Capítulo I

4.1K 230 35
                                    

Mis ojos volaban entre las páginas del libro que estaba frente a mí, mis dedos pasaban las páginas más rápido de lo que pensaba, pero por mucho que viera las palabras, no las lograba internalizar. No me podía concentrar, mis ojos ahora saltaban del papel al  trozo de oro circular que descansaba sobre mi mesa de madera rancia. Me había encontrado aquel pedazo dorado enterrado en la arena de la costa, aún no sabía si era oro verdadero o de los que te daban los estafadores que vendían artefactos curiosos por todo el reino. Tenía que ir a casa de Mangel, él era un gran geólogo del momento, todos los niños curiosos se le acercaban cuando investigaba algo en el pueblo. Sinceramente, era algo hermoso ver que alguien podía decir tantos datos al solo mirar una roca.

No aguanté ni un minuto más, cerré el libro sin marcar la página con la hoja de roble que utilizaba como marcapáginas, me levanté de la incómoda silla en la que me había sentado, agarré el trozo de supuesto oro y salí de mi casa sin echar el pestillo. Me arrepentí nada más ver el ambiente del pueblo, una tensión flotaba por las cabezas de la gente, los soldados echaban miradas amenazantes a todo el que posara la vista en ellos. Desde hacía unos meses los liberales y los absolutistas comenzaron peleas entre ellos y sus opiniones. Yo nunca quise opinar sobre aquello, no quería fijar ninguna opinión ante el rey Vegetta. No es que fuera un mal o buen rey. Es que no sabía nada del tema, me pasaba los días entre libros y páginas, buscando antiguos tesoros, no tenía aquella inteligencia política que tanto exigía la gente.

Vi a Mangel saltar de su silla cuando abrí la puerta de un golpe, se ajustó sus gafas cuadradas con la mano temblorosa, seguramente fuera por el susto que le había dado. Su expresión preocupada no se comparaba nada con la mía. Una expresión que parecía que había encontrado un gran tesoro, probablemente lo había hecho.

一 ¡Mangel! ¿Estás libre? Necesito tu ayuda.

Agachó la mirada.

一 En realidad, estaba yo antes, si me disculpas. 一 Una voz un tanto arrogante sonó a un lado de mí.

Un hombre de pelo blanco como la nieve estaba sentado en la única silla que tenía Mangel en casa, su armadura negra le hacía unos hombros más anchos de los que tenía en realidad, las decoraciones moradas de la armadura mostraban que era un soldado del rey Vegetta y la "V" plasmada en el lado del corazón del pecho indicaba que era el guardia real. Sus ojos verdes, arrogantes, contra los míos, llenos de ilusión o hasta hacía poco.

一 Soldado Rubius. 一 Mi voz llena de repugnancia resonó por las paredes.

一 No finjas que no quieres verme.

Solté una carcajada, me daba un poco de rabia que supiera cómo romper mi estado serio en cuestión de segundos, pero ¿qué iba a hacer? me conocía como la palma de su mano. Éramos amigos desde que teníamos tres años y no nos habíamos separado desde entonces, Mangel se unió a nosotros justo cuando Rubius había entrado en la armada. Él me contaba todas la historias y dramas que había en la familia real, que si Vegetta no quería casarse con la princesa de otro reino o cómo uno de sus compañeros se quedaba con los objetos ilegales de los presos para llevarlos a su cuarto. Desde el pueblo no parecía que dentro del castillo hubiera tanto caos. Mientras tanto, Mangel y yo le contábamos historias de antigüedades que habíamos encontrado, por ejemplo, la espada del Dios de la Sangre. Le contamos la forma en la que la habíamos encontrado enterrada en una pradera rodeada de cerdos, y cómo Mangel supo la historia de aquel dios sólo con mirar su espada.

一 Bueno, ¿por qué has interrumpido mi conversación con Mangel?

一 Rubius, amigo mío, ¡he encontrado esto! 一 Saqué el pedazo de oro de mi bolsillo一. He venido a que Mangel me diga si es de oro, y, si lo es, significa que... ¡Es la llave a un tesoro! 一 Sonreí con emoción, esto nos podía guiar a unas grandes riquezas, tal vez mayores que las del rey.

Fruncí el ceño cuando escuché la risa burlona de Rubius.

一 ¿Un tesoro? Bobadas, T/N, no todo lleva a un tesoro. 一 Fruncí aún más el ceño.

一 Puede que sí. 一 Sin apartar la mirada de Rubius le di el oro a Mangel, así mientras que Rubius y yo estábamos discutiendo él podría examinarlo con certeza y decir quién estaba en lo correcto. 一 Si esto me lleva a un gran tesoro no te daré ni la mitad del oro y diamantes que encuentre.

Los ojos de Rubius se abrieron como platos, ya está, le había dado en su punto débil: los diamantes.

一 Qué extraño, estamos en la misma situación de hace una semana. Tú dijiste que un pedazo de ladrillo pintado era oro. T/N supéralo, sólo la clase alta puede tener ese privilegio, y que yo sepa... No llegas ni a clase media.

Hasta ahí habíamos llegado, alcé mi dedo índice amenazante, abrí la boca para darle una paliza verbal a Rubius, pero Mangel consiguió hablar antes del desastre.

一 Es oro. 一 Ambos giramos la cabeza hacia el chico de gafas, quien se estremeció ante nuestra mirada llameante de ira. 一 Y nos lleva a un tesoro, pero-

一 ¡Lo sabía! ¿Ves cómo tenía razón? Ahora, discúlpate. 一 Arrebaté el pedazo de oro de las manos de mi amigo y se lo enseñé a Rubius, agitando el pedazo en su cara. Él apartó mi mano y se acercó a Mangel que tenía un trozo de papel arrugado en las manos.

一 Esto es un trozo de un mapa de algún sitio de América. Aquí en la esquina se puede ver dibujado ese trozo circular de oro que tiene T/N. 一 Señaló en mi dirección, yo posé el círculo al lado de la ilustración. 一 Hay otra pieza de esmeralda, quiero creer. En el caso de que la magia sea cierta, si juntamos este círculo con el anillo puntiagudo de esmeralda, la magia nos guiará al Templo de Esmeralda.

一 ¿Templo de Esmeralda? 一 Interrumpió Rubius, ahora con su aire serio.

一 Sí, allí está el tótem de la inmortalidad.

一 ¿En serio? 一 Pregunté一 ¿Podemos llegar a tener la vida eterna?

一 Si llegamos vivos al templo, sí.

Salté de la emoción, esto sí que era una aventura de verdad. Los tres nos incorporamos, no nos hizo falta hablar más en alto. Los tres sabíamos que íbamos a comenzar nuestro viaje hacia América en pocos días. Agarré mi bolsa de cuero, donde guardaba todos los materiales necesarios para mis aventuras; una brújula, un mapa, una cuerda y una cuchilla. No era mucho, pero para alguien aventurero como yo era más que suficiente. Me choqué contra la dura armadura de Rubius, se había parado en seco en mitad del salón de Mangel.

一 ¿Qué haces ahí parado? ¡Muévete!

一 Necesitamos un barco para ir a América. Vayamos al castillo, seguro que Veg nos deja uno.

一 ¿Veg? 一 Levanté una ceja, a la realeza nunca se le llamaba por un apodo.

一 ¡Buena idea! Hoy en día los barcos cuestan mucho oro. 一 Exclamó Mangel一 Y seguro que vamos con los mejores navegadores, por lo que llegaremos antes.

一 ¡Exacto!

Ambos hombres salieron corriendo de la casa y me esperaron montados en el caballo de Rubius. Sonreí, hacía tiempo que no iba de aventura con mis amigos, íbamos a un continente descubierto casi quinientos años atrás y nadie había descubierto ningún tótem de la inmortalidad hasta ahora. No lo dijimos a los cuatro vientos por si acaso, pero cuando tuviéramos el tótem en nuestras manos, la noticia volaría por todo el mundo.

Haríamos historia.





(Editado)
<3

EL CIEGO || K!Quackity x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora