Capitulo 23

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Una voz guasona, pausada y excesivamente dulzona se reproducía en su mente, una y otra vez resonaba ausente de misericordia. Tal cual, una grabación, se repetía sin cesar, sin poder arrancarla de sus turbios pensamientos, rebobinando y adelantando, acentuando las palabras que más le herían. 

"Te perdiste la mejor parte, te perdiste la verdadera acción".

La melena ébano, de suaves y gráciles ondas, se mecía a causa de la fuerte brisa del crepúsculo; algunos mechones formaban preciosos bucles de obsidiana, contrastando con la palidez en su faz, él, coquetamente, se divertía rizando sus cabellos con sus delgados dedos de pianista, sonriendo ladino, resaltando con ese mero gesto, su salvaje belleza. 

"Finalmente, tuvimos sexo. Finalmente me la metió".

La piel blanca, tersa y deliciosa, resplandeció intensa cuando los débiles rayos del sol impactaron sobre su esbelta figura.

"No dudes de mis palabras, pero, si no me crees, puedes preguntárselo a cualquier reo, varios nos vieron y han expandido la noticia".

Sus labios rosados dibujaron una maliciosa sonrisa.

"Ahora, dicen que se hartó de ti, dicen que el capricho de Zayn ha concluido y por fin podrán probar tus mieles".

Una fría y perversa carcajada sonó por toda la extensión de la zona deportiva. El aire pareció captar la maldad en el ambiente y respondió con una gélida ventisca, deseando advertir a la criatura divina desalada del firme peligro.

"Irán tras de ti".

No temía. Podía jurarlo firmemente, sin temblar, ante cualquier persona, ante el mismo Dios ó Demonio. No existía ni un cúmulo de carne en su ser que trémula, vibrara de miedo. Después de la reciente charla con el odioso e insoportable Cristoph, que apenas par de horas atrás le interceptó en las canchas y soltó tremenda información, sintió que el habla no figuraba más en sus capacidades y sólo terminaría por arrojar una gran bola de fuego en el intento de pronunciar palabra, como un dragón arrasaría con cualquier persona, sin distinción, especialmente si vislumbraba ojos lóbregos color plata. 

Extrañamente, lo que ardía en la mente de Louis, era otra parte de conversación que había trabado con el Cristoph.

― Capricho – Susurró lastimoso – Capricho – Repitió suave, incorporándose de la cama de su celda.

Bajó de un salto, y lentamente, se acercó al espejo sucio y añejado que colgaba de la fibrosa pared.

― Has dicho tanto esa palabra, que ya he perdido su significado – Habló John, también levantándose de su cama.

― Lo siento – Se disculpó sin apartar los ojos de su reflejo – Creí que dormías.

― ¿Y qué te ha pasado? Tan sólo un par de días en la enfermería y estás muy extraño.

― Par de días, en los cuales, no vi ni tu sombra – Se quejó, fingiendo molestia.

John sonrió ligeramente, apenas ladeando el rostro cuyos ojos profundos; oceánicos, relataban cientos de interesantes vivencias.

― Perdí la cuenta, de las tantas veces que llegué a la enfermería, tratando de visitarte, sin embargo, del pasillo no pasé, sentado, en las desgastadas sillas esperé por varias horas, pero nunca pude pasar de allí y sólo me conformé con saber tu estado a través del doctor. 

― ¿Qué? ¿Por qué te negaron el permiso?

― Porque ya tenías visita, y al parecer, ésta persona, no se movió ni un segundo de tu lado.

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