Capítulo 7

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9 días atrás

Desde la tarde anterior estaba de mal humor y todo lo que sucedía solo hacía que se crisparan más sus nervios. Se preguntaba cuándo terminarían de perder el tiempo los detectives. Habían irrumpido en la casa con la excusa de buscar más información. Alana por su parte no había logrado sacarles nada salvo esa frase que estaba empezando a odiar: 'Hacemos todo lo posible'.

—¿Lo posible para dejar al asesino libre? —les había preguntado, molesta. Ellos no supieron responder.

Alana estaba cansada. Eran varias noches sin dormir que le estaban pasando factura y para colmo las horas de práctica parecían ser en vano. Estaba perdida en todos los sentidos y eso le provocaba grandes ganas de llorar, gritar. Sentía que estaba a punto de colapsar pero no podía.
—¡Sé fuerte! —se dijo. Palabras sin mucho poder, ciertamente.

Antes de marcharse uno de los detectives se mostró especialmente amable y dejó una pequeña tarjeta de presentación por si necesitaba de su ayuda. Alana agradeció su interés sincero y se despidió asegurando que de recordar algo fuera de lo normal sobre aquel fatídico día le aportaría los detalles. Una vez sola en casa anotó en su teléfono el número de ese tal ‘Oficial Ramírez’ y decidió ir a dormir.

Últimamente la cama de su madre le gustaba mucho. Tal vez porque guardaba su olor, su escencia, sus recuerdos... Algo tenía aquella cama que le atraía. Alana se acostó y por primera vez sintió una presencia en aquel lugar. Algo que la hacía sentir intranquila. Buscó por todo el lugar sin lograr definir lo que era pero aquello la inquietaba.

—¿Me estaré volviendo loca? Tal vez tanto tiempo sin hablar con nadie me esté afectando.

Pero no. No estaba loca, el tiempo no la afectaba. Alana no estaba sola. Allí estaba junto a su cama ese alguien, ese algo, mirándola dormir. Quiso premiarla por advertir que no estaba sola sino que tenía compañía. Tomó aquel anillo que tanto atesoraba y lo colocó en la mesita de noche.
Sería un pequeño regalo. La contempló una última vez y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Después abrió la nevera y la llenó de comida. Le había preparado todos los platos que le gustaban; los puso ordenadamente dónde había colocado los anteriores para que no se notara la diferencia y por último dejó algunos potes de helado. Se preguntaba cuándo ella notaría que no estaba viviendo sola y que la comida que tantas lágrimas le había sacado no la había preparado su madre. Su sonrisa malévola se dibujó nuevamente en sus labios. No quería dejar de ver esa reacción.

La haría sufrir.
Mucho.

SacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora