Capítulo 20

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David era un hombre dedicado a su trabajo y a su familia, gozaba de un trabajo estable y una vida de la que no podía quejarse; criminólogo de profesión y altruista de corazón, una mezcla extraña, pero así era él, soñador de una justicia imparcial. Las asociaciones altruistas a las que pertenecía le causaban un exquisito y dulce sabor cuando era testigo de alguna contrariedad e injusticia en su ambivalente trabajo, eran su bálsamo en las heridas de guerra.

Y justamente ahora, se hallaba inmerso en el caso Tomlinson, cerrado, y a pesar de su reciente dictamen, olvidado entre los miles de papeles, formando parte de una estadística más. David suspiró y se talló los ojos cansados, recordando al pequeño Louis, memorando cuando le conoció desde el vientre, y cuando en más de una ocasión complació sus locos antojos.

David y Mark; padre difunto de Louis, fueron los mejores amigos desde la secundaria. Su amistad se fortaleció con el paso de los años hasta llegar a sentirse de la misma sangre. El mismo David fue su paño de lágrimas cuando el pobre Mark cayó en depresión al sentir amar sin ser correspondido. ¡Ay, pobrecillo, enamorado de la mujer imposible, a la que ni siquiera, había dirigido palabra!

Sonrió ante la vívida evocación, aún recordaba cuando los hábiles movimientos de su amigo entorpecían al ver a Jay paseando por la cancha de juego, deslumbrando a todos con su increíble belleza, la misma belleza que descendió a Louis, y que posiblemente, en ese momento, el jovencito maldecía. David rechinó los dientes de pura molestia; a esas alturas, era casi imposible que Louis no hubiese ya probado la crueldad de las bestias llamados prisioneros.

El teléfono chilló, interrumpiendo sus diversos pensamientos. La voz ronca de su secretaria anunció la visita de Jay, y David le invitó a pasar, ella arribó segundos después con Kendall al lado.

―¿Cómo están, listas para la acción? - Saludó, las mujeres apenas sonrieron, nerviosas.

―Estoy muy ansiosa, David, tanto, que ni siquiera pude dormir - Confesó la castaña, con las ojeras ratificándolo - Espero que todo salga bien, he puesto mi fe y esperanza en ello por qué sé lo difícil que será tener otra oportunidad como ésta - Jay tembló - Pero, si algo sale mal - Cerró fuertemente los ojos, llevándose sus manos al pecho - No sé que me pasará, ignoro si podré resistirlo -David se acercó, abrazándola con cariño.

―Sh, tranquila, piensa positivo - Kendall observó la luctuosa escena con ojos acuosos, incapaz de articular.

―Sólo vámonos, ya quiero que la investigación comience - Indicó y todos parecieron de acuerdo.

Los tres salieron del departamento policiaco, dispuestos a llegar al fondo de éste caso, ya fuese para bien o para mal, e introduciéndose en el coche de David se sumergieron al tráfico de Londres. Durante el largo transcurso, nadie emitió palabra, permaneciendo en tenso silencio, perdidos en sus turbulentos pensamientos, imaginando los mejores resultados y efímeramente, los peores. Kendall parpadeó, y saliendo de su trance decidió hablar.

―Usted dijo - Empezó, desde la parte trasera del auto, dirigiéndose a David - Qué seguramente alguien plantó evidencia a Louis - El hombre ajustó su retrovisor, mirando a Kendall a través de él.

―Sí, es muy probable - Admitió, y Jay carraspeó, dispuesta a unirse a la conversación.

―Kendall y yo lo hemos estado discutiendo, no tenemos sospechas sobre quién pudo haber sido, no le conocemos enemigos - David sonrió brevemente, aprovechando un semáforo en rojo para girar y mirar atentamente los ojos celestes de Jay.

―No se necesita indagar mucho, probablemente se trata de algún familiar de Harry - En unísono, Jay y Kendall gimieron, y la última, casi se atragantó con el agua que bebía - Familia que yo me encargué de investigar - Suspiró - Cuando Harry apenas tenía cinco años de edad sus padres se divorciaron, por lo qué creció prácticamente solo con su madre; una mujer de riquezas acaudaladas y alta alcurnia. Traumatóloga y de actitud recatada y circunspecta, a mi me parece que también algo chapeada a la antigua ya que, según dicen, nunca volvió a casarse por qué fue educada para pertenecer a un marido.

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