry es castaño.

—¿Ves? Eso sí es un bicho raro—. Dice haciendo sonreír a Alexander.

Hamilton se aferra en un abrazo al pecho de John, le tiene mucho aprecio. —Te quiero—. Ya no se imagina la vida diaria sin él.

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora