Cuando Jennifer despertó, extrañamente se encontraba en un jardín cubierto de flores de todos los colores: tenía rosas, amapolas, orquídeas y un área cubierto de girasoles. Cuando Jennifer se acercaba a las flores amarillas, nota que hay alguien más ahí. Se trataba de una chica de cabello rubio, con ojos de color carmesí; eran muy expresivos para su gran tamaño. Llevaba un vestido blanco que tapaba sus pies, que era tan pálido como el color de su piel.
—Señorita —le llamó—, puede acercarse, es el mejor momento para poder hablar.
Jennifer, estando nerviosa se acercó lentamente. La mujer estaba sentada en el suelo, en medio de los girasoles.
—Recuerdo que yo amaba acariciar estas flores —añadió mientras tocaba un pétalo de girasol.
—Esa voz —replicó Jennifer—... la he escuchado antes, ¿quién eres?
—Soy un espíritu, aquél que está aliado a tu cuerpo. Pero puedes llamarme Beatriz, Jennifer Newdeel.
Jennifer se estremeció al escuchar su nombre, y repetía el suyo tartamudeando.
—Te he advertido —continuó—, todas las veces posibles, cuando te encontrabas con bestias muy fuertes.
Beatriz, lentamente se levantó, y caminó hacia donde se encontraba Jennifer. Acarició su frente y sus mejillas, mientras la veía a los ojos.
—Eres una niña muy dulce. Realmente eres fuerte, puedo saber cada cosa que piensas estando dentro de ti.
Jennifer enojada se apartó, de inmediato rezongó.
—¡No estoy aquí para que me tengas lástima!
Beatriz no añadió ni una palabra en ese momento, solo suspiró y miró los alrededores.
—Es un hermoso jardín ¿no? Así los recuerdo.
—¿Dónde estamos? —preguntó
—Estamos en tu mente, dando un paseo en mis recuerdos.
La voz de Beatriz se quebraba cada vez que hablaba. Jennifer la observaba, pero parecía ocultar su rostro. Luego, un ataque de mareos llegó sobre ella, y ahora se encontraban en una iluminada noche del bosque Luz de Luna.
—Cuando tenía tu edad, fui a un campamento de verano. Todos mis compañeros de clase, junto conmigo, llegamos a este bosque. Como puedes observar, no pudimos escapar a tiempo, pero la verdad no fue del todo triste pasar el tiempo aquí. Hasta que llegó alguien que borró los recuerdos de todos. Se habían vuelto salvajes, babeaban por todas partes, y se lastimaban unos con otros. Recuerdo que mis mejores amigas comenzaron a pelear, de manera que se juntaron y fueron condenadas a ser un corrupto, ahora están atrapadas en la esfera volcánica.
Jennifer escuchaba detenidamente. Beatriz comenzó a llorar de manera que abrazó con muchas fuerzas a la joven acompañante, y Jennifer tampoco pudo evitar que dejara escapar un par de lágrimas.
—Mis padres —sollozó Beatriz—, estuvieron esperándome por mucho tiempo. Jamás pude ver sus rostros otra vez, escuchar sus consejos y recibir sus cumplidos. Jamás pude pedirles que me vinieran a buscar porque estaba perdida.
—Beatriz —dijo Jennifer mientras acariciaba su suave cabello—. ¿Nunca intentaste salir, aun siendo un espíritu?
—Rabu siempre decía que solo tienes una oportunidad para salir, y la consigues si pasas menos de noventa días aquí.
Jennifer no quería extender la conversación. Acercó su rostro a su cabello y lo olfateó, sin despejarla de sus brazos, le susurró que sus padres de seguro estarían pensando en ella.
—Quisiera —dijo Beatriz con voz muy baja— que te quedaras aquí.
—No puedo —replicó.
—Estoy segura de que estarías mucho más tranquila aquí. Sin tus padres peleando, sin la carga de sentirte sola todo el tiempo. Y tal vez... yo también deje de sentirme tan sola.
Jennifer, se separó de ella y se sentó a un lado de Beatriz.
—Por más problemas que tenga en casa, es el único lugar donde puedo leer libros, donde puedo tomar una taza de café y ver caer la lluvia en tiempos de invierno. Durante años, he visto como mis padres se han peleado por cosas muy insignificantes, y por ello nunca he querido que alguien entrase a mi vida. Aunque me cause mucho dolor, es el único sitio donde puedo dormir tranquila.
—Eres muy valiente. Nunca podría imaginarme que tan fuerte pueda ser un problema familiar.
Jennifer sonrió mientras una cálida lágrima se resbalaba en su mejilla. Miró a Beatriz a los ojos y luego le habló.
—Pero puedo prometer cosas, soy muy buena cumpliendo promesas. Me encantaría que volvieras a ver a tus padres después de todo este tiempo. Podrías salir junto con nosotros.
—Te equivocas —le interrumpió—. Rabu ha dicho que los espíritus nunca salen de éste bosque.
—¿Y si no fuera verdad? —preguntó— Si hay tantas cosas que no tienen sentido, estoy segura de que podría haber una manera de sacarte de aquí.
—En el caso de no ser verdad, me sentiría triste al no poder encontrar la manera de haber salido antes.
—El mejor momento es ahora, es probable que no hayas hablado con alguien durante años ¿no es así?
Beatriz estaba sorprendida, su tristeza había reducido y se sentía levemente motivada.
—Supongo que la magia es inexplicable —dijo Beatriz mientras se reía—. Para ser tan antipática sabes entender perfectamente a las personas.
Luego, a Jennifer le atacó un fuerte dolor de cabeza que la hizo caer al suelo. Gritaba del dolor, mientras imaginaba fuertes sonidos que le aturdían. Jennifer estaba despertando y Beatriz intentó calmar su dolor, acariciando su frente.
—Es hora de que despiertes, señorita Jennifer.
—No —añadía Jennifer con dificultad—... no olvides la promesa.
—Jamás la olvidaré —de inmediato, la dama miró ojos de la joven, y con una expresión de serenidad habló en voz baja—. Pero antes de salvarme, debes ayudarte tu primero.
Jennifer volvió a sentirse ofendida, pero el dolor era tan fuerte que no podía hablar. Todo lo que veía desaparecía, hasta que llegó el momento en que no quedaba nada.
Jennifer no podía mover su cuerpo, y sentía dolor al mismo tiempo. Estaba atrapada con tallos de flores, que sus espinas perforaban su piel.
—Hee hee. Has despertado, señorita Newdeel —añadió Rabu.
No había más nadie cerca. Rabu estaba completamente solo, en una habitación rocosa llena de musgos.
Jennifer ya podía controlar el fuego a su favor, quemó las flores y se liberó.
—Sabio Rabu —replicó Jennifer— ¿dónde estamos?
—En alguna parte del laberinto. Encontrar a los demás no será nada fácil.
—No hay tiempo que perder.
Jennifer caminó mientras en su mano encendía una pequeña bola de fuego que iluminaba el camino. Ahora tenía una promesa que cumplir y eso la motivó de manera que sus miedos habían desaparecido.
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Noventa noches bajo la luz de la luna
FantasiaEn el último día de clases, invitan a Jennifer a una reunión organizada por un grupo de compañeros. Logra reunir el valor y asiste, y cuando todo parece estar tranquilo, el padre de Joe (responsable de la casa donde se habían quedado) había desapare...