Traicionando a su sangre (4)

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Leonard abrió los ojos de golpe sintiendo de improviso el balde de agua que le fue lanzado, escociendo las heridas en su cuerpo, la vista le falló y vio de manera borrosa la vieja bodega en la que se encontraba. Miró y todo le pareció difuso, poco a poco su vista se enfocó reconociendo al sujeto que había estado torturándole horas antes.

— No, no, no, no, nuestro invitado especial no puede desmayarse. Nuevamente, dime tu nombre— el sujeto jugó con un látigo en las manos y él se limitó a sonreír muy a pesar de las múltiples marcas que el cuero había hecho en su piel al abrir la carne a golpes.

— Ya lo olvidé— un golpe le abrió la tez de la mejilla, era el primer golpe que le daba en la cara, el cuero del instrumento estaba ensangrentado después de destrozarle la espalda.

— Será mejor que comiences a contestar si no deseas comenzar a perder los dedos uno a uno— Leonard sintió otro golpe abrirle una herida larga en el costado sobre heridas ya abiertas anteriormente. Apretó los dientes e intentó no gritar pero dolía como el infierno.

Pero sabía que habría mucho más dolor de donde había salido aquel, tenía veinte dedos en total y sabía que el sujeto se aseguraría de mantenerlo vivo hasta arrancar el último de ellos de sus extremidades. Le daba vergüenza pensar que no era capaz a pesar del dolor de morder su propia lengua para terminar con todo aquello... era débil...y no quería morir—¿Por qué no vino el príncipe en persona?— Leonard respiraba con dificultad aguantando el dolor agonizante.

— Debe ser... que no quiso levantarse...de la cama— sonrió nuevamente y el sujeto le tomó del cabello levantándolo por encima de lo que las cadenas en sus manos le mantenían.

— Dime ¿qué tanto sabe el príncipe de nosotros?— el príncipe no sabía nada, eso era cierto, pero no podía decírselos. Si lo sabían podían seguir sus planes tranquilamente y encontrar un pretexto para volver a meter a aquella mujer al castillo. No, no podía revelarlo... ¿o tal vez si?

— Por supuesto, no sabe nada— y la sonrisa permaneció en su rostro, mirando a los ojos a su captor— sigan con sus planes... nada les pasará— su apresador entendió entonces que no podía confiar en lo que sea que le dijese, podría estar mintiendo para hundirlos.

— ¿Por eso viniste aquí solo? —paseó el mango del látigo por la mejilla herida de Leonard.

— ¿Por qué más lo haría?— Leonard mantuvo la mirada en el otro y el sujeto frunció el ceño.

— Mientes...— gruñó— ¿qué es lo que el príncipe sabe, pedazo de imbécil?— el sujeto aventó la cabeza de Leonard hacia atrás y caminó algunos pasos atrás, lanzando un nuevo golpe que rompió los pantalones en el muslo de Leonard.

Los grilletes que le sujetaban colgaban de una viga y mantenían sus manos lo suficientemente alto como para mantenerlo en pie pero dejándole doblar un poco las rodillas, de modo que cuando el golpe le hizo irse al suelo los grilletes jalaron sus brazos quemando más sus muñecas en carne viva.

— He sido muy amable contigo, soldado— había unas brasas cerca de donde se encontraba, una varilla con la punta al rojo vivo, debía medir un metro de largo y unos cuatro centímetros de diámetro, su captor la tomó por el mango de madera y caminó hacia él— una vez más, ¿qué sabe el príncipe de nosotros?— el metal tocó su esternón y él se echó instintivamente hacia atrás, escapando del metal y cuando los grilletes le impidieron retroceder, la punta de la varilla volvió a tocar el mismo punto que antes, soltó un gruñido de dolor apenas y aguantando las ansias de gritar, en donde estaban nadie iba a escucharle más que su atormentador, para su deleite y regocijo — Sólo dime lo que sabes y terminaré rápidamente con tu agonía— el sujeto giró el metal en su pecho y el olor a carne quemada le mareó.

Traiciones RealesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora