V La cabaña abandonada

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No muy lejos de donde quedaron, se encontraba una cabaña algo descuidada, que estaba cubierta de musgos y de raíces de plantas. Sus ventanas estaban vacías (debido a que no tenían cristales). Una inmensa curiosidad despertó sobre Trevor al notar que la puerta no estaba cerrada, se acercó y la empujó, pero no había nadie.

   —¡Qué misterioso! —exclamó Rabu mientras tocaba las paredes de la cabaña— Pareciera que fuese obra de un viejo amigo.

   De un momento a otro se empezaron a escuchar pasos. Los jóvenes se angustiaron al notar que no podían escapar, solo había una puerta y un par de ventanas. Pensar en tratar de hallar una salida les tomó mucho tiempo, de manera que la puerta se abrió y se visualizó una persona. Era una niña, de piel morena y cabello corto. Sus ojos eran oscuros al igual que su cabello que tenía una mirada muy expresiva. Vestía de ropa muy fresca y no llevaba zapatos. Cuando ella notó que la cabaña no estaba vacía, sus ojos se habían vuelto blancos, y un montón de marcas se dibujaron en su cuerpo. Enojada, aclamó con toda sus fuerzas.

   —¿Quién es la bestia que decide destruir mi sagrado hogar?

   Estaba demasiado furiosa. El polvo de la cabaña se esparcía a todas partes, los trozos de madera podrida flotaban y una ráfaga de aire golpeaba toda la zona. La niña estaba flotando y apretaba sus dientes mientras se acercaba a los otros. Parecía ciega, pues no había notado que quienes estaban en la cabaña también eran humanos.

   —¡Detente! —suplicó Rabu— Vas a destruir la cabaña junto contigo.

   La chica, de inmediato reaccionó y recordó de quien era aquella voz.

   —Maestro Rabu ¿eres tú?

   En ese momento se calmó y volvió a colocar los pies en el suelo, y luego se disculpó por lo que había hecho.

   —Yo también me enojaría si veo a un grupo de desconocidos en mi casa —añadió Jennifer—. No veo la razón por la que debas sentirte culpable.

   La niña respondió agradecida, mostrando una sonrisa mientras abrazaba a Jennifer.

   —Rabu ¿quién es ésta mocosa? —preguntó Trevor

   —No hace mucho, una pequeña humana vino aquí —replicó—. Pero aun teniendo la posibilidad de salir, decidió explorar por todo el bosque, en búsqueda de un objetivo muy personal.

   —Así que han caído nuevas personas —habló también, una voz pasando por la puerta. Se trataba de un hombre encorvado de cabello largo que cubría casi todos sus ojos. Piel blanca como el papel y parecía estar siempre de mal humor.

   —Señorita Marie, ¿podría explicarme quién es éste caballero?

   Marie lo miró y luego se presentó correctamente.

   —Lo que dice el maestro es cierto, no llevo mucho tiempo aquí. Mi nombre es Marie, y he venido aquí con el objetivo de encontrar a mi abuelo perdido, ya lleva mucho tiempo que se fue de casa y sé que está en algún lugar de éste bosque. El chico que ven a mi lado es un alma perdida, su nombre es Zarek y me acompaña en mi recorrido.

   Joe, sintió empatía al escuchar aquello. Después de todo, él también estaba buscando a su padre.

   —Señorita Marie —dijo Rabu—, ¿quiere decir que aquél muchacho está atrapado bajo el conjuro de los noventa días?

   —¿Qué es un alma perdida? —preguntó Jennifer con indiferencia.

   —Jovencita Newdeel, permíteme explicar. Aparte de los espíritus y corruptos, existe una última cosa en este bosque: Las almas perdidas son aquellos humanos que han pasado tras el conjuro de la esfera de los noventa días, acompañado de su espíritu. No abandona su cuerpo, por siempre mantendrá su forma humana pero el espíritu no podrá salir del mismo, por lo que a partir de ahí es uno solo.

   —¡Estamos de vacaciones, Rabu! Estoy cansado de estudiar —exclamó Irvin con drama.

   Jennifer se agachó delante de Marie, y le susurró

   —No estoy segura de que puedas encontrar a tu abuelo. Pero si estoy segura de que él estaría orgulloso de saber lo que estás haciendo por él.

   —¿Quién eres? —preguntó estremecida, mientras sus ojos se humedecían.

   —Puedes llamarme Jennifer —volteó hacia donde estaban los demás—. Y ellos son mis compañeros de clase.

   Luego se presentaron, y Marie no paraba de sonreír, se veía muy animada después de todo. Jennifer se sentía tranquila, pero por alguna razón le angustiaba la presencia de Zarek. Tal vez sea porque tenía una mirada muy penetrante o porque era más callado que Joe.

   —Supongo que ahora tendrán que ir a la cueva espejismos. No está muy lejos de aquí —afirmó Zarek.

   Un intenso brillo venía del techo, se trataba de una enorme abertura que se encontraba en la cubierta de la cabaña. Marie lo miró detenidamente y enseguida añadió:

   —Es un hermoso día para hacer una larga aventura. Puede que en el camino encontremos a mi abuelo.

    Todos salieron de la cabaña y se encontraban preparados para marchar. Pero los detuvo una manada de lobos rabiosos que se acercaban detenidamente dejando espumas por todas partes.

   Marie, dio el primer paso. Luego tras cerrar sus ojos, las marcas en su cuerpo volvieron a aparecer, y nuevamente se encontraba flotando. Al mover su brazo se creó un enorme tornado que espantó a los lobos de manera que huyeron de inmediato.

   Quedaron impactados al ver semejante poder. Todos se preguntaban qué era aquello. Pero Marie no lo supo explicar, las marcas de su cuerpo desaparecieron y sus pies descalzos volvieron a colocarse en el suelo. Ella poseía un oso polar que le permitía controlar el viento, y aunque parezca poco creíble, su manera de usarlo era escalofriante.

   Al terminar lo ocurrido, avanzaron rumbo a la cueva espejismos, un viaje que tomaría días, partiendo desde la cabaña.

Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora