Capitulo 34

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No viajaba solo, y hasta hubiese jurado que un ángel le acompañaba en el asiento del copiloto. Se sentía estúpido, cuando esos pensamientos le robaban la concentración, bufaba y volteaba los ojos hasta prorrumpir en carcajadas. Había olvidado esas emociones que le apartaban del mundo entero, que te roban sonrisas y que tan eficaz, aumentan la frecuencia cardiaca hasta jugarte malas pasadas. Estaba vivo, era obvio, pero al fin después de largos años, se sentía como todos sus signos vitales dictaban.

Era una noche preciosa, el cielo raso permitía ver las estrellas brillantes y la luna llena, plateada y refulgente, rodeada de un aura nacarada. Louis sintió el aire fresco batir contra su cabello mientras era trasportado en un lujoso automóvil hacia un lugar insospechado. Liam le sonrió con su intrínseca calidez, perdiéndose en los ojos azules que le robaban el aliento.

― Preferiría que vieras hacia el frente, no quiero que nos estampemos contra algún coche - Bromeó provocando una risilla en Liam.

― Son tus ojos, hipnotizan.

― ¿Y eso es bueno? - Liam le observó de reojo, acentuando su sonrisa.

― Depende. Tienes el poder de dar fe a un ateo, o arrebatársela a un cristiano.

― Oh, interesante descripción. Gracias, supongo.

Liam giró el auto con destreza y se detuvo en un majestuoso restaurante de cocina gourmet. Construido en una esquina, acaparaba toda una manzana, lleno de ventanales y luces. Louis sabía, para comer en aquél lugar; se necesitaba hacer una reservación con mucho tiempo de anticipación e ir acompañado de una buena tarjeta de crédito ó una espaciosa cartera para guardar bastante efectivo.

― ¿Pretendes que yo entre allí, vestido así? - Inquirió Louis, perturbado.

― Sí - Liam recorrió su estilizada figura ― ¿Qué hay de malo? Te ves muy bien - Sonrió coquetón. Gesto que no desagradó al ojiazul.

― No me sentiré cómodo, además, me llenarán de copas y cubiertos. Con cartas de extrañas comidas y vinos que me marearán al primer trago - Louis hizo un curioso mohín ― ¡Y las raciones son pequeñísimas! ¡Jamás me llenaré!

Liam se carcajeó, mirándole extrañado.

― Y yo que pensaba impresionarte.

― No necesitas impresionarme - Musitó apenado, alisando la camisa con sus blancas manitas, aunque no existieran arrugas.

― ¿A dónde quieres ir? Elige tú el lugar.

Louis sonrió encantado.

― ¿Te parece bien, la comida italiana?

Tras esa pequeña sugerencia, que Liam había aceptado gustoso, se dirigieron a un acogedor restaurante italiano cercano. Era un local mediano, más romántico de lo que hubiese esperado, tibio, y aromatizado por el olor natural de la pasta, el queso bien fundido y el pan recién horneado. Se sentaron en una mesa un poco alejada de las demás, a la luz de las velas. Los manteles estaban blancos e impecables, decorados por un búcaro de flores exóticas que desprendían dulces efluvios, aunado a la intrínseca esencia del cedro, tallado en las sillas y mesas.

De entrada, ordenaron dos platos de spaghetti y una pizza del tipo cuatro estaciones, y finalmente Liam convenció a Louis de tomar un vino frutal.

― No estoy acostumbrado, me embriagaré por tu culpa - Le reprochaba en tanto a Liam no le parecía mala idea.

― Sólo una copa - Insistió hasta lograr un débil asentimiento.

― Sí, pero ya te dije, si me emborracho, tendrás que rendirle cuentas a mi madre.

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