Capítulo 2

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14 días atrás

La joven caminaba de un lugar a otro, nerviosa. Se sentía impotente. Para esa hora ya había notificado a las autoridades de la ciudad y buscado en cada rincón del pequeño pueblo. Caminó las calles con parsimoniosa lentitud deseando encontrar una pista que la llevara a su paradero. Aunque no quería aceptarlo, la verdad la estaba golpeando rudamente: su madre había desaparecido.

Ya estaba un poco cansada de que los policías le comentaran que hacían todo lo posible, que debía mantener la paciencia y que lo mejor era aguardar en casa por si la persona regresaba. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando? ¿Dos horas, tres, cuatro...? A Alana le parecieron una eternidad. Incluso llegó a pensar que el tiempo no corría aunque las manecillas del reloj del recibidor no dejaban de dar vueltas.

Eran millones de pensamientos los que atormentaban a Alana cuando el teléfono sonó. No pudo saber por qué pero desde que ese sonido inundó la habitación supo, tristemente, que la noticia no sería agradable. Sexto sentido, intuición... Alana no podría decir exactamente que sucedía en su interior, ni explicar como el auricular se sostenía contra su oreja en menos de un segundo.

La joven corrió como si alguien la estuviese persiguiendo.
—La muerte desea atraparme. —pensó. —Primero mi padre en un accidente ¿y ahora...?
Alana se negaba a aceptarlo. Rogaba que aquello fuera una mentira, una pesadilla, un mal sueño. No podía perder otra vez a las personas que amaba. El destino, el karma o lo que fuera no le haría tal cosa ¿verdad? ¿Cuál era la ofensa cometida en su contra?

Por los pasillos de aquel lúgubre lugar chocaba con la gente que se interponía en su camino. Alana llegó a la morgue con un miedo atroz que deseaba apoderarse completamente de ella. Abrió la puerta y lo vio todo. Allí yacía, en la camilla; cuál pieza de marfil, con sus ojos cerrados. La joven tomó su mano inerte y al sentir el frío de su piel la realidad la golpeó, la empujó al vacío, le arrebató la alegría. La mujer sin vida que ahora contemplaba era otra persona, aquella no podía ser su madre. Su madre era cálida, risueña, alegre. No, no era ella. Al menos, eso era lo que quería pensar mientras se deslizaba sin fuerzas hasta el suelo, ahogando sus lágrimas.

SacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora