Capítulo 4

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Sentir el aire puro acariciar su faz y llenar sus pulmones fue suficiente para tranquilizarlo completamente. Llegó al pasillo cargando dificultosamente la cubeta con el agua a arrebozar y la dejó a un lado de los demás artículos, respirando entrecortadamente.

El sol estaba en su mero apogeo y por ello el pasillo estaba casi desierto, los prisioneros preferían las canchas en un agradable clima.

Tomó la escoba y comenzó a barrer cualquier resquicio de basura por largo tiempo, algunos reos pasaban y se burlaban, otros le miraban de aquella forma en la que ya se estaba acostumbrando y otros hacían comentarios con doble sentido.

Suspiró al terminar de limpiar todo el largo pasillo, recogió la basura. Y se dispuso a realizar lo más difícil; tallar los pisos.

Abrió el jabón y lo esparció por el largo pasillo, introdujo los guantes a sus manos y mojó la franela. Se puso en cuclillas y empezó con el arduo trabajo; fregó el sucio piso con insistencia, haciendo que apareciese espuma en cada centímetro que pasaba pero cuando se disponía a volver a humedecer la tela, la cubeta con agua había desaparecido.

Fue entonces cuando se percato de una presencia a su espalda y al siguiente segundo, estaba empapado.

Ese alguien había tomado la cubeta con una enorme facilidad, y sin hacer el mínimo ruido, la volcó sobre la existencia de Louis.

Respingó asustado, volviéndose de inmediato sólo para ver a un hombre cerca de los treinta años mirarle con lascivia. De alta estatura, piel pálida y pelo castaño. Sus peligrosos ojos verdes lo miraron libidinoso, pero, lo que más llamó la atención de Louis fue el enorme tatuaje de dragón que pintaba el fibroso brazo derecho.

−¿Por qué ha hecho eso? – Preguntó atemorizado, poniéndose de pie. El otro ni se molesto en responderle, estaba absorto con una maliciosa sonrisa observando el pequeño cuerpo; las prendas totalmente mojadas se pegaban a su figura, el pantalón delineaba a la perfección sus delgadas piernas mientras la camisa hacia lo propio en su cintura y torso, el ojiverde podía incluso ver el par de pezones que estaban orgullosamente erguidos y rosados como un par de fresas.

Le recorrió sin decencia y el escrutinio horrorizó a Louis, al segundo y antes que fuese demasiado tarde, decidió retirarse de allí, después podría volver con John. ¡Pero qué mal había calculado! Al ver que su objeto de deseo se le podría escurrir, el mayor lo tomó con rudeza de los hombros y lo estampó contra la pared; Louis soltó un suave gemido de dolor.

−¿A dónde crees que vas? – Preguntó con voz rasposa mirando a pocos centímetros de distancia su rostro. Con uno de sus dedos delineó la mejilla de Louis, recorriéndole hasta llegar a los labios escarlatas – Dioses, si que eres un calienta braguetas... Quiero hundirme en ti – Louis le empujó con todas sus fuerzas, pero solo logró moverlo un poco y entre el pequeño espacio que generó, se escabulló, sin embargo, el otro le agarró de los castaños cabellos y le regresó volviéndole a estampar contra la fría pared.

−Por favor...− Rogó ya desesperado, volteando hacia la entrada del pasillo, pero éste, seguía desierto. El hombre simplemente sonrió.

−No me obligues a golpearte, mejor coopera y te aseguro que hasta lo disfrutarás – Le sugirió, y rompió la distancia entre ambos, robándole un beso. Apretó de su cintura sin cuidado y le pegó su ya despierta hombría en el vientre. Louis le mordió los labios crudamente, haciéndole gritar.

El hombre se separó de él, lo miró con rabia y limpió la sangre de su labio inferior con el dorso de la mano.

−Pequeña puta...− Susurró y le volteó el rostro de un bofetón.

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