VIII El dragón de acero y el varón con armadura de hielo

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Por otro lado, Irvin, Rediels y Trevor habían sido arrastrados a una habitación llena de antorchas. Había mucha arena y los bloques estaban hechos del mismo material.

   —¡Demonios! —exclamó Trevor— ¿Por qué tengo que estar a solas con ustedes dos?

   —Si no quieres estar con nosotros mejor apártate —replicó Rediels mientras lo empujaba—. No quiero pasar un mal rato.

   —Dejen de pelear —añadió Irvin— ¿dónde están los demás?

   —Hemos sido arrastrados por una extraña planta —notificó Trevor.

   Irvin suspiró y de inmediato dio la orden de avanzar y encontrar al resto del grupo. Trevor se imponía, dando la idea de que estarían perdiendo el tiempo. Había una posibilidad de que la cueva los llevaría hacia el fin del bosque Luz de Luna. Luego Irvin lo acusaba de egoísta, por querer salvarse él primero sin pensar en los demás.

   Rediels no toleraba las discusiones, así que los detuvo. Trevor se lo tomó a mal, y continuó ladrando. Aunque Rediels no toleraba sus palabras se mantuvo en silencio y continuó caminando.

   Así fue, avanzaron por un largo camino recto, sin desvíos. Todo parecía estar tranquilo hasta que se percataron de que estaba sonando algo muy extraño. Parecía el peso de una armadura, que rechinaba con sus pasos largos. De un momento a otro se arrastraban cientos de serpientes agresivas que atacaron de inmediato a los muchachos.

   —¿Serán espíritus? —pensó Irvin.

   De pronto una de las serpientes mordió el brazo de Trevor, y enseguida el mismo perdió las fuerzas. La agarró y la tiró a una esquina, aunque su brazo había quedado con un dolor insoportable. Las demás se preparaban para atacar, pero Rediels cubrió a Trevor, sus brazos se hincharon y sus venas resaltaban exageradamente.

   El sonido de la armadura se hacía cada vez más fuerte, Trevor indefenso miraba a todas las direcciones. Así pues, se percató de que las paredes del estrecho camino se movían, esparciéndose y formando un camino amplio.

   A lo lejos se acercaba un enorme dragón, de cuerpo humanoide. Que tenía escamas de acero y una bufanda roja, del mismo color de sus ojos enfurecidos.

  —¡Maldición! —gritó Trevor— No puedo hacer nada.

  —No te preocupes bravucón —le respondió Rediels—. No te pasará nada mientras estemos aquí.

   Irvin escuchó las palabras de Rediels, y no podía quedarse de brazos cruzados. Tomó la decisión de enfrentarse a la bestia que era dos veces más grande que él.

   —Yo me encargaré de éste pedazo de metal oxidado —añadió con mucho valor. Se mostró enfurecido mientras tronaba sus dedos—. Te encargo a las serpientes, Rediels.

   —¡Ni lo pienses! No podrás contra esa cosa tú solo.

   —Sé que tú podrás proteger a Trevor de todas esas serpientes. Yo los protegeré a ambos de ese dragón.

   El dragón expulsó una gran cantidad de vapor por su nariz. Corrió hacia donde se encontraba Irvin, pero con suerte, él había creado unos puños de hielo que evitaron que lo golpeara.

   Sus escamas eran más fuertes que unos simples puños congelados, con mucha fuerza los quebró al instante. Irvin estaba asustado, pero ocultaba su miedo viendo los ojos de su enemigo. Aún no sabía controlar bien sus poderes, pero intentó hacer unos muros de hielo, que luego fueron derretidos por el calor que generaba el vapor expulsado. El dragón aprovechó esa ventaja para atacarlo directamente, cortando su brazo derecho y empujándolo a un lado.

Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora