III «Concentración y calma» las armas más poderosas

19 1 0
                                    

Luego de que Jennifer, junto a sus compañeros de clase y Rabu abandonaran el Jardín, cruzaron por enormes hojas que impedían el paso. Cuando las movieron a un lado, contemplaron el maravilloso paraíso en el que estaban. El cielo estaba completamente despejado y la luz del sol no aturdía. Las hojas de los árboles eran moradas, algunas de color naranja, con troncos negros. El césped fucsia brillaba intensamente mientras el viento jugaba con él, y en el cielo flotaban millones de esferas de colores. Jennifer, sorprendida observaba con delicadeza, desde pequeña le ha encantado los paisajes.

   Pero la tranquilidad no duró mucho. De un momento a otro se acercaron dos abejorros de tamaño humano; estaban furiosos y chillaban desesperadamente. Tenían enormes tenazas y sus patas eran tan filosas y brillantes como una guadaña.

   —¡Son espíritus salvajes! —exclamó Rabu— No esperaba que se aparecieran tan pronto.

   Irvin dio un paso y apartó a Rabu.

   —No se preocupe. Creo que no le he dicho lo fuerte que puedo llegar a ser.

   —Recuerda que no estás solo —replicó Rediels—. Cuatro puños son mejores que dos.

   Ambos caminaron lentamente hacia donde se encontraban los insectos. Uno de ellos los intimidó intentando clavar una de sus patas en el pecho de Irvin. Logró esquivarlo de manera que su pata quedó atorada en la tierra. El otro muy agresivo cortó las mejillas de Rediels, como se encontraba aturdida de la caída del acantilado, perdió las fuerzas en sus piernas cayendo de rodillas con sus mejillas cubiertas de sangre.

   Irvin gritó el nombre de su amiga, y fue directamente a arrancarle las patas al abejorro, pero eran tan afiladas que se cortó sus manos en el intento. Armado en ira, de un golpe, llevó al suelo a uno de sus enemigos, sin embargo esto llamó la atención del otro y ahora él estaba peleando solo contra dos.

   —Es imposible si no aprenden a controlar sus espíritus, los golpes no son nada comparado con lo que ellos pueden hacer —dijo Rabu.

   Jennifer miró a Irvin de forma preocupada, pensó que Trevor o Joe irían a ayudarlos, pero hacían caso a las palabras de Rabu mientras estaban nerviosos. Jennifer juntó sus manos y cerró los ojos preguntándose «¿Cómo puedo crear magia?», y un movimiento involuntario provocó que su brazo derecho se estirase. De pronto una voz dulce y misteriosa, respondía en su cabeza «concéntrate», repetía esa palabra una y otra vez. Aquella voz era tan suave que mantenía a Jennifer calmada.

   De su mano se creó un látigo de fuego. Las llamas del mismo eran azules.

   —Eso es... —encantado comentó Rabu— lo has logrado.

   Jennifer al soltar un quejido lanzó el látigo con todas sus fuerzas. Aunque el fuego del que estaba compuesto era débil, alcanzó para quemar las alas a los bichos, y al caer no podían hacer más que arrastrarse. Luego llegó Irvin y los aplastó con sus enormes puños, una expresión de desagrado se creó en todos al ver que un líquido extraño salía del cuerpo de los abejorros mientras eran golpeados. Toda la preocupación había desaparecido de un golpe, y una sensación de asco se reflejaba en todos.

   Rabu aún seguía sorprendido, al ver que Jennifer sin ayuda logró controlar a su espíritu. La miraba fijamente mientras ella estaba en las nubes pensando en lo que había hecho.

   —¡Síganme! Mis pequeños saltamontes. Hee hee —rió Rabu.

   Todos dejaron la figura deformada de los abejorros. Pero, nunca notaron que en aquél sitio en donde estaban sus residuos, nacieron dos plantas, con las hojas del mismo color de los árboles.

   Después de unas cuantas horas de camino. El sol comenzó a oponerse, el cielo era color lila y desde del césped comenzaron a volar miles de luciérnagas.

   —Deben aprender a concentrarse y a mantener la calma —dijo Rabu—. No todas las peleas requieren de usar todo lo que tienes al principio.

   Irvin y Rediels se sentían decepcionados de ellos mismos, solamente querían ayudar y demostrarle a Rabu que podían defenderse solos, aunque no fue así.

   —No deberían sentirse mal —continuó rabu, al mismo tiempo se acercó a ellos dándoles una fruta cada uno—. Sus intenciones son dignas de ser recordadas.

   Rediels, tocó sus mejillas y ya habían cicatrizado. Estaba sorprendida y asustada al mismo tiempo. Luego Rabu le explicó que en el bosque Luz de Luna, las heridas sanan más rápido. Los demás al escucharlo notaron que los rasguños de la caída del acantilado habían desaparecido.

   Extrañamente tampoco se sentían agotados ni tampoco tenían hambre. También había una razón para ambas cosas. Rabu argumentó que en bosque Luz de Luna no es necesario comer, porque sus cuerpos están en reposo, como si estuviesen muertos. Y al no sentirte vivo, el cansancio desaparece.

   Llegó la noche y la luna llena se posaba en el cielo. Con su inmenso brillo, hacía resplandecer las esferas que se encontraban flotando. Aquellas luces eran tan hermosas que viajaban por todo el bosque, sin mencionar la presencia de las luciérnagas que bailaban sobre los jóvenes.

   —¡Por mis bigotes! —exclamó Rabu— Es una hermosa casualidad. Han venido en una de las temporadas más hermosas.

   —Es un lugar muy extraño —añadió Jennifer sonriente—. Pero es el sitio más bonito que he podido visitar.

   —Al parecer, ahora sonríes más seguido Newdeel —intervino Irvin.

   Jennifer no se molestó en decir lo contrario. Miró a los ojos de Irvin y respondió manteniendo su sonrisa y sus mejillas sonrojadas.

   —Supongo que es verdad.

   Joe, se encontraba murmurando a lo lejos, enojado y apuñando las manos. Jennifer lo notó y se le acercó. No quería hablar de lo que pensaba, pero al final, comentó lo que sentía, sin mirar a los ojos de la chica.

   —Mi padre está ahí afuera, y no pudimos encontrarlo. Me preocupa que nunca regrese a casa.

   Jennifer logró entender sus sentimientos, y bajó su mirada mientras pensaba que decir.

   —Mis padres siempre están peleando. Por eso vine a conocerlos, quería reír y divertirme como lo hacen ustedes.

   —¿Qué quieres decir con eso? —respondió enfurecido.

   —Que ahora nosotros estamos perdidos. Primero piensa en cómo vamos a salir de éste extraño bosque.

   —Eso no tiene ninguna relación con lo que has dicho. A mí no me interesa lo que le pasen a tus padres.

   —Volverás a reunirte con tu padre —replicó Jennifer, golpeando el hombre de Joe—. Y si aún no ha regresado en ese entonces, volveremos a buscarlo juntos.

   En ese momento, los ojos del muchacho brillaron. Él se preguntaba la razón por la que decidió conversar sobre ello.

   —No eres el único que me ha tratado mal, aunque no sea algo que me afecte, aprende a ser agradecido —fue lo último que dijo Jennifer antes de abandonar la conversación y marcharse.

   Rabu, no paraba de ver a Jennifer por lo que había hecho en batalla. Y al escuchar esa conversación mantuvo el silencio, impactado de lo que había visto.

   —Ésta vez, puedo ver a jóvenes muy buenos —dijo Rabu, en suaves susurros.

Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora