XXI En un lejano bosque

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Cuando Jennifer despertó, se percató que su cuerpo había sido llevado a la vieja y ruinosa cabaña. Su cuerpo estaba cubierto de vendas, que estaban hechas con diferentes tipos de telas (que algunas de ellas lastimaban su cuerpo). Jennifer observó de derecha a izquierda, y no había nadie más que ella, y Rabu sentado a su lado.

   —¿En dónde están todos? —preguntó Jennifer, enseguida de haberlo visto. Luego continuó haciendo otro par de preguntas que iban relacionadas a la primera.

   —Son muchas preguntas para empezar un nuevo día, aunque viniendo de ti, sería lo único que esperaría —respondió con una humilde y tranquila sonrisa en su rostro—. Fuiste tú quien ganó la batalla.

   Jennifer, se estremeció del miedo, al escuchar que había asesinado a Ancor.

   —Yo no quería hacer eso —confesó, mientras bajaba su mirada— ¿eso me hace una asesina?

   —Pues —le respondió—, salvaste a tus amigos de alguien que estaba muerto desde hace tiempo.

   Jennifer, con su rostro expresivo, mostró confusión. Vio la grieta del techo y reflexionó sobre lo ocurrido. Era un día muy hermoso, donde el sol brillaba intensamente, y los reflejos de la luz, acariciaban las mejillas de Jennifer.

   —No te mortifiques —continuó Rabu—, era lo mejor que podías hacer. No lo pienses mucho, o conocerás una larga y fría noche que no tiene fin... tus amigos están agradecidos por lo que has hecho.

   Jennifer, volvió a recostarse, ya que aún se sentía muy cansada.

   —¿Está bien si nos quedamos un día más? —preguntó.

   —Días quedan muchos, pienso que sería lo mejor para ustedes.

   Luego Jennifer volvió a dormir. Rabu, acarició su frente mientras se disculpaba sin explicación alguna. Se asomó por las ventanas de la cabaña, y observó que todos estaban sentados en aquél bello y reluciente pasto color fucsia. Todos reían, mientras platicaban lo ocurrido. Rabu al verlos volvió a disculparse, sin explicación alguna.

   Cuando ya estaban listos para marchar, un ataque de nostalgia se apoderó de la mente de los muchachos. Rabu, se mostraba sonriente, y cantaba algunas canciones, mientras brincaba alegremente. Volvieron a pasar por la cueva calavera (que ahora es un templo en ruinas), y en los residuos, se encontraron algo maravilloso. Las plantas que habían nacido en ese lugar, seguían creciendo sanamente, y el color naranja de sus hojas era mucho más intenso que antes. Todos rodearon las plantas y se despidieron de ellas.

   —Las plantas sienten —comentó Rabu—, de lo contrario, no estarían vivas. Trevor crecerá y se convertirá en un árbol muy grande. En el lugar que antes era una caja de odio, una nueva vida marcará la diferencia.

Siguieron avanzando, hasta llegar a un hermoso y plateado río, que brillaba con el reflejo del sol, su agua era tan limpia que parecía ser transparente

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Siguieron avanzando, hasta llegar a un hermoso y plateado río, que brillaba con el reflejo del sol, su agua era tan limpia que parecía ser transparente. En él, había un camino de piedras, que llevaban al otro lado del bosque, donde las hojas volvían a ser verdes, y los troncos de los árboles, volvían a ser marrones.

Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora