Prison lovers

Capítulo 52

Dos semanas se habían pasado volando, aunque no tanto para Zayn, que ya sentía morirse de asfixia y aburrimiento. Liam no había vuelto a pararse después de la última charla, pero a cambio, como último detalle, dejó todos los gastos médicos pagados, detalle que sin embargo, hizo enfurecer al moreno. Louis no se cansaba de decirle que lejos de una afrenta, se trataba de un noble gesto para limar asperezas.

El castaño también se había alegrado cuando la noticia del encarcelamiento de Niall se hizo pública, y expresó gratamente, mientras endulzaba su té, que Liam había actuado de manera ejemplar al entregarlo a las autoridades, en vez de cobrar justicia por mano propia. Zayn, apurado en sacarle de la ilusión más por celos que por cualquier otra razón, le hizo reflexionar sobre la verdadera intención de Liam, misma que no era otra que causarle el mayor sufrimiento posible.

Y así, entre charlas triviales, las revisiones de Dietrich, los programas de televisión y las caricias clandestinas de Louis, las semanas pasaron hasta su alta.

— ¿Te das cuenta? — Le sorprendió Louis, mientras esperaban que llegara la enfermera a retirarle el suero — Por primera vez veo nuestro futuro limpio de ventarrones.

Zayn fingió seguir viendo la televisión. Era obvio que él no compartía su opinión. Louis se sintió herido, pero no iba a darse por vencido tan fácil. A pesar que no habían vuelto a pelear desde la intervención de Liam, lo sentía extraño, a veces, distante.

— ¿Se tardará mucho la enfermera? He dejado a Felicite en la sala de espera. ¡Con lo que le gustan los hospitales!

— ¿Has traído a tu hermana? — Parecía molesto.

—Es sábado, Zayn. Y mi madre no podía cuidarla.

—Te hubieras quedado en tu casa, con ella. No te necesito aquí.

Dolió, pero prefirió no engancharse.

— ¿Y dónde vivirás? No puedes seguir en ése hotel.

—Tengo mi propia casa — le interrumpió con brusquedad, Louis se frotó los dedos, desencantado. Él ya había pensado en la situación y hasta había hablado con su madre para que le cediera el cuarto de huéspedes, al menos, en lo que se recuperaba por completo. —Quiero que la conozcas — el castaño alcanzó acallar un sonidito de asombro. —Está en Starnberg. Junto al lago. Seguro te gustará, o al menos, eso espero...

— ¡Por supuesto! — Reparó, excitado. Viendo los masculinos rasgos de su amante. Sólo él tenía esa facultad: hacerle sentir el peor de los infiernos, y con una sola frase, reparar todo el daño. — ¿En el lago, dices? La vista debe ser preciosa.

Zayn encogió los hombros, ya con soltura.

La enfermera entró sin avisar, sonrió a ambos a modo de saludo y se dedicó a hacer su trabajo; con cuidado, suspendió el suero, retiró el catete y le curó la pequeña herida. Las vendas de Zayn habían sido sustituidas por pequeñas gazas, lo cual le había puesto de mejor humor, ya que tenía una mayor libertad de movimiento. Dietrich se unió a la comitiva llevando el papeleo correspondiente a la alta médica, y esperó, en silencio, que la enfermera terminara su rutina y se marchara.

—Tu progreso ha sido admirable, Zayn. ¿Listo para salir? — Anunció, cuando la mujer se retiró.

—No veo la hora.

—Bien, te traerán la silla de ruedas en un momento — Zayn le observó con escándalo.

—No la necesito, no soy ningún lisiado — objetó, ofendido.

—Sólo es para tu comodidad.

—Pues yo estoy cómodo caminando con mis piernas. Demonios, no estoy paralítico, Dietrich.