Los pueblerinos caminaban por la aldea en busca de recursos o objetos útiles para el viaje que tenían delante, algunos ayudaban llevando sus caballos con ellos y dejándoselos a otras personas, otros cocinaban comidas fáciles y simples para poder comer en el camino y otros pocos traían armas de fuego y machetes para la matanza de los vaqueros. Rubius observaba cómo los aldeanos se despedían de sus mujeres e hijas, ellas con lágrimas en los ojos pensando que nunca volverían a verlos, tal vez fuera verdad, tal vez ellos nunca regresarán a sus casas mientras que sus cadáveres se pudren en mitad del desierto. Pero Rubius no dejaría que aquello ocurriera, eran hombres inocentes que iban a una pequeña guerra voluntariamente, no estaban obligados a luchar y, sin embargo, decidieron ir a la batalla.
Aunque, tampoco es que fuera la guerra del siglo, tan solo era un acto de venganza ante la traición del vaquero. Quackity sufrió muchas traiciones por parte de sus compañeros bandidos y no dejaría que un simple vaquero que se creía el centro del mundo consiguiera lo que T/N estuvo buscando desde hace mucho tiempo.
一 ¡Ya estamos listos, Diablo! 一 Exclamó Mangel desde la puerta de un establo vacío.
Quackity quiso despedirse de T/N antes de irse pero en el último momento decidió que era mejor no molestar a las aldeanas que le vigilaban. Rubius apareció por su espalda mientras posaba una mano en su hombro, la gran diferencia de altura provocó que el mexicano tuviera que inclinar la cabeza para mirar la cara del caballero. El guardia real se desabrochó las cintas de cuero que sujetaban las piezas de netherita de su armadura y seguidamente se quitó el peto. Parecía que el metal opaco brillaba bajo la luz del sol, los detalles morados centelleaban como si la magia estuviera dentro de la amatista. Aquella V en el lado del corazón daba a entender que cualquier soldado que la tuviera grabada en la armadura le debía pura lealtad al rey de Karmaland.
一 La necesitarás más que yo. 一 Rubius dejó caer la armadura en los extendidos brazos de Quackity, que miraba la armadura con admiración.
Estaba claro que el mexicano se quedó sin palabras, el guardia real del rey Vegetta, el mejor caballero de todo el reino le dejó una parte de su armadura. Eso no ocurría muy habitualmente, es más, nunca había ocurrido algo así. El poder y responsabilidad que radiaban del espaldar era abundante, ni siquiera Quackity podría llevar el peso de tanta carga, tragó en seco y respiró hondo tratando de calmar sus manos temblorosas. Rápidamente, se quitó el poncho, dejando ver una chaqueta azul marina de tela vieja, con la ayuda de Rubius se puso la armadura, nada más amarrar el último cinturón, sintió el peso de la netherita presionar sus hombros, ahora entendía por qué todos los caballeros tenían los hombros tan musculados, puesto que aparte de llevar una espada y un escudo debían de llevar una armadura tan pesada como un yunque. Se volvió a poner el poncho por encima del peto y aún sin haberse acostumbrado al peso, caminó hacia el grupo de pueblerinos que esperaban junto a Mangel.
Se montó en una yegua de color blanco como la nieve, su suave pelo rozando las manos de Quackity mientras agarraba las riendas. Dio la vuelta al caballo para estar de cara a sus compañeros de batalla quienes también estaban montados en sus caballos. Analizó a cada uno de ellos, algunos con bigote, otros con patillas, piel morena, y ojos oscuros. Oscuros pero llenos de esperanza y determinación, todos miraban a Quackity como si fuera un general hablándole a su ejército, no como si fuera un simple ladrón que dañó los corazones y cuerpos de miles de personas. Su reputación no era importante en aquel momento y todos lo sabían.
一 ¡Caballeros! 一 Llamó la atención de todos. 一 ¡Está anocheciendo, pero no importa, galoparemos toda la noche y llegaremos a la aldea del vaquero en el amanecer! ¡Que despierten con unos disparos e incendios por toda la aldea!
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EL CIEGO || K!Quackity x Reader
FanfictionSu figura contra la luz del sol abrasador parecía intimidante en la puerta del Saloon, las cuales aún se balanceaban del brusco golpe habían recibido. Mi mirada estaba fijada en él, tal y como las demás miradas de los otros hombres, nadie despegaba...