Parte 3

9 2 0
                                    

eto.


IV

Esa tarde Altulay, mientras tomaba su tisana de cayenas, no dejaba pensar en la entupida ley de los Chibchas, que impedía a una mujer tomar decisiones o mejor aún mandar en el reino .En ese aspecto su propia herencia podía mandar en el gran imperio sol. Sólo que habían 8 hermanos antes que ella. Pero podía ser reina; inclusiva Xixata o Marutta, o cualquiera de sus sobrinas también podrían mandar en el Imperio Inca.  A pesar que sus posibilidades eran remotas, no iba a dejar a Saba Tamac cometiendo una necedad.

Una esclava le anunció la inesperada visita de Bibut, el gran embajador de los pueblos Incas en el reino Chibcha.

Altulay dio su consentimiento en silencio,  vio por lo bajo al hombre entrar; éste venía vestido de gran gala y se arrodilló, ocultando su rostro entre sus manos, para recalcar la divinidad de la princesa.

Altulay no se engañó; esos excelentes buenos modales, no ocultaban al intransigente y duro negociador.

---Su padre, nuestro gran Inca sol, manda sus besos y afectos a su adorada y también sagrada hija Altulay.— saludo el hombre desde su posición.

----Me place que mi padre, me recuerde en sus afectos, a mí¸ la menor hija de su cuarta esposa---- recalcó Altulay, para que el hombre entendiera que ella estaba en guardia siempre ante su peligroso padre----, puedes levantarte y ser uno de mis iguales.

---Gracias por su benevolencia, sagrada princesa---dijo el hombre levantándose y sentándose junto a la atractiva mujer.

----Para su padre no hay diferencia de afectos cuando se trata de sus hijos.— mintió cortésmente el hombre.

----Es muy amable de su parte. Mis oraciones siempre son para mí sagrado padre en primer lugar; espero que así se lo transmita.

Es mi gran honor poder hacerlo---le dijo el hombre, viéndola con respeto.

Altulay quedó en silencio, terminando de tomar su tizana, tratando de adivinar los motivos de esa inusual visita sin previa cita. Miró al hombre quien en el mismo respeto esperaba que ella terminara de tomar su tizana. Algo le dijo que el embajador no era del todo inocente de la visita vivida por ella en el aposento la otra noche. El hombre por su parte esperaba el permiso para hablarle. Rogaba a los dioses le dieran la elocuencia posible para ser lo más delicado al expresarse. Pero en fin, las misiones debían cumplirse.

Su padre ---le dijo en el tono más respetuoso que pudiera encontrar----, tiene una gran preocupación. Estamos como usted sabe en el proceso de la más amplía colaboración económica, militar y secretamente cumpliendo con el encargo de velar por la integridad física de su preciosa vida y de la de sus hijas.

Altulay enmarco una ceja pero siguió en silencio, escuchando al hombre.

---Vemos con  dolor---continúo el hombre----, a importantes voces en éste reino, que no quieren entender los alcances de nuestra ayuda. Su  sagrado padre, en su particular angustia por ayudar y colaborar de igual a igual con los pueblos chibchas, suplica su atención a ésta problemática. Ni por un momento nuestro sagrado padre deja de pensar en su nieta Xixata, que a pesar de los años sin verla, le preocupa saber que está próxima a la época de ser pedida en matrimonio y le desvela cualquier error en ese particular.

Dicho esto el hombre quedó en silencio, analizando atentamente el rostro de la princesa.

Altulay puso la taza en la mesa que la separaba del hombre, sin dejar de notar que su padre sería el gran sol, pero la diplomacia indiscutiblemente no era su fuerte; sabía su inconmensurable poder y no dejaría de usarlo así fuese en lo más mínimo.

XIXATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora