Donde todo comenzó

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No hay nada más bello que despertar en pleno mediodía entre las más arropadora de tus colchas y ver la luz del sol jugar perezosamente con el polvo desde la puerta - del balcón, en mi caso-. Claramente eso no fue lo que sucedió. Ya que me desperté en medio de un calor infernal- una vocecita en mi cabeza me dijo que no había corriente- y sin que entrara nada de sol por las puertas de cristal de mi precioso balcón -lo que solo podía indicar que era muy temprano - .
Echa una furia me acerqué a las ventanas que daban a la calle - cinco pisos abajo- y vi lo que realmente había molestado mi sueño, un camión de mudanza.
- Qué extraño- me dije- casi nadie se muda a San Martín.
No deben entender nada, déjenme que les expliqué. San Martín - que es donde yo vivo- es un pueblecito intrincado en las más recónditas lomas de la provincia de Matanzas. Y yo, soy una jovencita malhumorada de dieciocho años que ,aparte de dormir, lo único que hace en sus vacaciones es leer y taal vez va a una de las escasas fiestas que se hacen en el pueblo...
Entonces... ¿Por dónde íbamos? Ahh, si, nos quedamos por la parte donde me despiertan malhumorada.
Definitivamente alguien se mudaba, eso lo confirmaban los cinco hombres que subían y bajaban las escaleras del edificio cargando un sinfín de cosas, también la dama y el muchacho de aspecto pulcro que revoloteaban por todos lados dando instrucciones.
Si eran vecinos yo tenía que ver, así que fui corriendo hasta la cocina, lo que me sorprendió fue ver qué mi madre no se encontraba en casa, tampoco papá. Me acerqué a la meseta impecable sabiendo lo que encontraría

"Fui a ayudar a los vecinos con la mudanza, en cuanto leas esto baja "
Mamá

Complacida retiré la nota de la meseta y la deposité en la basura, y, casi corriendo fui a mi habitación a buscar lo necesario para lucir lo suficientemente decente para bajar a presentarme. Pasé junto a un espejo en el proceso y me detuve unos segundos para mirar mi aspecto. Tenía leves ojeras bajo los ojos - cuyo color era entre verde y azul - , ya que según el tiempo o estado de ánimo que tuviera se mostraban de un color u otro-, las espesas cejas estaban impecables, a diferencia del pelo - rubio por cierto - que era una maraña desde las raíces hasta la cintura, donde terminaba - uno o dos tonos más claros que junto al cráneo -, baje la vista para ver mi pijamita de Betty Boo que escondía mis poco voluminosos pechos y mi cintura - de avispa como era llamada casi siempre - , luego estaban mis muslos y mis delicadas piernas ligeramente bronceadas por el abrasador sol cubano.
Me dejó de bobadas y corro al baño. Al salir, con mi pijama cambiado por un ceñido vestido azul Prusia que me llegaba por los muslos - un poco por encima de las rodillas- decido bajar, tal y como dijo mi madre. Pobre de mí que sin saber me dirijo a estamparme de bruces con mi perdición. Y es ahí, justo, donde todo comenzó.

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Perdida por mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora