Todos cayeron en lo que parecía ser un jardín, lleno de hojas secas que amortiguaron la caída. La voz del anciano volvió a hacerse presente.
—¿Se encuentran bien? Eso debió ser una caída dolorosa.
Aturdidos por el impacto, no lograban ver la figura del sujeto. Parecía ser un hombre muy pequeño, que vestía de gris de pies a cabeza. Se acercó a Trevor, y nuevamente añadió:
—¡Hee hee!, ¿no estás adolorido?
Trevor no tardó en notar que aquél ser, que se caracterizaba por llevar su cuerpo de color gris. Se trataba de un gato anciano parlante; pero no era un gato cualquiera. Éste estaba parado en dos patas, y en su cuello llevaba un collar que parecía tener un símbolo bastante intrigante. Su pelaje tenía rayas como si de un tigre se tratase, orejas enormes y un sombrero de paja que ocultaban sus ojos que siempre estaban cerrados.
Trevor se levantó asustado al ver la escalofriante sonrisa de aquél felino, y verlo hablar hizo soltar un enorme grito que levantó a los que aún seguían inconscientes. Pero ninguno se esperaba ver a un gato hablar, esto fue un gran terror para todos, Jennifer no contuvo los nervios y gritó fuertemente. El gato pidió silencio y calma, los demás no tuvieron de otra que esperar a que explicara la situación.
—Disculpen señoritas y caballeros, veo que es una buena oportunidad para presentarme —el gato posó y miró hacia arriba moviendo sus pequeñas patas, hablando apasionadamente—. Pueden llamarme Rabu, y tengo aproximadamente 200 años, realmente he perdido la cuenta. Soy el espíritu guía de éste bosque y ustedes son los últimos humanos que han caído en él.
—¿Espíritu guía?, ¿Quiere decir que no eres de nuestro mundo? —cuestionó Joe.
—Soy completamente terrícola —replicó—. No soy humano, tampoco soy un animal, una planta o algún ser «vivo» que puedan ustedes conocer. Sin embargo, es mi naturaleza ayudar aquellos que entren a este bosque.
—¿En dónde estamos? —Preguntó Jennifer angustiada.
Rabu, dramáticamente se subió encima de una piedra. Y sonriente aclaró.
—Se encuentran en el bosque Luz de Luna, un lugar muy apartado al mundo de los vivos —luego se visualizó su rostro serio y su tono de voz se había vuelto escalofriante—. Sin embargo... los humanos que ponen al menos un pie sobre este bosque no regresarán, es una historia que se ha repetido muchas veces. Están bajo un conjuro conocido como "la esfera de los noventa días", y si pasan aquí dicho tiempo, morirán dejando sus cuerpos humanos y se convertirán en espíritus con forma animal.
Trevor, malhumorado, se opuso a quedarse en la charla. Se levantó aun teniendo muchas heridas en su cuerpo. Caminó un poco y se detuvo al ser llamado.
—¿A dónde piensas ir, jovencito? —interrogó Rabu.
—Voy a rodear el acantilado —replicó.
—Recientemente, ha ocurrido una enorme tragedia. Los espíritus que habitaban este bosque se han vuelto salvajes, pareciera que tuviesen rabia. Créanme que no será fácil pelear con un espíritu sin poseer alguno.
—¿Poseer espíritus? —Preguntó Irvin muy interesado.
—Así es. Si un espíritu se une a tu cuerpo, podrás tener increíbles poderes dentro del bosque Luz de Luna
Irvin llamó a Rediels, y juntos presumieron sus músculos, mientras decían que no necesitaban algún poder fantástico, para poder acabar con cualquiera que se cruce. Pero Rabu los detuvo, acordándoles que éste no era el mundo que conocían, sus puños no son nada comparado con las bestias que podían encontrar ahí afuera.
—Aunque todo éste bosque esté pasando por una terrible masacre, algunos espíritus se han salvado. Es una casualidad que hay un espíritu para cada uno —enseguida emitió un silbido que llamó a un grupo de animales pequeños: un zorro, un lobo, un tigre, un conejo y un león—. Ellos también fueron humanos en un pasado, pero lamentablemente no pudieron salir antes de los noventa días. Por lo tanto, jamás podrán salir.
—¿Está bien que usemos a personas que no podrán salir jamás, para que nos ayuden a nosotros? —preguntó Jennifer.
—Así como yo soy un espíritu ellos también lo son. Estamos encantados de ayudar.
Todos corrieron a escoger el animal que más le llamase la atención. Jennifer no tuvo ningún problema con escoger alguno, se preocupaba de lo que pensarían esos espíritus si alguna vez fueron humanos. Se perdió en sus pensamientos que no había notado que era su turno de escoger. Solo quedaba el zorro, que abundaba de cabello en sus orejas y tenía dos colas. Jennifer lo veía con mucha preocupación, aunque su compañero se acercaba mientras lamía sus heridas. Jennifer pensaba «¿por qué tenemos que hacer esto?» Y se estremecía mientras lo hacía.
De inmediato, los espíritus se habían desvanecido y habían entrado al cuerpo de cada uno. Los cuerpos de los chicos habían cambiado mínimamente, algunos rasgos característicos de los animales se reflejaban en el rostro de los jóvenes. Jennifer tenía marcas en sus mejillas, como si fueran bigotes. A Irvin le crecieron sus colmillos al igual que Trevor. Los ojos de Joe habían cambiado como los de un felino y Rediels era un caso diferente, su rostro no había cambiado, pero sus brazos se habían vuelto peludos.
—Dentro de muy poco conocerán los poderes que pueden controlar, hee hee —afirmó el gato—. A partir de ahora, estarán en una larga y peligrosa aventura. Deben cuidarse de la esfera de los noventa días, quien es tan cruel. Yo Rabu, los acompañaré. Pues, un enorme camino van a conocer.
—¿No podemos rodear el acantilado? —preguntó Irvin— Pienso que el camino sería más corto.
—Entradas hay muchas, pero la salida es una. No subestimen al conjuro de los noventa días, si intentan salir por otro sitio sentirán que están atrapados en una pecera.
Todos se levantaron y abandonaron aquél jardín lleno de hojas secas. Jennifer se encontraba muy nerviosa, y se lamentaba de haber aceptado la idea de haber asistido a casa de Joe.
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Noventa noches bajo la luz de la luna
Viễn tưởngEn el último día de clases, invitan a Jennifer a una reunión organizada por un grupo de compañeros. Logra reunir el valor y asiste, y cuando todo parece estar tranquilo, el padre de Joe (responsable de la casa donde se habían quedado) había desapare...