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Tiene que quedar perfecta. Ni una arruga en la sábana. Además después debe organizar los cajones del escritorio y tirar un par de cosas. Va haciendo una lista mental de cosas mientras acaba de colocar las almohadas. Tal vez si se aburre deba organizar el vestidor y... Llaman a la puerta y John voltea viendo de nuevo a Alexander. —¿Puedo ayudar en algo?— Pregunta John.

—No, no te preocupes. Solo quería escribir—. Asegura Hamilton. —¿Te ayudo?— Pregunta viendo al joven plegar una manta para dejarla en el baúl a los pies de la cama.

—No está bien, he acabado ya—. Contesta a lo que Hamilton se acerca a la mesa y deja un par de libros sobre el escritorio que quiere analizar.

Hamilton se sienta y abre el primer cajón donde, si están todos los escritorios ordenados de la casa igual, que, hasta ahora lo han estado, deberían haber un par de plumas y tinteros. Prepara para escribir lo necesario con cautela de no liar todo con la tinta. John acaba de organizar las mantas y lo demás así que pasa a ver si todo lo demás está en su lugar en el otro lado de la habitación.

Hamilton se da cuenta de algo que raspa un poco el cajón al abrirlo y cerrarlo, así que decide abrir el siguiente, que suelen estar vacíos y se encuentra con un par de láminas de dibujos. Deben haber decenas ya que ocupan todo el cajón y saca unas cuantas viendo varios dibujos. Todos tienen su respectiva fecha y al menos hay uno cada día o cada dos. Aunque el último que encuentra fechado es de hace más o menos un mes. —Recuerdo que me contaste que te gustaba dibujar— dice Alexander y John voltea algo nervioso.

—Son los más recientes, iba a quitarlos de ahí para hacer hueco—. Asegura John acercándose a sus dibujos.

El pelirrojo piensa que pintar debía ser una rutina, pero nunca había visto al rubio pintar en todo el mes, y eso debe llevar horas... —¿Ya no pintas?— Pregunta al mirar las fechas no tan lejanas pero no cercanas. —Nunca te vi hacerlo.

—Era uno de mis pasatiempos—. Contesta con bastante tranquilidad.

—¿Y por qué ya no?— Dice dudoso ya que de repente un día ya no hubieron más dibujos. Normalmente el intervalo entre las fechas aumentaría hasta desaparecer, pero no es el caso. —¿Es por mí culpa?— Pregunta levantándose de la silla.

—No, no, no. Solo he cambiado un poco y nada más. Antes tenía mucho tiempo libre—. Explica John.

Hamilton mira un momento al suelo y piensa en la conversación con su madre para luego mirar al joven. —¿No tienes tiempo porque estoy yo?

—Claro que no es eso, solo intento... Dar lo mejor— dice casi para él mismo. —Sigo las pautas de lo correcto. Me estoy acostumbrando para poder hacerlo así muchos años más y poder ayudar en algo. Poder ayudar en todo lo que tengas deseo de cumplir. Hamilton intenta conservar toda su paciencia y le contesta calmadamente: «¿Por qué no cumples tus deseos?» John le mira y se sienta en la cama sabiendo que debería cerrar ya la boca. —Es la única manera en la que me puedo sentir útil. Yo no tengo nada más que hacer. Siempre estoy bajo el nombre de alguien. No puedo hacerme notar—. Dice con rabia. —Odio el dinero. No he conocido más allá que estar aquí. Nosotros nunca hemos tenido amigos, nunca hemos tenido más conocidos. Todo es muy monótono aquí.

—Vivir aquí es magnífico—. Insiste Alexander acercándose al joven con calma.

—Es magnífico cuando puedes hacer cosas más que aprender cómo sentarte. Sería magnífico poder hacer algo útil, Yo nunca voy a tener un nombre que no dependa de alguien, y está bien... Si no puedo aportar nada a la sociedad con mi nombre, tal vez pueda ayudar en algo diferente—. Suspira y se levanta. —Debería callarme y dejar que usted escriba.

Alexander le toma del brazo y le mira para después abrazarlo. —No deberías callarte—. Dice aún abrazando al chico. Ya sabe algo más del joven.

—Mis disculpas—. Se excusa mientras Hamilton le suelta un poco del abrazo.

El gran Día/ LAMSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora