XIX Bruno y Robert

3 2 0
                                    


Había una vez un niño que nació ciego, y él pensaba que su vida era un sueño, debido a que nunca había visto algún amanecer, y el mismo ansiaba despertar algún día. Ese bondadoso soñador tenía por nombre Robert.

   Un día sus padres olvidaron buscarlo en el colegio, Robert decidió volver a casa por su cuenta, tomó su bastón y comenzó su recorrido. Al caminar por un par de horas, llega el punto en que se tropieza con una piedra, lo que hizo que su cuerpo involuntariamente rodara. Cuando dejó de hacerlo, se encontraba en una superficie blanda, con hojas que rozaban su piel, acompañado del olor de las flores que bañaban su nariz. Robert intentó levantarse, pero había perdido su bastón, y permanecido en el suelo, sintió vibraciones, que se trataba de un sujeto que se le acercaba. Aquél, al quedarse en frente del niño, emitió con una voz muy elegante y poderosa, que hablaba con pasión y sabiduría en cada palabra que salía de su boca.

   —Oh, un humano de carne y huesos. Un hijo de Adán y Eva —pronunció con desprecio, pero al ver que aquél niño nunca abrió los ojos, se compadeció y se agachó—. A su servicio, humano. Soy el espíritu guía Bruno, el tigre de los vientos. El viento, es el elemento más sagrado y poderoso del bosque Luz de Luna, lugar donde se encuentra usted ahora mismo.

   —¿El bosque Luz de Luna? —preguntó intrigado.

  —Te encuentras —continuó— en el hogar de los seres que se han perdido en el bosque, un refugio en donde pueden quedarse por toda la eternidad. Yo mismo hice una barrera invisible para los que no se encuentran vivos, así mismo no podrán escapar por su bien y por el bien de los vivos. Usted, es el primer humano que pasa por aquí.

   —¿Quieres decir que estoy muerto? —volvió a preguntar.

   —No lo estás, por ahora. Si pasas noventa días en este bosque, tu cuerpo morirá y te convertirás en un espíritu con forma de animal. Pero no te preocupes, hijo de Adán, porque yo le guiaré por todo el camino.

 Pero no te preocupes, hijo de Adán, porque yo le guiaré por todo el camino

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Emprendieron su viaje, lo cual tomó muchos días. Bruno a diario le explicaba cómo era el bosque en el que estaba ubicado, Robert con ansias deseaba ver aquellos paisajes. Cada vez que Bruno hablaba, el viento silbaba y las aves cantaban, como si fuera el rey de su tierra. Cuando ya se encontraban al borde de la salida, Bruno le comentó.

   —Robert el humano, más adelante encontrarás la salida, lastimosamente yo ya no puedo seguir acompañándote. Camina hacia adelante, y la barrera ya no te hará efecto.

   Robert estaba triste por terminar aquél viaje, por perder al primer amigo que había hecho, y porque no volvería a tener ese magnífico sueño de aquella aventura. Pues para Robert, todo era un sueño.

   —No quiero vivir afuera en donde no puedo ver nada —confesó—. Aquí puedo imaginarme en donde se encuentra todo. Aquí hay una piedra, y allá hay un trozo de tronco viejo.

Noventa noches bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora