Capitulo 44

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La mansión Payne era una de las construcciones más extraordinarias de toda Inglaterra: relativamente cerca de la urbanización de Londres y a la vez, varada en los límites de un bosque prolífico, extendía sus dominios más allá de lo que el ojo humano podía apreciar. Los terrenos verdes que circundaban la mansión eran protegidos por gruesos y altos muros de piedra cuya única entrada se alzaba en orondas rejas de acero, siempre custodiada por hombres de apariencia temible. Liam Payne arribó al enorme pórtico, sonando el claxon; sus hombres lo reconocieron y accionaron el mecanismo que contraía las rejas con rapidez. Sin esperar que éstas se metieran del todo, el moreno aceleró, iracundo, despedazando uno de los retrovisores laterales con el filo de la verja.

- ¡¿Ha llegado ya el inútil de Dmitri?! - Cuestionó atropellador a uno de los guardianes.

- Sí, señor. Hace cinco minutos - Respondió otro, saliendo de la caseta de vigilancia - Llegó con Lucca.

Liam hundió el pie en el pedal, provocando un chirrido horrible. Cruzó un camino recto, cercado de jardines y árboles; rodeó un anguloso largo artificial y frenó con más escándalo en el pórtico de estilo griego de la mansión. Daela, su nana adorada, se precipitó por las largas escaleras, observándole angustiada.

- ¿Qué es todo éste alboroto, Liam? ¿Qué rayos te pasa?

El Payne bajó del auto, e ignorando a la mujer, se aproximó hasta un coche oscuro lastimosamente accidentado: abollado del cofre, con los faros y el parabrisas estrellado, y la facia delantera arruinada.

- ¡Estúpidos!

- ¡¿Liam?! - Recalcó Daela.

- ¡Nada, no pasa nada! Vete a regar tus plantas o al cine, ¡yo que sé! Ahora no me molestes por favor.

La mujer se llevó las manos a la cintura, indignada por el trato. Él ni siquiera la miró, mucho menos saludó, le pasó por un lado, y se adentró a la casa.

Si en el exterior, la visión de la mansión cortaba la respiración, por dentro, simplemente te paralizaba. Era amplísima, todo relucía, con un ambiente sobrecargado y simétrico; también había una escalera de mármol en el centro, sensualmente curveada, transportaba hacia un mirador que bordeaba toda la extensión del primer piso.

Liam bajó las escaleras presuroso, la iluminación era perfecta. Abajo, un estrecho pasillo le indicaba el camino, y en cada lado, varias puertas trataban de confundirlo, todas eran iguales, en forma, en color, Liam se decidió por una de ellas, y no erró. Allí, en la sala de juntas, ancha y sombría, le esperaban Dmitri y Lucca. Azotó la puerta tras su ingreso, con expresión artera.

- ¡Serán estúpidos, sucias ratas sin cerebro! - Descargó su puño contra una mesa - ¡Ganan una fortuna! ¡¿Y así me lo reditúan?!

- Lo sentimos, señor - Se adelantó Dmitri, impasible - Pero créame cuando le digo que hicimos hasta lo imposible. Zayn se llevó al joven en una motocicleta. Estuvimos siempre en desventaja.

- ¡¿En una motocicleta?! - Inquirió desconcertado - Entonces, el maldito no lo obligó... Se trepó porque así lo quiso - Susurró para sí mismo. La cólera comenzaba a consumirlo.

- Bastian está siendo atendido en éste mismo momento, sangraba mucho, pero me pidió que también lo disculpara con usted.

- Vi el carro hecho mierda, ¿quién manejaba?

- Yo, señor - Lucca dio un paso al frente, haciéndose notar - Perdí el control en una curva. Me disculpo, pero un auto contra una motocicleta como la de Zayn, bueno, es complicado.

Liam arrugó el rostro, lleno de amargura y tirria.

- ¡Disculpas, disculpas! Últimamente sólo me responden con estúpidos lamentos.- Liam se acercó a Dmitri, descubrió el saco, y le despojó de una pistola engarzada con diamantes. Dos potentes disparos perforaron el silencio, y también la cabeza de Lucca.

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