Capítulo 49

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No muy retirado de la mansión, en las profundidades del bosque de Tottenham, Niall manejaba su vehículo a velocidad. Louis, con la cabeza recargada en el vidrio de la ventana, observaba a su alrededor sin estar consciente en realidad. El monólogo del mayor, los reniegos, y sus rugidos, no eran suficientes para sacarlo del trace, tampoco el paisaje natural que tanto amaba, y menos aún, los constantes brincos del auto por las condiciones agrestes del camino.

—Liam, Liam... — Cantó Niall. Las manos prendidas con fuerza brutal en el volante — Fui tu amigo, el más leal, ¡¿y así me lo pagas?! ¡Lo único que deseo es volver a la prisión! ¿Por qué me obligas a esto? — Vio de reojo a Louis, tan callado y dócil, lo odió, ¡era el culpable del cambio en Liam!, ¡lo había vuelto blandengue, arisco y maricón!

Deseó hacerle daño, y no frenó sus impulsos; a puño cerrado, golpeó su cabeza, conmocionándole cuando su frente chocó contra el cristal blindado. Louis quedó inconsciente, más laxo que antes.

— ¡Estúpido! — Niall sudaba a chorros; apresurado como sus pensamientos, bajó una prolongada colina verde y a la distancia pudo vislumbrar la cabaña abandonada. La misma donde habían tendido la trampa a Zayn, antes que éste fuera encerrado en la cárcel por supuesto multihomicidio.

Hundió su pie en el acelerador. El tiempo corría en su contra. Si Liam no demoraba en liquidar a Zayn se daría cuenta rápidamente de la ausencia de Louis; preguntaría a sus hombres, y Dmitri respondería.

Justo lo que quería. Sólo deseaba un poco más de tiempo, sólo un poco.

La cabaña, en medio de la nada, estaba decorada con pasto seco en derredor y árboles de ramales deshojados, largos y torcidos. Similar a una mancha marrón, contrastaba entre el inmenso verde brillante; como una maldición a la sangre que se había derramado, ninguna planta volvió a crecer, y si se buscaba, tan solo por ociosidad, un adjetivo para calificarla, macabra, le sentaba muy bien.

El coche de Niall frenó con precipitación, levantando una ráfaga de polvo. Salió del auto, sin cerrar la puerta siquiera, lo rodeó y abrió la del copiloto. Sacó al desvanecido Louis, cargándolo hasta la cabaña.

De un puntapié, abrió la débil puerta. Horan observó el interior, vacío, lúgubre; en las mismas condiciones de tiempo atrás. Atravesó el umbral, respirando un olor nauseabundo. Habían pasado poco más de dos años y el hedor a sangre, a carne podrida, se negaba a marcharse. En mezcla con la humedad y madera rancia, formaban una fragancia tan vomitiva que convertía la pestilencia de un perro muerto en un perfume soportable.

Dejó caer a Louis sobre la duela inestable, la madera crujió, o quizá fueron sus huesos. Horan no se preocupó.

Estudió la estancia con sus nerviosos ojos hasta detenerse en una columna delgada recubierta con corteza de árbol; sonrió malicioso.

—Liam... tú me dejaste sin opción, amigo.

Retornó a su auto, igual de presuroso y levantó la cajuela; iba preparado: Una soga trenzada, un par de galones metálicos y una botella de vino. Masajeó su cuello adolorido y pensó si quizá no se estaba precipitando, o si quizá, inconscientemente, sabía de la decisión de Liam e iba listo para ella: Si he de descender al infierno, solo no, solo jamás. El graznido de un cuervo interrumpió sus cavilaciones en abrupto –rió, indeciso–esperó, atento; quería torturarlo y saberse su verdugo. Reflejarle un tanto de la desesperación que él estaba experimentando.

El sonido de una motocicleta furiosa estalló en la lejanía, cambiando el rictus ladino de Niall por uno confuso. Observó por una ventana de pequeños cristales, ¿había sido sólo en su cabeza? 

Afuera, nada se movía. La duda no se acrecentó, pues el sonido volvió a repetirse, cada vez más cercano. El hombre se aproximó a la puerta, con la vista clavada en el camino; de allí emergió, distante pero vertiginoso, Zayn Malik, y muy pegado a él, en su coche favorito, Liam Payne.

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