Traicionando su corazón (1)

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Dieciséis años atrás

El rey permaneció sentado en la amplia y mullida cama escuchando el sonido seco y cuidadoso de pasos que intentaban ser silenciosos pero eran obviamente apurados, se notaba la desesperación en el apenas perceptible caminar que se acercaba. Sonrió con amargura, parecía que era el final. Su general entró en la habitación sin que nadie lo notara, se veía agitado y conmocionado aunque intentase guardar la calma.

- Estas aquí... - sonrió desde la cama- ¿Me has extrañado?- lanzó la pregunta tal vez con la vaga esperanza de escuchar algo complaciente de aquellos labios.

- ¿Por qué lo ha hecho, Señor? Usted... usted me envió a batalla y prometió que no la dañaría- el rey le vio fijamente.

- ¿Acaso prometí eso? Creo recordar que después de su traición le ordené marcharse: "Vaya, sirva a mi reino y pensaré en ser suave con la reina"-el joven desenvainó su espada apuntándole al cuello.

- ¡¡Usted la ha matado, señor!! Ella iba a dar a luz a mi hijo- el soberano clavó sus ojos azules en los de su general. El monarca tenía apenas unos 20 años y la bravura de su juventud se arremolinaba orgullosa en su rostro, en aquel rostro atractivo que hacía sonrojar a las mujeres a su paso.

- Usted ha sido mío desde el principio, ella intentó apartarlo de mí y la saqué de mi camino.

- ¡Jamás he sido suyo señor!- el general se atrevió a hablar aun sabiendo las innumerables noches en las que le había entregado su cuerpo sin reservas a su rey.

- ¿Cómo lo eres de ella, quieres decir?- Su Majestad jamás dejó de verlo a los ojos y el general, hundido en la desesperanza, atinó a levantar orgulloso el rostro.

- Jamás... Como aun soy de ella...- su rey había matado a la reina y a su hijo en su vientre, había visto su cabeza desfigurada en la plaza pública, ni todo su amor podría hacerlo calmar en aquellos momentos.

- ¿Alguna vez me ha amado, Leonard?- y el muchacho pensó en la idolatría que le profesaba de pequeño, en las veces que fue centro de sus fantasías de adolescente, justo antes de que su rey lo tomase entre sus brazos ¿cuántas veces había gemido bajo su cuerpo? ni siquiera una décima parte la reina lo había hecho bajo el suyo.

La reina... hermosa criatura. Se le ordenó cuidarla y ellos, jóvenes e irresponsables, habían empezado a relacionarse. Debieron terminarlo, ni siquiera debería haber iniciado... pero la pasión fue increíble, el dominar sin ser dominado y la euforia después, de saberla esperando su descendencia. No lo había podido evitar, la había buscado, se habían revolcado como animales. La culpa le había hecho imposible ver a su rey a los ojos y éste obviamente había descubierto su aventura. Pero jamás... jamás en todas las veces que le traicionó, había dejado de amarlo... ¿cómo hacerlo?

- Jamás, Señor...- ¿Cómo decirle que lo amaba ciegamente? ¿Cómo decirle que el que hubiese sido él quien asesinara a su hijo le partía el alma? - Jamás... sentí verdadero amor por usted... - habló entre dientes y el soberano no se movió ni un ápice.

- Repítalo... Repita lo que ha dicho - y aunque Leonard no fue consciente de ello, el rey apenas había podido decir aquellas palabras.

- ¡Jamás le he amado, señor! ni por un segundo o instante... jamás... jamás le he amado- los ojos del rey se aguaron, pero su rostro permaneció firme.

- Parece que me ha derrotado, mi reina - el general no supo a qué se refería pero su vista se movió casi por inercia en el momento en que las puertas de la habitación contigua se abrían. La reina estaba ahí, con ropa de cama, en algodón blanco se dibujaba su cuerpo y su vientre ya abultado, los rizos castaños caían sobre sus hombros brillando a la luz de las velas.

La espada que había estado contra el cuello del monarca cayó... Cayó y sus manos temblaron, su rey no se movió ni un poco, pero la reina corrió a él, besando sus labios, estaba contenta, eufórica y radiante, pero los ojos del general solo pudieron buscar los de su rey, unos ojos azules y fríos que habían contenido las lágrimas, ni una sola había resbalado por su mejilla y su frente no se había inclinado jamás. Marco se levantó y pasó por su lado.

- Márchese a la provincia del sur, tome las tierras que le he regalado y espere ahí a la reina, ella morirá en el parto- Ambos sabían a qué se refería, la haría pasar por muerta- y vuestro hijo será mi heredero. Ninguno de los dos vuelva a presentase ante mi después de marcharse o cortaré sus cabezas y las pondré en la plaza.

El rey salió de la habitación y entre los brazos de la reina el general sintió que se le iban las fuerzas de las piernas.

¿Qué había hecho? Dios... ¿qué había hecho?

Traiciones RealesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora