XIV Escuadrón estrella oscura

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Aquellas personas, eran ladrones, que no tenían otra alternativa para sobrevivir antes que robar. Se trataba de cuatro jóvenes huérfanos, que no tenían un hogar en donde vivir. Ancor era aquél quien dominaba al grupo, siendo él un joven que abundaba en belleza por su brillante cabello blanco y ojos celestes. Para ser pobre, muchas chicas se fijaban en su apariencia, y esa habilidad la usaban en los adultos para conseguir dinero.

   Pero al pasar el tiempo, Ancor reconocía que sus acciones no eran buenas, por lo tanto empieza a cambiar para él, y pretendía que sus amigos hicieran lo mismo.

   Una noche de brujas deciden ir por dulces, como lo haría cualquier niño. Se vistieron de negro y ocultaron sus rostros con máscaras con forma de calavera que habían hecho. Pero fueron rechazados en todas las casas, los adultos, les decían que estaban mayores para disfrazarse y pedir dulces.

   Se acercaba la media noche y los jóvenes aún no habían cenado, tras ver la situación decidieron descansar.

   —Ancor, tengo hambre —comentó Lorena abrumada.

   —Ya encontraremos algo —respondió—, no somos ladrones.

   —Si lo somos —interrumpió Zarek—, toda la vida hemos robado para poder sobrevivir. Es estúpido intentar cambiar si el mundo es tan cruel con nosotros.

   Ancor intentó calmarlo, pero Zarek se enfurecía más.

   —Es culpa de los adultos. Nadie se preocupó por nosotros, y ahora estamos aquí, con hambre. Estoy harto de robar en secreto, ya todo el mundo sabe que somos ladrones.

   Lorena, se sintió ofendida, y Diana intentó intervenir en la discusión. Lo que obligó a Ancor a tomar una decisión

   —Al parecer no nos queda de otra. Vamos a robar la próxima casa que nos nieguen los dulces.

   Así fue pues, llegaron a la casa de una anciana que era muy amable. Ancor, aunque había dado la orden, no podía resistirse a mostrar su lado dulce y bondadoso.

   —Buenas noches señora. ¡Dulce o truco!

   —Oh —respondió—. Jovencito ¿no crees que ya eres mayor para estas cosas?

   Cuando la anciana pronunció esas palabras, Zarek corrió y le tapó la boca, y tomó sus brazos para que no se pudiera mover. La mujer se resistía, pero sus esfuerzos fueron en vano.

   —¡Diana, Lorena. Tomen todo lo que puedan! —Ordenó Zarek.

   Las chicas obedecieron sus órdenes. Tomaron todo lo que pudieron y las colocaron en un saco.

   —Señora, le pido disculpas —dijo Ancor—. No somos criminales, es que no hemos comido nada esta noche.

   —Te dije que guardaras silencio —interrumpió Zarek—. Nadie debe saber lo que pasa en nuestras vidas.

   Los vecinos escucharon lo ocurrido, luego llamaron a la policía (que no tardaron en llegar). El sonido de las sirenas se hacía cada vez más fuerte y los muchachos no tenían otra alternativa que huir. Tomaron el saco, y Zarek tiró a la señora al suelo.

   Corrieron por todas partes, pero la policía no los perdía de vista. Luego, como pudieron, se escondieron en un bosque que tenía hojas enormes. Y como la noche era muy oscura, los policías no lograron encontrarlos. De un momento a otro, los jóvenes se percataron de que aquél bosque contenía esferas que flotaban en el cielo, y que con el intenso brillo de la luna, presumían su color alumbrando como un farol.

   Después se percataron de algo inesperado. Ya no tenían hambre, y no se sentían cansados. No vieron la necesidad de comer lo que habían robado, en cambio decidieron explorar el bosque. Todos se encontraron con espíritus que adoptaron, pero Ancor había tomado dos: Un pequeño ciervo y un lagarto de su mismo tamaño. El ciervo le permitía borrar los recuerdos de cualquier otro espíritu si lo veían a los ojos y a su vez, si sus cuernos se encontraban presentes. Aunque tuviera semejante poder de manipulación, no era algo que disfrutara tener, así que se limitó a mantenerse lejos de sus espíritus.

   Se quedaron un buen tiempo, debido a que jamás se habían sentido tan felices, sin necesidad de comer ni de sentirse cansados. Pero cuando decidieron salir, notaron que una fuerte barrera invisible se los impedía, los humanos, habían pasado noventa días en ese bosque. Ancor, estaba enfurecido, y perdió el control. Golpeaba el suelo y se quitaba mechones de cabello, gritando todo el odio que le tenía a su vida, llena de mala suerte. De tantos sentimientos acumulados e incontrolables, Ancor se había vuelto loco.

   La última vez que lloró, fue cuando vio la máscara que había hecho con sus propias manos, y recordó que quería ser una buena persona, empezando desde cero. Quería que lo aceptaran como un ciudadano, y que lo vieran como un hombre y no como una amenaza.

   —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Diana.

   Ancor, sonrió. Y de inmediato salieron sus enormes cuernos brillantes.

   —Vamos a salir de aquí cueste lo que cueste.

   A partir de ahí, pasaron años intentando buscar alguna manera de salir. Ancor quería tener todo el poder en sus manos, así que siguió buscando algún espíritu que tuviese un intenso poder, para destruir la el conjuro de los noventa días. Pero ninguno le parecía suficiente, en ese caso, les borraba la memoria para que en un futuro, si los llegase a necesitar, serían sus fieles sirvientes.

   Al cometer esas acciones, se identificaron como «Escuadrón estrella oscura». Porque antes de notar que estaban atrapados, dibujaron una estrella con sangre, en la frente de la máscara. Para así recordar que alguna vez fueron humanos.

 Para así recordar que alguna vez fueron humanos

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Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora